VENTANAS
ABIERTAS
¿Y
por qué tratar de provocar inquietud? ¿Que no
hay ya suficiente en el ambiente? Lo que sucede es que sentimos
que hay un exceso de 'verdades' y teorías abotagando
y saturando nuestras sensibilidades, lo que ha ido provocando
en nuestra cultura un extraño fenómeno de 'desenchufe'
con la biosfera, que nos incluye, por supuesto, a nosotros
mismos. Esto ha sucedido en parte porque en nuestra cultura
todas estas 'verdades' y teorías tienden a ser de origen
exclusivamente humano. Pocos tienen ya la motivación
o la oportunidad de escuchar la sabia aunque silenciosa voz
de la biosfera y de lo que está más allá
de ella. El ser humano tiene este 'handicap' de la tendencia
a un antropocentrismo narcisista. El potencial de transformarse
en un ser demasiado cultural a expensas de lo bio-lógico.
Así,
nuestra intención con estas columnas es más
bien de abrir ventanitas a esta antropósfera -la esfera
del hombre (sic)- que nos está encegueciendo y asfixiando,
para dejar entrar la 'voz' y la presencia del resto de la
biosfera. Negar o ignorar, o no empatizar con la lógica
de la vida equivale a una condena a muerte. Es solo cuestión
de tiempo. Derrotar a la naturaleza es, simple e indudablemente,
un suicidio, es derrotarnos a nosotros mismos. Lo dramático
es que no basta que algunos ecólogos y pensadores capos
se den cuenta de tan obvia verdad, sino que hay que aplicarla,
no solamente a nivel de tribu, de etnia, o de nación,
sino de humanidad. Con la tecnología actual y si los
seres humanos todos no acatamos la lógica de la vida,
nuestras probabilidades de supervivencia son, como decía
G. Bateson, las de una bola de nieve en el infierno.
SOMOS
BIOSFERA
Esto de
dogmas culturales 'martillados' o grabados casi indeleblemente
en nuestros seres se refiere simplemente a esas ideas o conceptos
de nuestra cultura que hemos aprendido a considerar como incuestionables,
indiscutibles, incambiables. Son las premisas básicas,
el esqueleto paradigmático alrededor del cual se despliega
una cultura; y el cuerpo de una cultura es un pueblo, es una
colectividad, somos nosotros.
Lo curioso
de nuestra situación como seres humanos dentro de todo
esto es que no hay un "allá afuera", una
realidad objetiva simple de aprehender así como 2 +
2 son 4, y por la cual podamos poner nuestra mano al fuego
de que esa es la realidad, fue y lo será, y para todos.
Los motivos por los cuales esto es así son varios y
complejos, pero el más evidente es el hecho un tanto
olvidado de que los seres humanos somos la biosfera junto
a todas las demás cosas, los fenómenos y los
seres que la conforman. En la ecología 'antigua' se
decía que tales o cuales animales habitan un cierto
ecosistema. Ahora se ha hecho evidente de que esos animales
constituyen, son ese ecosistema. Igualmente, y esto tiene
que ver con toda una jerarquía sumamente 'conveniente'
que ciertos seres humanos han proyectado sobre la naturaleza,
y de la cual hablaremos más adelante, se suele percibir
al ser humano como habitando principescamente la biosfera.
Casi como si el planeta tierra entero no fuera más
que un escenario, una escenografía sobre la cual la
espléndida raza humana puede actuar su drama, su divina
comedia. Esto simplemente no es así. Somos una hebrita
más del tejido esférico, multidimensional de
la biosfera. No habitamos la biosfera. Somos la biosfera junto
al resto de la comunidad biosférica. ¿Cómo
podemos pretender entonces entender la biosfera si la analizamos
y disectamos sin piedad, así como si fuera una amalgama
de objetos inertes y de seres inconscientes y "des-almados"
externos a nosotros? Quizás de esta misma incomprensión
brota esta necesidad tan cultural, tan nuestra de entender.
¿No será que lo que necesitamos es más
bien empatizar, fluir, armonizar, volver a nuestro cuerpo
biosférico antes que sea demasiado tarde?.
Nos damos
una vuelta completa y volvemos entonces a la necesidad de
abrirle forados a la antropósfera, de desarmar sus
muros blindados mentalmente a punta de premisas culturales
anti-bioecológicas. Y si la motivación para
esta difícil tarea no logra ser un recíproco
amor biosférico, que sea entonces un desesperado instinto
de supervivencia.
*El
autor es magíster en estudios del medioambiente, Mención
en Ecología y Antropología. En 1997 obtuvo el
Premio Goldmann por la defensa del medioambiente y el 1998
el Premio Nobel Alternativo otorgado en Suecia por la Right
Livelihood Foundation.