Quizás
usted se ha preguntado alguna vez si es necesario contar
o leer cuentos a los niños, o tal vez no se lo
ha preguntado nunca, porque algo allá lejos en
el recuerdo lo hace verse a usted de niño o niña
viviendo en una atmósfera encantada una historia
de hadas y bosques maravillosos. Ese recuerdo funciona
en usted como una intuición de que no puede ser
pernicioso para ningún niño escuchar esas
historias, aunque no tengan mucho que ver con la realidad.
Y yo le diría, precisamente, justamente por eso
es que son necesarias estas historias.
Le
sorprenderá saber, sin embargo, que los cuentos
para niños tienen también sus enemigos declarados.
En efecto, hay quienes dicen que si un niño "se
acostumbra" a los cuentos no sabrá distinguir
entre la ficción y la realidad, e incluso que se
relacionará con su vida y con el mundo experimentando
una continua frustración, ya que no tendrá
en la realidad ninguna varita mágica a qué
atenerse. Aquí yo insistiría: se trata justamente
de eso. Me explico: es gracias a los cuentos que el niño
aprende que hay soluciones válidas para la ficción
y soluciones válidas para la realidad, porque cuando
usted pronuncia la fórmula "Había una
vez..." usted y
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el
niño que escucha saben que esto es un cuento y que simplemente
están abriendo una puerta hacia un cuarto secreto, a
otra dimensión del tiempo donde alguien (un personaje)
se juega la vida con toda la seriedad del mundo en un medio
donde ocurren no pocas cosas extrañas. ¿Y no es
acaso extraño el mundo para el niño? Un mundo
con ciudades, escuelas, tareas, carteles con letras, monedas
para comprar, calles que cruzar, semáforos, autos que
esquivar, padres que se pelean, padres que no están,
etc., etc. Es cierto, mientras el niño sabe que esta
es una historia inventada, el personaje del cuento no lo sabe,
de allí que viva con toda seriedad el problema de salvarse,
porque se habrá fijado usted que de esto tratan todos
los cuentos, o sea, nada menos que de la gran aventura de vivir.
Es cierto también que el niño comparte con el
cuento esa atmósfera de extrañeza y que casi inevitablemente
se identificará con el personaje que a fuerza de virtud
quiere afirmar su vida.
Es
por eso que los cuentos también tienen defensores, aunque
no siempre estén de acuerdo entre ellos sobre las razones
de esta defensa. Algunos piensan que lo que el niño aprende
a través de los cuentos es a distinguir entre la realidad
y la ficción, es decir, lo contrario de lo que sostienen
los enemigos de los cuentos. Aquí le puedo contar, por
si le sirve de algo, que un día mi hermano intentaba
bajar por una escalera una gran y pesada maleta que pesaría
unos sesenta kilos, sin poder evitar que la dicha maleta se
fuera escalones abajo. Su hijo, mi sobrino de seis años
que observaba la escena, de pronto levantó su dedo meñique
y dijo a su padre: "si estuviera Hércules aquí,
con este dedito la bajaría." A mí me pareció
que mi sobrino tenía muy claro en ese momento que su
padre no era Hércules, y que la ficción le ofrecía
un referente mítico y misterioso, atractivo, pero no
más que la aventura de intentar bajar una maleta de sesenta
kilos sin ser Hércules.
Otros defensores
de los cuentos piensan que un niño criado en contacto
con las historias maravillosas será de adulto alguien
que sabrá enfrentarse a los problemas de su vida de mejor
manera; otros, simplemente, que los cuentos ofrecen a los niños
una compensación emocional frente a la 'irreversible
realidad'; otros, que los niños así educados encontrarán
en los cuentos material de apoyo para solucionar psicológicamente
sus problemas de niños.
Veamos esta
última posición: es el psicólogo Bruno
Bettelheim quien sostiene que hay cuentos para cada etapa del
proceso vital del niño. Pruebe usted a contarle a un
niño o niña que inicia su vida escolar el cuento
de "Pulgarcito" o "Hansel y Gretel". Según
Bettelheim, lo más probable es que el niño le
pida con cierta frecuencia que le repita ese mismo cuento, aun
si usted le ofrece contarle otros. Con esa repetición
el niño estará intentando compenetrarse de la
figura de esos niños abandonados en el bosque nada menos
que por sus padres, porque así sería como se siente
este niño que va por primera vez a la escuela. Cuando
deje de pedir ese mismo cuento habrá superado su sentimiento
de abandono.
Tengo más
ejemplos y más argumentos en favor del cuento, como la
función ritual de los cuentos, lo que significa el final
feliz, las aventuras del héroe, la importancia de las
fórmulas, el valor de la madrastra, etc. Pero por ahora
baste con esto: al niño le hace bien abrir esa puerta
al misterio de los prodigios maravillosos, y a usted cuando
lee o cuenta un cuento se le abre también esa puerta.
Y si fuera ésta la única virtud de los cuentos,
¿no sería suficiente?
*Cecilia
Rubio es profesora de literatura.
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