azabache,
de ojos rojos como la sangre y de aliento de muerte...
Cada vez
que se sentía a lo lejos el ruido de los cascos de
los caballos y el rechinar de las ruedas de madera en medio
de la noche quieta, todos sabían que Mefistófeles
había salido a buscar almas o a presagiar alguna muerte.
También el relincho de los caballos delataba la presencia
del Príncipe de las Tinieblas, relinchos aterradores,
cual gritos de miles de almas encerradas gimiendo su martirio
en el infierno. Entonces, si la carreta se detenía
frente a la propiedad de algún poblador, todos sabían,
y nunca se equivocaban, que allí moriría en
poco tiempo alguno de sus moradores.
Fue en
aquella época, bajo la influencia de esa atmósfera,
que un hombre ya olvidado (al que para mejor entendimiento
de nuestros lectores le pondremos el nombre de Pedro), dueño
de una pequeña parcela en el pueblito de Melocotón,
hizo pacto con Luzbel. Pedro hizo su trato con él durante
una fría y silenciosa noche. Esperó la carreta
y encaró al Maligno en persona. Una vecina lo vio esa
noche, escondida tras unos matorrales frondosos, y fue ella
la que corrió el rumor que es ahora parte esencial
del relato. Contó esta vecina que Pedro esperó
la carreta, y que, gritándole con fuerte voz a Lucifer,
le ofreció su alma a cambio de riquezas y salud por
largo tiempo. El Espíritu del Mal detuvo su carruaje
y una neblina de azufre sulfuroso llenó el ambiente.
El Diablo aceptó con voz ronca, y obligó a Pedro
a cerrar un
pacto: al cabo de treinta años volvería por
su alma.
De un
día para otro Pedro se transformó en Don Pedro
y adquirió riquezas, muchas tierras, prestigio y fama,
pero con el paso del tiempo lvidó su convenio con Satán.
Toda la gente de esos poblados comentaba el famoso pacto entre
Don Pedro y el Diablo, pero este repentino millonario siempre
calló el origen de sus posesiones.
Pasaron
los años y don Pedro envejeció, hasta que llegó
la noche en que el Espíritu del Mal le vendría
a buscar. Pedro, que prefería no recordar su trato,
se sintió atraído por esa noche fría,
oscura y silenciosa, y salió en su hermoso carruaje
de caballos fina sangre por las calles de polvo. Esa noche
desapareció. Dicen que tiempo después, en lo
que hoy se conoce como el sector de El Toyo, una mañana
heladísima apareció el carruaje de Don Pedro,
en la que estaba sólo su chupalla. No habíaningún
rastro de su cuerpo. Se le buscó por casi todo el valle
del Maipo, pero nunca apareció.
A veces,
en las noches frías, oscuras y silenciosas, cuando
en casa todos duermen y ninguna alma vaga por las calles,
siento el sonido de cascos de caballos y el rechinar y crujir
de maderas. Entonces, una suave brisa que huele a azufre y
pudrimiento llena el ambiente, y cuando se oye parar la carreta
surge el infernal relincho de la muerte...
Los
pasos del Señor Oscuro se escuchan en las almas de
los que serán llevados por él. Me siento a esperarlo,
bajo un árbol seco y deshojado como mi alma. Cuando
se acerca tiemblo completamente, siento que el alma se me
escapa por las narices y que los huesos se me astillan. La
luna muestra su fisonomía de niña enamorada
de la noche (no del sol) y me hace sentir el aliento de muerte.
Tirito de frío y veo que él me ofrece un papiro
arrugado y viejo para que firme con sangre mi fatal destino
de multimillonario. Pero no acepto, porque vale más
un alma pobre y llena de vida, que un potentado sin felicidad
ni alma propia...