:: ECOLOGÍA.
   Bola de nieve en el infierno.

Por: Juan Pablo Orrego S.*

En nuestra primera columna de esta serie sobre la biosfera tratábamos de provocar una leve inquietud con respecto a dogmas que nos han sido martillados culturalmente -en buena jerga se dice "imprinted"- en nuestros peculiares sistemas mentales/corporales; en otras palabras, en nuestra mente y nuestro cuerpo. Puede sonar extraño que digamos que una idea nos ha sido impresa no solamente en nuestra mente sino que también en nuestro cuerpo, pero es que nosotros no logramos detectar dónde termina la mente y comienza el cuerpo, o viceversa. Similarmente, en esa primera columna nos referimos específicamente a la no tan clara división entre lo viviente y lo no-viviente.

VENTANAS ABIERTAS

¿Y por qué tratar de provocar inquietud? ¿Que no hay ya suficiente en el ambiente? Lo que sucede es que sentimos que hay un exceso de 'verdades' y teorías abotagando y saturando nuestras sensibilidades, lo que ha ido provocando en nuestra cultura un extraño fenómeno de 'desenchufe' con la biosfera, que nos incluye, por supuesto, a nosotros mismos. Esto ha sucedido en parte porque en nuestra cultura todas estas 'verdades' y teorías tienden a ser de origen exclusivamente humano. Pocos tienen ya la motivación o la oportunidad de escuchar la sabia aunque silenciosa voz de la biosfera y de lo que está más allá de ella. El ser humano tiene este 'handicap' de la tendencia a un antropocentrismo narcisista. El potencial de transformarse en un ser demasiado cultural a expensas de lo bio-lógico.

Así, nuestra intención con estas columnas es más bien de abrir ventanitas a esta antropósfera -la esfera del hombre (sic)- que nos está encegueciendo y asfixiando, para dejar entrar la 'voz' y la presencia del resto de la biosfera. Negar o ignorar, o no empatizar con la lógica de la vida equivale a una condena a muerte. Es solo cuestión de tiempo. Derrotar a la naturaleza es, simple e indudablemente, un suicidio, es derrotarnos a nosotros mismos. Lo dramático es que no basta que algunos ecólogos y pensadores capos se den cuenta de tan obvia verdad, sino que hay que aplicarla, no solamente a nivel de tribu, de etnia, o de nación, sino de humanidad. Con la tecnología actual y si los seres humanos todos no acatamos la lógica de la vida, nuestras probabilidades de supervivencia son, como decía G. Bateson, las de una bola de nieve en el infierno.

SOMOS BIOSFERA

Esto de dogmas culturales 'martillados' o grabados casi indeleblemente en nuestros seres se refiere simplemente a esas ideas o conceptos de nuestra cultura que hemos aprendido a considerar como incuestionables, indiscutibles, incambiables. Son las premisas básicas, el esqueleto paradigmático alrededor del cual se despliega una cultura; y el cuerpo de una cultura es un pueblo, es una colectividad, somos nosotros.

Lo curioso de nuestra situación como seres humanos dentro de todo esto es que no hay un "allá afuera", una realidad objetiva simple de aprehender así como 2 + 2 son 4, y por la cual podamos poner nuestra mano al fuego de que esa es la realidad, fue y lo será, y para todos. Los motivos por los cuales esto es así son varios y complejos, pero el más evidente es el hecho un tanto olvidado de que los seres humanos somos la biosfera junto a todas las demás cosas, los fenómenos y los seres que la conforman. En la ecología 'antigua' se decía que tales o cuales animales habitan un cierto ecosistema. Ahora se ha hecho evidente de que esos animales constituyen, son ese ecosistema. Igualmente, y esto tiene que ver con toda una jerarquía sumamente 'conveniente' que ciertos seres humanos han proyectado sobre la naturaleza, y de la cual hablaremos más adelante, se suele percibir al ser humano como habitando principescamente la biosfera. Casi como si el planeta tierra entero no fuera más que un escenario, una escenografía sobre la cual la espléndida raza humana puede actuar su drama, su divina comedia. Esto simplemente no es así. Somos una hebrita más del tejido esférico, multidimensional de la biosfera. No habitamos la biosfera. Somos la biosfera junto al resto de la comunidad biosférica. ¿Cómo podemos pretender entonces entender la biosfera si la analizamos y disectamos sin piedad, así como si fuera una amalgama de objetos inertes y de seres inconscientes y "des-almados" externos a nosotros? Quizás de esta misma incomprensión brota esta necesidad tan cultural, tan nuestra de entender. ¿No será que lo que necesitamos es más bien empatizar, fluir, armonizar, volver a nuestro cuerpo biosférico antes que sea demasiado tarde?.

Nos damos una vuelta completa y volvemos entonces a la necesidad de abrirle forados a la antropósfera, de desarmar sus muros blindados mentalmente a punta de premisas culturales anti-bioecológicas. Y si la motivación para esta difícil tarea no logra ser un recíproco amor biosférico, que sea entonces un desesperado instinto de supervivencia.

*El autor es magíster en estudios del medioambiente, Mención en Ecología y Antropología. En 1997 obtuvo el Premio Goldmann por la defensa del medioambiente y el 1998 el Premio Nobel Alternativo otorgado en Suecia por la Right Livelihood Foundation.