Que cinco
más cinco son diez no lo duda nadie, tampoco que el
agua está formada de oxígeno e hidrógeno.
Nadie duda que hay estrellas, que el sol se pone y se entra,
que los árboles crecen, que los corazones bombean sangre,
que un imán atrae, que la luz siendo nada alumbra todo,
que un espejo produce un espacio inexistente, que el agua,
los astros, la vegetación, la carne, son materia. Nadie
duda que del cuerpo de una mujer y de un hombre resulta un
pequeño nuevo cuerpo, uno que tiene una cosa llamada
mente, algo inexplicable que produce algo aún más
inexplicable: inteligencia para comprender.
Pero,
¿de dónde venimos, quiénes somos, hacia
dónde vamos? Aquí sí hay dudas y perplejidades.
La inteligencia de los científicos llega a su tope.
La ciencia saca conclusiones y desde ellas se intenta consolidar
verdades. Pero el impedimento es insalvable: esas verdades
no son verificables. En ciencia la palabra más célebre
es "relatividad". Nuestra niña del río
está en un callejón sin salida. No entiende.
Pero hay un picor en su mente, un gusanito que carcome. ¿Qué
hacer con la incertidumbre de vivir? ¿Llegará
alguna vez a comprender que ella proviene del río?
Un día,
la niña ya no es niña: es adulta. Ha estudiado,
tiene intelecto. Una tarde se ve frente a un río y
decide bañarse. Cuando nada, de súbito, desde
la profundidad, aparece otra bañista, muchacha, desgreñada
y desnuda. Se reconoce en ella y se pregunta si no estará
soñando. Llega a la conclusión de que sí,
de que está soñando. Quiere despertar, huir
del confuso mundo de la inconciencia, pero la niña
del sueño insiste en hacerle señas. Entonces
la mujer sospecha que la otra bañista, a pesar de ser
muchachita, sabe cosas que ella, ya mujer cultivada, ignora.
Todos
nos hacemos preguntas después de un sueño enigmático.
Los esquemas mentales adquiridos en la sociedad chocan con
los absurdos y las bochornosas conductas de los sueños,
en los que los deseos ocultos se desnudan. Cuando se desnuda
un secreto deseo, es uno mismo el que se desnuda. Estos choques
son un posible comienzo de enfermedad: quizás se debilita
el cuerpo, tal vez se cansa la psiquis. Cada ser humano, de
una o de otra manera, tarde o temprano, se enfrenta a sí
mismo y desea saber quién es. Es el gusanillo interior,
diciendo que los caminos son múltiples y que el intelecto
sirve para escalar, pero que no es imprescindible para llegar
a la cima.
Se nos
enseña a observar el exterior, a analizarlo, verificarlo
y atraparlo en una cajita con la etiqueta "conocimiento
verificado". Pero el camino va por dentro. Si la visión
se vuelve al interior, se intuye un día que todo el
universo se hace accesible siguiendo el viaje interno. Es
el único viaje con destino. Somos mucho más
que el cuerpo material que se desarrolla en el tiempo. La
mujer, al concebir, des-cubre una energía llamada alma,
mente o como plazca, que es la verdadera viajera, aquella
que podemos descubrir cuando dormidos o despiertos nos vemos
inducidos a volver los ojos hacia adentro.
Experimentemos
el mundo. Vayamos por los caminos de afuera conociendo la
ciencia y el arte, entregándonos con voluptuosidad
en el amor espontáneo, dejándonos llevar por
la energía primordial que nos hace activos y vitales.
Vivamos. Pero un día volveremos a casa, solos, para
descubrir que lo que buscábamos está allí.
Será en el reducido espacio de su propio jardín
donde nuestra mujer, que ya no es niña, encontrará
el mundo. Aunque sea en el último minuto, volverá
a ella misma, para recordar el río del que proviene.
Así se dará cuenta de que retornar a ella misma
es el único paso necesario para poder viajar por la
existencia sin necesidad de moverse del patio de casa.
Las montañas,
los océanos, la tierra y el cielo, los colores y los
sonidos, los secretos del universo entero están contenidos
dentro de cada mente. Es como si la información de
quiénes somos y dónde estamos yaciera en un
archivo cuya llave podemos encontrar sólo volviéndonos
hacia adentro. En ese intento podemos pasar largos años,
pero vale la pena, porque súbitamente, cuando menos
lo esperamos, sucede algo, alguien nos hace señas desde
dentro, y si se acude se comienza a descubrir que la verdadera
apertura hacia el exterior es interna y que yace fuera de
aquello que intentamos atrapar en metros y minutos. Esa apertura,
ese descubrimiento de que podemos catapultarnos hacia la comprensión
del todo a partir del simple hecho de cerrar los ojos, es
la única posibilidad real de abrirse, de comprender.
Aunque sea individualmente, será sólo en ese
momento cuando sepamos de nuestra verdadera razón de
ser.
*Este
texto es el resultado de un trabajo de revisión y síntesis
hecho por el autor a su artículo "El Camino va
por dentro", aparecido en la revista Uno Mismo Nº
89, de Mayo 1997.