:: LINTERNA - TURA.
    El saco de los prodigios
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He aquí una nueva sección de Dedal de Oro: “Linternatura”, referida a esa literatura que
siempre alumbra. Comenzamos esta nueva sección dedicada a las buenas letras con
una adaptación del cuento “El saco prodigioso”, de “El libro de las mil noches y una
noche”, anónimo oriental y lumbrera de todos los tiempos. Sirva este comienzo
como un homenaje a las luces de los pueblos iraquí y curdo, hoy en día,
y desde hace mucho, presas del infortunio.

...dijo Alí el Persa:

Estaba yo un día en mi tienda vendiendo y
comprando y entró un curdo que, de pronto, se apoderó de un saquito que había delante de mí, y, sin siquiera intentar ocultarlo, quiso llevárselo como si fuera de él desde el día en que nació. Entonces me planté en la calle de un salto, lo agarré de su ropa y le insté a que me devolviera mi saco, pero él se encogió de hombros y me dijo: “¡Pero si es mío, y también todo lo que está dentro!” Entonces grité en el límite de la sofocación: “¡Oh musulmanes, salven de las manos de este descreído lo que me pertenece!” Todo el mercado se agrupó a nuestro alrededor y los mercaderes me aconsejaron que fuera a quejarme al juez en el instante. Acepté y me ayudaron a arrastrar a casa del juez al curdo ladrón.

Estando respetuosamente de pie ante la presencia del juez, nos preguntó: “¿Cuál de ustedes es el querellante?”. El curdo, sin darme tiempo a abrir la boca, contestó: “¡Dé Alá apoyo a nuestro amo el juez! Este saco es mío, así como todo lo que hay en su interior. Lo perdí hace un tiempo y acabo de encontrarlo en presencia de este hombre.” El juez le dijo: “Si es así, enumera lo que contiene.” Y el curdo contestó con seguridad: “En mi saco hay dos frascos de cristal llenos de kohl, dos varillas de plata para extender el kohl, un pañuelo, dos vasos de limonada con el borde dorado, dos antorchas, dos cucharas, un almohadón, dos tapetes, dos ollas con agua, dos azafates, una bandeja, una olla a presión, un depósito de agua de barro cocido, un cucharón, una aguja para calcetines, dos sacos con provisiones, una gata preñada,
Entonces grité en el límite de la sofocación: “¡Oh musulmanes, salven de las manos de este descreído lo que me pertenece!"
Algunas de las bailarinas contenidas en el saco prodigioso, vistas por Lucía Echevarría.
dos perras, un plato de arroz, dos burros, dos literas para mujer, un traje de paño, dos chaquetas, una vaca, dos terneros, una oveja con dos corderos, una camella y dos camellitos, dos dromedarios con sus hembras, un búfalo y dos bueyes, una leona y dos leones, una osa, dos zorros, un diván, dos camas, un palacio con dos salones de recepción, dos carpas de tela verde, dos cortinas, una cocina con dos puertas y una asamblea de curdos dispuestos a dar fe de que este saco es mío.”

Entonces el juez me miró y me preguntó: ¿Qué tienes tú que decir?” Yo, que estaba estupefacto con todo aquello, contesté como pude: “¡Eleve y honre Alá a nuestro amo el juez! Yo bien sé que en mi saco hay un pabellón en ruinas, una casa sin cocina, un albergue para perros, una escuela de adultos, unos jóvenes que juegan a los dados, una guarida de bandidos, un ejército con sus jefes, la ciudad de Bassra y la ciudad de Bagdad, el palacio antiguo del emir Scheddadben-Aad, una fragua de herrero, una caña de pescar, un bastón de pastor, cinco buenos mozos, doce muchachas vírgenes y mil conductores de caravanas dispuestos a dar fe de que este saco es mío.”

El curdo, al oír mi respuesta, rompió a llorar, y exclamó con voz entrecortada: “¡Oh, amo mío el juez, todo el mundo sabe que este saco es de mi propiedad! También encierra dos ciudades fortificadas y diez torres, dos alambiques de alquimista, cuatro jugadores de ajedrez, una yegua y dos potros, un semental y dos caballos, dos lanzas largas, dos liebres, un joven experto y dos mediadores, un ciego y dos clarividentes, un cojo y dos paralíticos, un capitán marino, un barco con sus marineros, un sacerdote cristiano y dos diáconos, un patriarca y dos frailes, y, por último, un juez y dos testigos dispuestos a dar fe de que este saco es mío.

“¿Qué tienes que contestar a todo esto?”, me preguntó el juez. Yo me sentía lleno de rabia, pero contesté con toda la calma de que fui capaz: “¡Alá esclarezca el juicio de nuestro amo el juez! Debo añadir que en este saco hay, además, remedios contra el dolor de cabeza, filtros y hechizos, cotas de malla y armarios llenos de armas, mil carneros para luchar a cornadas, un parque con ganado, hombres mujeriegos, hombres aficionados a los muchachos, jardines llenos de vegetación, viñas cargadas de uvas, manzanas e higos, sombras y fantasmas, frascos y copas, recién casados con todos los invitados a su boda, gritos y chistes, doce pedos vergonzosos y otros tantos sin olor, amigos sentados en una pradera, banderas y pendones, una casada, veinte cantoras, cinco hermosas esclavas, tres indias, cuatro griegas, cincuenta turcas, setenta persas, cuarenta cachemirenses, ochenta curdas, otras tantas chinas, noventa georginas, todo el país de Irak, el paraíso terrenal, dos establos, una mezquita, cien mercaderes, una tabla de madera, un clavo, un negro que toca el clarinete, mil dinares, veinte cajones llenos de tela, veinte bailarinas, cincuenta almacenes, la ciudad de Kufa y la de Gaza y Damieta y Assuán, el palacio de Khosrú-Anuschirván y el de Soleimán, todas las comarcas situadas entre Balkh e Ispahán, las Indias y Sudán, Bagdad y el Khorassán, una mortaja, un ataúd y una navaja para afeitar la barba del juez en caso de que él no quisiera reconocer que este saco es mío.

Habiendo oído todo aquello, el juez nos miró y dijo: ¡Por Alá, ustedes son unos bribones que se burlan de la ley y de su representante, y si no, este saco debe ser un abismo sin fondo o el propio valle del día del juicio final! Y para comprobar todo lo oído, ordenó que se abriera el saco sin demora. ¡Contenía unas cáscaras de naranja y unos huesos de aceitunas! Entonces, asombrado hasta el límite del asombro, declaré al juez que aquel saco pertenecía al curdo y que el mío se había perdido. Y me marché.