Por:
Julio Arancibia Olavarría.
Llantos,
risas y suspiros de muerte. ¿Qué serán?.
Obra oculta de unos seres. ¿Duendes, demonios, ángeles?.
Mas nada que sea de la luz o la oscuridad. Así es el
incomprensible mundo de las almas que vagan en busca de su
vida perdida, en busca de sus voces... (Francisco Javier Bécquer)
Hace
mucho tiempo atrás, en las tierras de lo que hoy
se conoce como el sector de El Ingenio, unos niños
que exploraban la zona junto a sus padres, se perdieron
cerca del camino de tierra que va hacia San Gabriel. Los
niños eran trece, entre primos y hermanos, y se
habían encontrado el tesoro de un duende maligno,
quien, al darse cuenta, se les acercó y dio un
alarido de muerte:
-¿Qué
hacen ustedes frente a mis riquezas?
Los niños se quedaron pálidos de horror al
ver a aquel duende maligno, feo y chueco. El duende llamó
a otros compañeros suyos, y éstos, al ver
a los niños, dieron grandes gritos también.
-Deben morir -exclamó el duende dueño del
tesoro.
-No, déjalos -respondieron los otros.
-¿Por qué? -gritó enfurecido el poseedor
de aquella gran riqueza.
-Los encantaremos para que sean nuestros servidores -le
dijo al oído otro duende más viejo. |
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Los niños
seguían allí, petrificados frente a tanto duende.
De repente uno de ellos les dio un líquido dulce y sabroso.
Entonces se comenzaron a sentir extremadamente bien. Los duendes
les rodearon en círculo y exclamaron:
-Repitan las siguientes palabras.
Los trece niños miraron con ojos desorbitados, fijos en
los ojos llameantes de los duendes.
-Todo tesoro que no es tesoro no es humano y no le pertenece.
Los niños
repitieron aquella frase. Entonces comenzaron a creerse animales
y corrieron por los cerros gritando y haciendo ruidos. Pero
el encanto de los duendes no era sólo eso: después
los chicuelos se transformaron en aves de rapiña negras,
más grandes que un cóndor, que iban a las casas
donde había bebés y los robaban para los festines
de los duendes. Muchas atrocidades cometieron los hechizados
antes de ser liberados. La gente escuchaba sus voces en las
noches, afuera de las casas, entonces encontraban a trece aves
negras y feas esperando atacar.
Una vez,
un duende bueno, que era amigo de un arriero del lugar, vio
a estos miserables y los liberó del encanto. Era una
noche fría y llena de luz de luna. El buen duende y su
amigo arriero se escondieron detrás de unos árboles
para esperar que aterrizaran las aves negras. Dejaron carne,
pero mojada con un liquido mágico que les adormecería.
Cuando las trece aves de rapiña comieron la carne quedaron
somnolientos. El duende bueno les hizo comer unos granos de
granada y conjuró:
-¡Almas de aves, aves de almas, niños y carne humana!
Entonces los negros pájaros volvieron a ser niños.
Pero no recordaban quiénes eran y por eso corrieron desenfrenadamente
hacia el río, donde se lanzaron. Habían transcurrido
muchos años desde que habían sido convertidos
en pájaros. Desde entonces sus almas no descansan en
paz.
Les
contaré una experiencia que viví en un verano.
En ese entonces trabajaba de alarife para un topógrafo
de Santiago. Estábamos tomando las medidas para la instalación
de fibra óptica desde Melosas hasta la capital. Ya estábamos
por el camino a San Gabriel, frente al Ingenio, donde hay una
especie de lugar para hacer picnic frente al río, bajo
la sombra de unos árboles frondosos. Estaba yo mirando
los cerros que están al otro lado del río, cuando
en el lugar de recreación, que estaba vacío, sentí
el murmullo del canto de una niña. Presté atención,
para no confundirlo con el ruido del viento, y oí otras
voces, de más niños, que jugaban y cantaban. Una
voz llamaba a mamá. Con un poco de miedo, al no ver a
nadie, me acerqué y pude comprobarlo: nadie había
en aquel abandonado lugar. Sólo el viento y el río.
Pero mi curiosidad era más grande que el miedo. Comencé
a explorar el lugar. Me senté bajó la sombra de
una gran roca que había allí. Entonces me pareció
oír detrás, a mis espaldas, el canto de la niña.
No era el viento, no era río, era un canto suavecito,
un tarareo, en el que distinguí varias frases entendibles.
Luego, detrás de los árboles, a plena luz del
día, oí gritos de niños, muchas risas y
también llantos.
Esta
experiencia me hizo recordar la historia de los trece niños
que fueron transformados en aves negras... Salí de aquel
lugar y me quedé contemplándolo como un hombre
que encuentra a su madre muerta, algo perdido en el tiempo.
Luego me invadió la tristeza, mirando el lugar donde
inocentes vidas fueron arrancadas de este mundo. Ha pasado mucho
tiempo y no he vuelto a ese lugar, en que no importa si es día
o noche, pues las voces de esas criaturas que fueron bestias,
que saborearon la crueldad estando encantados por los malignos
duendes, siguen allí, todavía lamentándose
y vagando eternamente en busca de la paz de sus espíritus.
¿Podrán acaso estos inocentes volver al regazo
de sus madres y cantar una mágica canción sobre
la vida y la muerte?...
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