:: PREÁMBULO.
   Al menos una utopía.

Por: Juan Pablo Yañez Barrios.

Recuerdo ese 11 de septiembre de 1973. Es un recuerdo patético, opaco. Viviendo experiencias así, el mundo humano, lo cotidiano, muestra una cara atroz, una verdad implacable: la obra de nosotros los seres humanos. Desde que el hombre es hombre ha matado, torturado, violado. Quizás sea eso lo que nos distingue más claramente del animal: ellos matan para comer, nosotros para ofender; ellos matan para seguir siendo, nosotros para satisfacer ambición y codicia.

En el golpe de estado de 1973 se enfrentaron dos bandos. Uno, la izquierda, tramaba y tejía desde el poder civil del gobierno. El otro, la derecha, tramaba y tejía desde el poder económico y los cuarteles militares. Lógicamente venció la derecha, porque ahí estaban las armas. En nuestro mundo todos traman, todos tejen: se trama y se teje violencia.

Hoy día, en el mundo, el marxismo ha desaparecido o está en vías de desaparecer. Una ideología que nace y se propaga con ideales de justicia y solidaridad, agoniza ahogada en la propia corrupción de sus dirigencias burocráticas y
dictatoriales. Los pocos países llamados socialistas que aún quedan, sobreviven bajo el lema del culto a una persona, o,

En el más profundo invierno me di cuenta de que en mi hay un verano invencible (Albert Camus)

más justamente dicho, a un dictador. Así no se construye igualdad, ni tampoco puede haber de esta manera un verdadero respeto por el pueblo. Esta palabra “pueblo” pasa a ser una palabra de demagogia, así como la palabra libertad.

Y en el capitalismo, ¿qué es libertad, igualdad, respeto? El neoliberalismo, modelo económico en nuestro país, triunfante después de la derrota de la izquierda, funciona en base a un egoísmo enfermizo, una competencia despiadada y un consumismo denigrante. La libertad se convierte en delincuencia a raíz de la falta de igualdad y respeto entre unos y otros. Cada cual lucha sólo por sus pedazos, que a algunos les sirven para vivir en la opulencia y a otros para morir en la miseria.

¿Qué queda? Al menos, y nada menos, que la posibilidad de tener una utopía, una estrella guía personal que dirija hacia el cambio de la propia conciencia por una senda de solidaridad, tolerancia, creatividad y verdadera libertad; es decir, una senda humanista. Cada uno de nosotros puede hacer germinar en su mente esa semilla humana, que sirva para ponerle freno, al menos en el plano personal, al desenfreno de la libre competencia, que sólo puede ser constructiva cuando es practicada con respeto por lo demás y amor hacia el prójimo.

Primero tiene que cambiar la persona, luego la sociedad. Entonces se erradicará la brutalidad y será posible toda revolución humanista, que conduzca a que cada cual sea verdaderamente humano en cada terreno que pisa: el laboral, el cultural y el social. Valores y principios que guíen hacia un cambio así es el mejor horizonte que podemos construir.

Es cierto que una utopía, utopía es, y que por eso jamás se podrá concretar en la realidad; pero también es cierto que ella puede marcar el sendero hacia una conducta amable, es decir, una conducta humana digna de ser amada, en la que la gente viva en confianza y mutuo respeto bajo el sello de la tolerancia entre las diferentes ideas, ya sean políticas, religiosas, morales y culturales en general.

Construirse personalmente una utopía guía es responsabilidad de cada cual. Construirse esa utopía significa pensar en forma realmente humanista, la mejor herencia que podemos darles a nuestros hijos y al porvenir de nuestro mundo humano.