pasado
un camión, despertándome? Sentí una sensación
de quietud. Entonces, desde el patio trasero, me llegó
el canto de mi madre.
¿Qué
significaba que mi madre cantara de madrugada? ¿Qué
significaba que ella tocara su guitarra en la lejanía?
¿Por qué ella estaba levantada a esa hora? ¿Dónde
estaban los ruidos de la vida? ¿Dónde estaba
el movimiento, la agitación? ¿Había cambiado
mi percepción, de forma que ahora captaba lo que siempre
había sido pero nunca sentido? Sentí que toda
respuesta era superflua. Pensé que se trabajaba en
todo lo que me había visto crecer: el camino, la pirca,
la puertita, y que se trabajaba para cambiar el estado esencial
de las cosas, y, sin embargo, para que todo quedara intacto.
ALa reja
principal de casa estaba abierta, y desde ella sobresalían
unos troncos caídos. ¿También se trabajaba
en casa? Había un profundo proceso de cambio. Entré,
miré los gruesos troncos tendidos a lo largo del parrón,
fui hacia el dormitorio de madre y me detuve frente al ventanal
de la galería. Alcé la cabeza y, cuando mi mirada
cruzó las ramas del viejo tilo que me cubría
.árbol que conozco desde que nací- pensé
que debía intentar volar. Flexioné las rodillas
y me impulsé. Entonces me elevé. Mi cuerpo atravesó
las ramas del tilo y enfiló hacia el sur, cruzando
el pueblo a considerable altura. Podía dirigir el vuelo
con impulsos corporales. De pronto todo se me aclaró:
YO ESTABA MUERTO. Todo es tan real, que debo estar muerto.
Pensé que debía enfilar hacia el lugar de las
almas y no quedarme volando sobre el planeta. Cuando yo estaba
vivo, aprendí que los espíritus se van a lo
suyo. Pero seguí vagando sobre la tierra. ¿Quizás
no estaba seguro de haber muerto? Las quebradas, los prados
se extendían bajo mí. Podía ver los objetos
con mis ojos-lupa graduables. Nada podía detenerme.
Era volátil, y no obstante tenía un cuerpo.
Si hubiese sido ciego, ahora podría ver. Si no hubiera
tenido piernas, ahora podría caminar.
Aterricé
en una casa de madera. Me sentí como intruso. De pronto
escuché gente. Eran tres mujeres. Me asusté,
me deslicé como ladrón hasta una ventana y me
eché a volar, inseguro. Un acantilado se extendía
bajo mí. Y seguí volando. Era feliz como jamás
lo había sido. Una de las mujeres era delgada y me
atraía en forma especial. Qué lástima
no haberla conocido en vida. De pronto la vi descender por
un sendero de arena. La seguí. No notaba mi presencia,
y así supe que yo era invisible. Me acerqué
y soplé sobre su cara, con mis manos le tomé
el cabello, le sonreí junto a su rostro y noté
que me sentía. ¿Quizás como a la brisa?
Me invadió un gran regocijo y reí.
Después
volé sobre unas dunas. Divisé un balneario.
Sobre la arena había niños jugando con una mujer
que los cuidaba, todos desnudos. He salido de Chile, pues
allí nadie se baña públicamente sin ropa.
El mar se extendía en el horizonte. Quiero volver a
mi pueblo, pero, ¿dónde está? Yo estaba
sentado en una roca, a la orilla del mar, con el deseo de
volver, y, de súbito, volví. Extraña
forma de despertar: no tener idea dónde se está,
quién se es, qué es la conciencia. Tardé
mucho en recuperar el sentido del yo y tuve que luchar para
conseguirlo. Después de todo, estoy vivo, no me morí.
Me sentí frustrado, melancólico. Todo era turbio.
Esta realidad no tiene brillo. Nuestras percepciones están
limitadas.
Durante
el día me di cuenta de que no había sido exactamente
un sueño: había abandonado mi cuerpo. El camión
me despertó y volví a dormirme. Lo ocurrido
durante el vuelo era un simple recurso para vivenciar la forma
verdadera del mundo. No había nada que interpretar,
sólo comprender. Para mí, así es la muerte.
Después de una experiencia tal desaparece mucho del
miedo a morirse, inevitable tránsito del cual poco
se gusta hablar. Mientras se duerme pueden pasar cosas extraordinarias,
como perder la angustia de morir, la angustia de hacerse nada.
*Este
texto es una re-creación del autor en torno a su artículo
.Morir es volar., aparecido en Uno Mismo Nº 133, Enero
2001.