:: LEYENDAS.
   Relato sobre "La LLorona".

Por: Julio Arancibia O.

Aquella alma entristecida que vaga intentando llevarse otras para que le den consuelo,
la calavera que sonríe tiernamente frente a tus ojos desencajados de horror.
¿Qué podría pasarles a las almas que no sienten el silencio del aire
silbar entre los huesos sin carnes junto al río misterioso?
Pasaría que los besos de la muerte me llenarían del sonido de las otras dimensiones,
en donde los poetas te dediquen una prosa Llorona del Maipo,
en la que tu beso succionador de almas sea alabado...

Francisco Javier Bécquer

Un día me llamaron desde la casa de un amigo. Al contestar escuché algo que me dejó preocupado: Una persona había tenido una experiencia paranormal con respecto a la Llorona. Volé inmediatamente a su casa, creo que eran las seis de la tarde. Llegué a una casa solitaria, enclavada en los cerros y un poco alejada de la civilización. Al ingresar a la vivienda, me encontré con una mujer demacrada y triste. Me invitó a que me sentara, mientras ella preparaba un café y unos bizcochos. Me senté tranquilamente a escuchar lo que tuviera que contar. Vi que la mujer miraba por la ventana de su casa hacia el patio mientras preparaba el café en la cocina. Pensé que algo muy importante debía haber pasado en aquel lugar para que mirara hacia el sitio con los ojos desencajados de horror.

-¿Qué sucede? -pregunté un tanto temeroso de su respuesta
-En este mismo lugar fue donde sucedió todo -exclamó mientras cerraba las cortinas y se aproximaba con una humeante taza de café y en un platillo los bizcochos.
-Entonces cuénteme todo sobre su experiencia -dije mientras le recibía las cosas.
-Sucedió una noche de invierno, una noche muy fría, demasiado. Mis hijos andaban en Santiago comprando algunas cosas para la comida del día siguiente. Mi bebé dormía plácidamente en su cuna. En un momento me quedé dormida, sentada en el sofá, esperando a mis hijos. Al rato, cuando me desperté, me di cuenta de que la puerta de la casa estaba abierta. No sé que me motivó, pero miré el reloj, eran más de las doce de la noche. De repente, en la lejanía, se sintió un llanto que me causó un escalofrío. Era la Llorona que pasaba por el lugar. Al pasar frente a la casa se quedó quieta llorando de una manera que incomoda el alma. Solo su llanto se sentía en la inmensidad de la noche, los perros estaban en silencio y no se atrevían a ladrar. Cerré las puertas y ventanas mientras los llantos se seguían escuchando en el patio, bajo la higuera. El miedo me invadió por completo, pensando en que aquel espectro podía ingresar en mi casa. Entonces comencé a rezar con una fuerza sobrehumana, creo, porque los llantos en un momento cesaron.
-¿Pero no pudo ver a la Llorona cuando cerró puertas y ventanas? -pregunté, mientras devoraba con placer uno de los dulces.
-No, porque ella estaba debajo de la higuera, y desde aquí, en la oscuridad, no se puede distinguir bien. Además, no me atrevería, pues dicen que su rostro atrae como el imán...

Después de haber oído esta experiencia contada por una mujer del pueblo, que me dijo guardase en el anonimato su identidad, me fui, y la noche me recibió con sus aires de madre consoladora. Sentí el eco de este espectro entre los cerros, en las montañas, en el río y en mi corazón. La Llorona sabe donde llorar, sabe donde dejar su espectro de niebla y luz, sabe que si esta mujer se hubiese quedado dormida, su alma le habría devuelto la vida y la carne, la luz de sus ojos, el alma de sus hijos... Por eso, atentos debemos estar en las noches, no por esperar el llanto de este fantasma, sino porque nuestro espíritu peligra en el beso de muerte que absorbe el alma.

La oscuridad cae en el Cajón del Maipo, los sonidos de la noche se hacen presentes en todo el valle. Desde las entrañas de la muerte, un sonido en forma de llanto de mujer se cuela entre las ventanas abiertas de los despreocupados vecinos. Imagino que el espectro de niebla y luz ingresa en sus habitaciones y se lleva sus almas, mientras yo le canto con un romanticismo de antaño...

Portadora de la muerte. Recuerdo de las madres quemadas por la genocida inquisición que no se fijó en la realidad de las cosas. Silencio, el tarro muere por su boca y yo atento a cuanto nace por la mía. Espero que de noche la madre de la oscura poesía recite sus versos descompuestos y que cante junto al señor siniestro...

Pero eso no significa que perdone sus maldades atroces de llevarse las almas de niños inocentes, dejando en las cunas los esqueletos sangrientos y secos de carne. Eso no lo acepto...

Entonces moriré en la rueda, fijándome en que aparezca este engendro de muerte, espectro de luz y niebla que vaga en busca de algo perdido: la vida, para mostrarle mi rostro sulfuroso de justicia. Desgarraré su putrefacta alma y la mataré mil veces más, haciéndola sufrir por toda una eternidad, para después enterrarla con las cenizas del moribundo asesino dictador...