:: DESARROLLO.
   
La Globalización como Proceso de Integración Humana    (continuación).

Por: Rubén Contreras Medina*.

En este artículo pretendo seguir dando la opinión de un ser humano común que desea vivir en un mundo mejor, ofreciendo más argumentos a la idea de que la globalización podría ser una manifestación inconsciente e involuntaria de la esencia subyacente del universo.

La hipótesis de que la globalización, una vez comprendida su esencia subyacente y realizada dentro de un marco de respeto y tolerancia entre los pueblos, puede representar el más alto o uno de los más altos grados de evolución e integración social de la humanidad, se me ocurrió (aunque creo y espero no ser el único) en base a teorías y preguntas como la de Stanislaf Grof, que dice: "¿Qué es lo que crea la apariencia de solidez, segregación e individualidad en un universo esencialmente vacío e inmaterial, cuya verdadera naturaleza es la unidad indivisible?". Sin embargo, no encontraba relación entre esas teorías y algún hecho de la vida real. Surgió entonces la inquietud que me llevó a conectarlas con la globalización, viéndola como una posible manifestación de las teorías aludidas.

Para que la globalización realmente se transforme en un proceso de integración, debemos atender a los factores que la intervienen. En el artículo anterior señalé, entre los factores que posibilitan o impiden el proceso, a la integración forzada y a la libre. Otro factor se da cuando una sociedad considera que el conjunto de normas necesarias para el funcionamiento y la supervivencia de su cultura en particular y de los individuos que la integran, "es mejor" que otras estructuras sociales desarrolladas por otros pueblos, surgiendo una serie de racionalizaciones destinadas a influir o eliminar la estructura cultural del otro, con el objetivo de que ella no perjudique la supervivencia de la propia.

Según el psicólogo austriaco Erich Fromm, una cultura o sociedad determinada debe ser juzgada según el grado de desarrollo factible en los individuos que la integran. Es decir, la pregunta es si esa cultura o sociedad está estructurada de una manera tal, que permita la plena utilización de las capacidades inherentes al ser humano. Obviamente se refería a las capacidades buenas, ya que también señala que el humano no es necesariamente malo y que la maldad no tiene por sí misma una existencia independiente, siendo sólo la ausencia de lo bueno, el resultado del fracaso en la realización de la vida. Dice que es normal que todos los que se sientan frustrados en su expresión emocional y sensual, y también amenazados en su existencia misma, experimenten como reacción un sentimiento de hostilidad.
Los niños son las principales víctimas de una globalización forzada.

Si quieres que algo se contraiga
debes primero dejar que se dilate.
Si quieres que algo se debilite
debes primero dejar que se fortalezca.
Si quieres que algo se reduzca
debes primero dejar que se desarrolle.
Si quieres tomar algo
debes primero dar.
Esto es lo que se llama tener claridad en lo invisible
Pues la suavidad vence a la dureza
y la debilidad vence a la fuerza.

Así como el pez no debe ser sacado de las profundidades
no debe exhibirse el armamento del imperio.

(Tao Te King, XXXVI)

Como manifestación de lo anterior, Estados Unidos y algunos países y habitantes del Medio Oriente se encuentran sumergidos tanto en la intención de imponer su estructura social, así como también en el desarrollo de un sentimiento de hostilidad al ver amenazada su existencia o forma de vida. Lo gracioso es que cada uno de los bandos ve en el otro lo mismo que el otro ve en él. Obviamente, esa actitud sólo crea un círculo vicioso que no permite encontrar solución al conflicto, que irónicamente pone en riesgo la cultura e integridad de ambas partes.

Las partes en cuestión podrían recurrir a un sencillo y tal vez risible ejemplo: si hubiesen nacido en Japón, ¿no le parece que creerían en Buda o que practicarían el Zen? Pretendo mostrar que lo que hoy entendemos por absoluto o damos por descontado debido a que todos los demás integrantes de la sociedad a la que pertenecemos piensan así, cambia en la medida en que tenemos el valor suficiente para analizar las cosas e ir descubriendo nuevas visiones. Me refiero a que no debemos ser tan absolutos (pero tampoco relativistas o carentes de principios) cuando creemos en algo. Además, si nuestra cultura puede permitir un mayor grado de desarrollo en nuestros integrantes, no es motivo para imponérsela a otros.

Si deseamos influir en los demás, debemos evitar hacerlo premeditadamente, para así no crear presión. Si seguimos con nuestra habitual forma de ser, podemos obligar o crear curiosidad en la otra parte, motivándola a analizar nuestra conducta y posiblemente a adoptar los modos que le sean de utilidad. Así podríamos conseguir la libre aceptación de nuestra cultura, el cambio de la otra, e incluso la transformación de la propia, evitando las hostilidades. Además, como dice el I Ching "no es posible influir al mundo externo si se es insensible a la influencia ajena".

Tal vez si conseguimos la capacidad de analizar objetivamente nuestras creencias y su validez, podríamos pasar del actual estado de intolerancia a otro de tolerancia, gracias a los nuevos puntos de vistas que descubriremos. Al darnos cuenta de que nuestras creencias sólo forman parte de un puzzle mayor, y que lo que otra gente cree son también partes integrantes de ese gigantesco puzzle llamado vida, lograremos una existencia mas sabia y que beneficie a todos los seres que habitan este mundo.

*Rubén Contreras Medina es estudiante de Ingeniería en Comercio Internacional de la Universidad Tecnológica Metropolitana, y desea dedicar este artículo a su familia, especialmente a sus sobrinos, Gabriel, Javier y al pequeño Rodrigo Nicolás.