:: ECOLOGÍA.
   Parirás con dolor y te ganarás el pan
   con el sudor de tu frente.

Por: Juan Pablo Orrego S.

En la columna anterior de esta serie conversábamos sobre la Primera Ley de la Termodinámica, que nos enseña, hasta dónde sabe la ciencia “occidental”, que en el universo la materia y la energía no pueden ser creadas ni destruidas, siendo cantidades fijas que han estado transformándose de un estado a otro desde la creación del universo. Es mucho más misterioso para nosotros el cómo la energía se transforma en materia, es decir el proceso creativo, organizador, dentro del universo, que el proceso inverso de cómo se transforma la materia en energía en una suerte de proceso destructivo, sin olvidar que creación y destrucción son las dos fases del mismo proceso recurrente en el cual parece estar involucrado todo el universo.
¿Por qué no tienden naturalmente, sin esfuerzo, a aumentar la armonía, la belleza, la gracia y la plenitud en la biosfera?

Algunos de nosotros sabemos liberar demasiado bien la energía nuclear de la materia, al punto que hoy podríamos aniquilar todo lo vivo, y sin embargo no sabemos crear ni la más mínima forma de vida ni en el más sofisticado de los laboratorios. Los científicos saben manipular y alterar lo viviente, pero no crearlo. Lo vivo tiene que provenir de lo vivo en línea directa. Sólo la materia organizada sabe re-producir con esfuerzo su propia organización. Hay aquí un misterio creativo que nos elude. De hecho, tampoco hemos aprendido mucho con nuestro talento destructor. No entendemos cabalmente lo que son la energía, la materia, la luz o el electromagnetismo. ¿De dónde proviene entonces nuestra “pericia” nuclear y nuestra impresionante capacidad para manipular masivamente la materia y la energía de la biosfera? Es probable que la Segunda Ley, o Ley de la Entropía, nos ayude a resolver en parte esta interrogante.

LEYES NORMATIVAS

Nuestro interés por la termodinámica no es casual. ¿Podrán estas leyes, que han fascinado a los mejores científicos de este siglo, sugerirnos normas de conducta para el individuo y las colectividades que contribuyan a una mejor integración de la humanidad a la biosfera? La Primera Ley ya nos está sugiriendo que el fenómeno de la vida involucra tales vastedades de tiempo, espacio y organización como para que seamos humildes con nuestras teorías y delicados con nuestros actos, lo que no implica que no podamos ser casi desaforadamente creativos con nuestro arte, mitos, ritos y cosmología. La Segunda Ley reafirma esta conclusión, con una nota de urgencia, al dilucidar otro aspecto del comportamiento de la energía y de la materia que está relacionado con nuestro talento destructor: en términos macroscópicos, la materia del universo sólo puede transformarse en un solo sentido, el de la disipación y la desorganización. La Ley de la Entropía es en cierto modo una expresión de la existencia de la mortalidad, del deterioro, de lo finito en el universo. En todo proceso biológico siempre hay “pérdida”, y es por esto que no existe la inmortalidad en el universo conocido. Desde el momento en que nacemos realmente empezamos a morir, y nada puede revertir este proceso que llamamos envejecer. Y esto no es una característica solo de lo microscópico, ya que se supone que nuestro sol y hasta las galaxias envejecen y mueren.

TALENTO DESTRUCTOR

La Entropía es también la “Ley del Trabajo”. “Parirás con dolor y te ganarás el pan con el sudor de tu frente” es pura sabiduría termodinámica. ¿Por qué cuesta tanto trabajo mantenerse vivos? ¿Por qué cuesta tanto crear, darle sentido a nuestras vidas, u organizarse familiar, comunitaria, o, para qué decir, humanitariamente? ¿Por qué se desmoronan año tras año los cerros en San Alfonso? Todo ese barro y piedra que pasa de rodado a estero a río a mar, en los tiempos de nuestra presente biosfera ya nunca volverá a ser montaña. ¿Por qué se extinguen cada día más especies animales y vegetales, disminuye el humus, crecen los desiertos y desaparece con ritmo vertiginoso el cinturón selvático de nuestro planeta? ¿Por qué aumentan hoy en día exponencialmente la contaminación, la enfermedad, la delincuencia, el belicismo, la miseria? ¿Por qué no tienden naturalmente, sin esfuerzo, a aumentar la armonía, la belleza, la gracia y la plenitud en la biosfera? Con una motosierra de poderoso y explosivo motor basta un momento para derribar una Araucaria de mil años. Bastaría el relampagueante segundo de unas pocas explosiones atómicas simultáneas para apagar, con una noche nuclear gris e irrevocable, los millones de años de vida en la tierra.

Los científicos se quiebran la cabeza tratando de entender cómo lo vivo, lo bio-lógico, logra llevarle la contra a la entropía del universo. Pero hay límites a la milagrosa pujanza de lo vivo en un sistema planetario que envejece.

¿Lograremos salirnos del remolino entrópico de la fuerza bruta en el que se ha emborrachado la humanidad urbano-industrial-tecnológica-militar, o seguiremos en forma odiosa y suicida contribuyendo a la entropía y la muerte de toda la biosfera?