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Lo que llevamos dentro*

Por: Juan Pablo Yáñez Barrios.

La mujer va por el campo. Ve una forma misteriosa que reposa a la orilla del río. Se acerca, la atrapa en su tibieza y la protege. Aquella forma comienza una nueva vida. Poco a poco va olvidándose del río, volviéndose niña, adulta. ¿Llegará un día a saber que ella proviene del río? Algo misterioso se produce en las entrañas de una mujer al concebir. En un instante incomprensible un ser es creado, como un viajero, en un vientre que lo cobija para acogerlo en la vida. Nuestra niña viaja: crece, va a la escuela, se forma. Los árboles, los gatos, los edificios, la civilización viaja con ella.

Nuestra niña viaja: crece,
va a la escuela, se forma...

Que cinco más cinco son diez no lo duda nadie, tampoco que el agua está formada de oxígeno e hidrógeno. Nadie duda que hay estrellas, que el sol se pone y se entra, que los árboles crecen, que los corazones bombean sangre, que un imán atrae, que la luz siendo nada alumbra todo, que un espejo produce un espacio inexistente, que el agua, los astros, la vegetación, la carne, son materia. Nadie duda que del cuerpo de una mujer y de un hombre resulta un pequeño nuevo cuerpo, uno que tiene una cosa llamada mente, algo inexplicable que produce algo aún más inexplicable: inteligencia para comprender.

Pero, ¿de dónde venimos, quiénes somos, hacia dónde vamos? Aquí sí hay dudas y perplejidades. La inteligencia de los científicos llega a su tope. La ciencia saca conclusiones y desde ellas se intenta consolidar verdades. Pero el impedimento es insalvable: esas verdades no son verificables. En ciencia la palabra más célebre es "relatividad". Nuestra niña del río está en un callejón sin salida. No entiende. Pero hay un picor en su mente, un gusanito que carcome. ¿Qué hacer con la incertidumbre de vivir? ¿Llegará alguna vez a comprender que ella proviene del río?

Un día, la niña ya no es niña: es adulta. Ha estudiado, tiene intelecto. Una tarde se ve frente a un río y decide bañarse. Cuando nada, de súbito, desde la profundidad, aparece otra bañista, muchacha, desgreñada y desnuda. Se reconoce en ella y se pregunta si no estará soñando. Llega a la conclusión de que sí, de que está soñando. Quiere despertar, huir del confuso mundo de la inconciencia, pero la niña del sueño insiste en hacerle señas. Entonces la mujer sospecha que la otra bañista, a pesar de ser muchachita, sabe cosas que ella, ya mujer cultivada, ignora.

Todos nos hacemos preguntas después de un sueño enigmático. Los esquemas mentales adquiridos en la sociedad chocan con los absurdos y las bochornosas conductas de los sueños, en los que los deseos ocultos se desnudan. Cuando se desnuda un secreto deseo, es uno mismo el que se desnuda. Estos choques son un posible comienzo de enfermedad: quizás se debilita el cuerpo, tal vez se cansa la psiquis. Cada ser humano, de una o de otra manera, tarde o temprano, se enfrenta a sí mismo y desea saber quién es. Es el gusanillo interior, diciendo que los caminos son múltiples y que el intelecto sirve para escalar, pero que no es imprescindible para llegar a la cima.

Se nos enseña a observar el exterior, a analizarlo, verificarlo y atraparlo en una cajita con la etiqueta "conocimiento verificado". Pero el camino va por dentro. Si la visión se vuelve al interior, se intuye un día que todo el universo se hace accesible siguiendo el viaje interno. Es el único viaje con destino. Somos mucho más que el cuerpo material que se desarrolla en el tiempo. La mujer, al concebir, des-cubre una energía llamada alma, mente o como plazca, que es la verdadera viajera, aquella que podemos descubrir cuando dormidos o despiertos nos vemos inducidos a volver los ojos hacia adentro.

Experimentemos el mundo. Vayamos por los caminos de afuera conociendo la ciencia y el arte, entregándonos con voluptuosidad en el amor espontáneo, dejándonos llevar por la energía primordial que nos hace activos y vitales. Vivamos. Pero un día volveremos a casa, solos, para descubrir que lo que buscábamos está allí. Será en el reducido espacio de su propio jardín donde nuestra mujer, que ya no es niña, encontrará el mundo. Aunque sea en el último minuto, volverá a ella misma, para recordar el río del que proviene. Así se dará cuenta de que retornar a ella misma es el único paso necesario para poder viajar por la existencia sin necesidad de moverse del patio de casa.

Las montañas, los océanos, la tierra y el cielo, los colores y los sonidos, los secretos del universo entero están contenidos dentro de cada mente. Es como si la información de quiénes somos y dónde estamos yaciera en un archivo cuya llave podemos encontrar sólo volviéndonos hacia adentro. En ese intento podemos pasar largos años, pero vale la pena, porque súbitamente, cuando menos lo esperamos, sucede algo, alguien nos hace señas desde dentro, y si se acude se comienza a descubrir que la verdadera apertura hacia el exterior es interna y que yace fuera de aquello que intentamos atrapar en metros y minutos. Esa apertura, ese descubrimiento de que podemos catapultarnos hacia la comprensión del todo a partir del simple hecho de cerrar los ojos, es la única posibilidad real de abrirse, de comprender. Aunque sea individualmente, será sólo en ese momento cuando sepamos de nuestra verdadera razón de ser.

*Este texto es el resultado de un trabajo de revisión y síntesis hecho por el autor a su artículo "El Camino va por dentro", aparecido en la revista Uno Mismo Nº 89, de Mayo 1997.