:: BÚSQUEDAS.
   La muerte vive*.

Por: Juan Pablo Yáñez Barrios.

Vivo en San José, en una calle que en los veranos de mi niñez era de una tierra que levantaba nubes de polvo cuando pasaban los caballos, las ovejas, los destartalados camiones y una cansada micro que viajaba a la capital. En ese entonces veníamos a veranear aquí donde ahora se vive, escapando de la ciudad, cuyos tentáculos hoy se notan en las calles pavimentadas y en la basura a lo largo de los antaño tierrosos pero limpios caminos.

A fines de Enero de 1999 desperté de madrugada debido a un temblor. Me di cuenta de que el remezón se había debido al paso de un camión: aún oía el rugido de su motor alejándose. Me levanté y salí al patio lateral. Había una luz que iluminaba de un modo desconocido. Todo brillaba en sí mismo, los árboles, el aire. Era como si el universo estuviera detenido y fuera auténtico por primera vez.

Miré hacia la calle por la que había pasado el camión. La puertita en desuso pegada a la pirca que conducía hacia fuera había desaparecido. Estaba tan vieja que era fácil sacarla. ¿Se la habían robado? El paso hacia la calle estaba libre. Las piedras de la pirca, medio derruida por el transcurrir del tiempo, estaban ordenadas. La sentí de nuevo como aquella de la infancia, lo que me produjo un cierto ímpetu, que, unido a la invitación del hueco sin puerta, me indujo a salir fuera como cuando era chico. En esos tiempos siempre usaba esa salida como un escape secreto, alternativo a la reja principal de casa. No había ni un alma, ni vehículos, ni pavimento, sólo el camino polvoriento, en cuyos bordes se amontonaba la tierra.. ¿Cómo era posible si ayer estaba pavimentado y recién había
pasado un camión, despertándome? Sentí una sensación de quietud. Entonces, desde el patio trasero, me llegó el canto de mi madre.

¿Qué significaba que mi madre cantara de madrugada? ¿Qué significaba que ella tocara su guitarra en la lejanía? ¿Por qué ella estaba levantada a esa hora? ¿Dónde estaban los ruidos de la vida? ¿Dónde estaba el movimiento, la agitación? ¿Había cambiado mi percepción, de forma que ahora captaba lo que siempre había sido pero nunca sentido? Sentí que toda respuesta era superflua. Pensé que se trabajaba en todo lo que me había visto crecer: el camino, la pirca, la puertita, y que se trabajaba para cambiar el estado esencial de las cosas, y, sin embargo, para que todo quedara intacto.

ALa reja principal de casa estaba abierta, y desde ella sobresalían unos troncos caídos. ¿También se trabajaba en casa? Había un profundo proceso de cambio. Entré, miré los gruesos troncos tendidos a lo largo del parrón, fui hacia el dormitorio de madre y me detuve frente al ventanal de la galería. Alcé la cabeza y, cuando mi mirada cruzó las ramas del viejo tilo que me cubría .árbol que conozco desde que nací- pensé que debía intentar volar. Flexioné las rodillas y me impulsé. Entonces me elevé. Mi cuerpo atravesó las ramas del tilo y enfiló hacia el sur, cruzando el pueblo a considerable altura. Podía dirigir el vuelo con impulsos corporales. De pronto todo se me aclaró: YO ESTABA MUERTO. Todo es tan real, que debo estar muerto. Pensé que debía enfilar hacia el lugar de las almas y no quedarme volando sobre el planeta. Cuando yo estaba vivo, aprendí que los espíritus se van a lo suyo. Pero seguí vagando sobre la tierra. ¿Quizás no estaba seguro de haber muerto? Las quebradas, los prados se extendían bajo mí. Podía ver los objetos con mis ojos-lupa graduables. Nada podía detenerme. Era volátil, y no obstante tenía un cuerpo. Si hubiese sido ciego, ahora podría ver. Si no hubiera tenido piernas, ahora podría caminar.

Aterricé en una casa de madera. Me sentí como intruso. De pronto escuché gente. Eran tres mujeres. Me asusté, me deslicé como ladrón hasta una ventana y me eché a volar, inseguro. Un acantilado se extendía bajo mí. Y seguí volando. Era feliz como jamás lo había sido. Una de las mujeres era delgada y me atraía en forma especial. Qué lástima no haberla conocido en vida. De pronto la vi descender por un sendero de arena. La seguí. No notaba mi presencia, y así supe que yo era invisible. Me acerqué y soplé sobre su cara, con mis manos le tomé el cabello, le sonreí junto a su rostro y noté que me sentía. ¿Quizás como a la brisa? Me invadió un gran regocijo y reí.

Después volé sobre unas dunas. Divisé un balneario. Sobre la arena había niños jugando con una mujer que los cuidaba, todos desnudos. He salido de Chile, pues allí nadie se baña públicamente sin ropa. El mar se extendía en el horizonte. Quiero volver a mi pueblo, pero, ¿dónde está? Yo estaba sentado en una roca, a la orilla del mar, con el deseo de volver, y, de súbito, volví. Extraña forma de despertar: no tener idea dónde se está, quién se es, qué es la conciencia. Tardé mucho en recuperar el sentido del yo y tuve que luchar para conseguirlo. Después de todo, estoy vivo, no me morí. Me sentí frustrado, melancólico. Todo era turbio. Esta realidad no tiene brillo. Nuestras percepciones están limitadas.

Durante el día me di cuenta de que no había sido exactamente un sueño: había abandonado mi cuerpo. El camión me despertó y volví a dormirme. Lo ocurrido durante el vuelo era un simple recurso para vivenciar la forma verdadera del mundo. No había nada que interpretar, sólo comprender. Para mí, así es la muerte. Después de una experiencia tal desaparece mucho del miedo a morirse, inevitable tránsito del cual poco se gusta hablar. Mientras se duerme pueden pasar cosas extraordinarias, como perder la angustia de morir, la angustia de hacerse nada.

*Este texto es una re-creación del autor en torno a su artículo .Morir es volar., aparecido en Uno Mismo Nº 133, Enero 2001.