:: LEYENDAS.
   El hombre de las cadenas.

Por: Julio Arancibia O.

"Alma negra que vaga en los sonidos inertes de la vida que muere,
muerte que engendra muerte y torturas eternas,
sonidos que explotan en las cadenas negras de maldición,
temblor de tierra que al llegar a tus ojos causa una nueva visión,
guerras y hambre terror y fuego,
si el hombre de las cadenas viene,
es que el sonido del tártaro asalta..."
(Francisco Javier Bécquer)


Fuera de las leyendas comunes y clásicas, dentro del Cajón del Maipo tenemos un sinfín de relatos y vivencias que pasan a formar parte del saber popular y a veces familiar. El relato que les voy a contar a continuación es parte de una experiencia vivida por un grupo de pobladores de San José de Maipo hace treinta años atrás. Este hecho paranormal ocurrió en el sector cercano a la actual medialuna del pueblo, donde hoy se encuentra viviendo un grupo de trabajadores de una empresa de aguas.

Cuando la noche fría tejía su manto de cristal sobre el pueblo, Don Javier iba a buscar a dos de sus caballos que estaban a la orilla del río. Mientras miraba detenidamente las formas que se entremezclaban en la oscuridad y escuchaba los mil sonidos

"Cuando ya pudo ver a los caballos pastando cerca del río, tuvo la sensación de que la noche se aquietaba y que los sonidos dejaban de existir..."

de las criaturas nocturnas que vivían allí, apuró el paso para estar lo más pronto de vuelta en su hogar, junto a su linda esposa. A Don Javier no le gustaba para nada tener que salir a buscar siempre los mismos caballos en la noche, pero como eran de su mujer y le consentía en todo, tuvo que ir. Todo por amor a una mujer.

Cuando ya pudo ver a los caballos pastando cerca del río, tuvo la sensación de que la noche se aquietaba y que los sonidos dejaban de existir. Entonces amarró firmemente los caballos a una soga que llevaba de la mano y se acercó lentamente al camino que le conducía a su casa. Al notar que los sonidos habían disminuido y que el silencio era solamente molestado por sus ingratas pisadas en las hojas secas y la hierba, tuvo miedo. El miedo, creador de esperanzas y de vidas preocupadas, le asaltó repentinamente en su corazón de hombre insensible a los miedos, que, según él, sólo podían reposar en el alma de las mujeres. Pero el nerviosismo, como borbotones de agua estancada, se le acumuló en la garganta y le ahogó un fuerte grito que quería nacer a la noche. Entonces avanzó hacia el camino que le conducía a su casa, con los caballos detrás de él. Cuando ya se veía a pasos de su casa los caballos no quisieron seguir avanzando. Por más que los golpeara y amenazara, estos se negaban a continuar, y, tirados en el suelo, paralizados por un extraño horror animal, se quedaron allí. De nada le sirvió a Don Javier maldecirlos o conjurar al mismo demonio para que los hiciese caminar.

Pero el que juega con las palabras de la oscuridad recibe su premio. Don Javier se sentó junto a los caballos. Se sentía cansado y el miedo aún le perseguía en los oídos, como un zumbido molestoso de mil abejas pegajosas de miel. El silencio le arrullaba hasta ponerle neurótico y le atrincheraba los pensamientos auxiliares de su mente de hombre rudo. Mas, por razones misteriosas que todos desconocen, comenzó a temblar fuertemente en aquel sector. La tierra quejumbrosa se rebeló contra la quietud y el temblor se apoderó de aquella zona. Don Javier escuchó unos gritos que venían de las casas de los vecinos, que estaban frente a él y sus paralizados caballos. Entonces intentó moverse, pero sus piernas ya congeladas no le respondieron. Quería levantarse y huir, o ver qué es lo que sucedía...

De repente, cuando creyó que el supuesto temblor había cesado, miró con atención hacia el camino. Con gran espanto, como las restantes personas que se habían levantado a mirar, vio que una forma negra, como de hombre, avanzaba por el camino precedido por un sonido de cadenas. La altura del espectro era cercana a los cinco metros y al avanzar bramaba como un viento ronco de muerte y horror. A raíz de las emociones vividas en una sola noche, Don Javier perdió el conocimiento, y cuando despertó se encontró con que el sol acariciaba su rostro y que su esposa e hijos le miraban atentamente. Al levantarse y ser conducido a su casa, junto con los ya recuperados caballos, le contaron todo lo sucedido la noche anterior, de cómo el diablo o un espectro maldito había recorrido el camino de la vecindad, bramando en lenguajes incomprensibles y causando la conmoción y terror entre los que le habían visto.

Y con el paso del tiempo este relato se hizo selecto y exclusivo para los pocos que lo habían vivido. La gran mayoría de ellos murió, otros se fueron del lugar, no viéndoseles más por el Cajón del Maipo y sus alrededores. Don Javier también murió y se dice que siempre en las noches, hasta el día de su muerte, oía las cadenas y bramidos de aquel ser de oscuridad y temor. Del espectro, se cuenta que nadie le ha podido ver u oír nuevamente. Por eso esta historia ha pasado al olvido de muchos, pero no de todos...

Me sentaré bajo la noche de luna melancólica y allí esperaré que aquel mounstro de la maldad humana devore para sí todas las inmundicias de esta sociedad limitante y mentirosa, juzgadora e injusta. De nada servirá morirse en el olvido de los poetas y los malditos historiadores vendidos. ¿El terror los horrorizaría, amigos míos, si un espectro lleno de oscuridad llegase a sus barrios, donde todos son una cuadrilla de incrédulos?. Yo creo que sí, porque, incluso, yo mismo me reiría a carcajadas del miedo que sus corazones experimentasen y bailaría sobre sus cadáveres congelados por el espanto. Porque un día me alejaron y no me creyeron. Pero hoy, bajo la luna llena, espero al hombre de negro que arrastra cadenas desde el tártaro, y le haré mi encargo, porque yo no le temo a lo que vive en muerte eterna, sino a vuestra maldad, que se merece esta recompensa...