:: ECOLOGÍA.
   La Ley de la Entropía, ¿Por Qué Envejece Todo: Nosotros, La    Tierra, Hasta el Magnífico Sol?

Por: Juan Pablo Orrego Silva.

Esta ley sacrosanta, misteriosa y bastante aterrante, expresa la tendencia natural hacia el desorden, la desorganización y la pérdida de energía que tiene todo el universo desde su creación. ¿Envejece el universo? ¿Está llegando a los límites de su expansión para luego comenzar a contraerse? Exhalación... inspiración... latido de corazón gigante.

La entropía, o Segunda Ley de la termodinámica, es la ley del trabajo, del esfuerzo, de la mortalidad, de la finitud. ¿Por qué envejece todo: nosotros, la Tierra, hasta el magnífico Sol?

La Calchona
¿Por qué cuesta tanto trabajo mantener la guatita llena y... más difícil aún... el corazón contento, una salud decente, o darle sentido a la vida? Hasta mantenerse erectos (quiero decir, de pie) y caminar tiene su costo energético. ¿Por qué no se ordenan y limpian las cosas naturalmente, en vez de desordenarse y ensuciarse? Hacer todos los días el aseo de la entropía en nuestro hogar y en nuestro propio cuerpo es un proceso cotidiano sumamente instructivo... Parirás con dolor y te ganarás el pan con el sudor de tu frente... Todos estos son ejemplos, expresiones caseras de la entropía.

De hecho, tan fuerte es esta tendencia en el universo conocido, que los científicos se quiebran la cabeza tratando de entender cómo el proceso biológico, la vida, logra llevarle la contra, o, más bien dicho, cómo logra danzar con la entropía, para desarrollarse... En nuestro planeta el Sol es nuestra fiel fuente de energía, de luz y calor, que permiten que se den aquí el orden, la organización, la vida... Siempre y cuando exista capa de ozono, atmósfera, agua líquida, nubes. Porque si no, el sol mata, destruye, desintegra. Pero, con sol y todo, igual hay que ganarse la vida con el sudor... y esto vale para todo lo viviente.

Los científicos dicen que el Sol es la fuente de neguentropía, o de entropía negativa, de la biosfera, que posibilita lo que nosotros hemos estado llamando sinergia, y que entendemos como la capacidad de cooperación, la capacidad de simbiosis, que tiene lo viviente; la capacidad que tienen las sub-partículas nucleares, los electrones, los átomos, las moléculas, los amino-ácidos, las proteínas, de atraerse, enlazarse, conjugarse, meterse unas dentro de otras; de encadenarse e ir armando formas de vida más grandes, más complejas.

Lo viviente, aparte de algunos seres humanos, no teme las interrelaciones, las interdependencias y las interregulaciones. Debiéramos decir: no teme la simbiosis, forma más alta de mutualismo, de dependencia mutua entre organismos, sistemas, o partes constituyentes de un todo. La imagen que se nos viene a la cabeza es la de un animal viviendo dentro de otro, como el cangrejo del erizo, donde ambos derivan beneficios. Parásito es el que arremete a su anfitrión para su exclusivo provecho, terminando por destruirlo. Esto existe en la naturaleza, pero es menos común... Cambia mucho la visión que se tiene de la realidad si uno se da cuenta que la biosfera entera es una complejísima simbiosfera; que la sinergia del sistema está basada en complejas y numerosas formas de simbiosis. En efecto, la atmósfera depende, es parte, de la exhalación de los océanos y de los bosques y selvas: los bosques y selvas absorben el agua de la lluvia y de los ríos con sus raíces, luego evapotranspiran las nubes, las mandan de vuelta a los cielos; exhalan oxígeno, absorben dióxido de carbono... La verdad es que la atmósfera es la selva y los mares, y estos a su vez son la atmósfera. Es por esto que al destruir la floresta tropical lluviosa, y los bosques en general, secamos la Tierra y cambiamos el clima, además de alterar muchas variables biosféricas más, tales como los intercambios gaseosos o el nivel de los mares. El clima, los océanos y las selvas son sistemas mutuamente dependientes que han coevolucionado hacia esta forma de íntima simbiosis para lograr mayor cooperación.

Y no olvidemos que toda la energía del sol que mueve a toda la biosfera, incluidos los benditos seres humanos, entra al sistema exclusivamente a través de los organismos fotosintéticos, es decir las plantas y el fitoplacton de los océanos, que mágicamente pueden absorber directamente la energía del sol y transformarla en substancias –proteínas, azúcares y grasas- que al ser ingeridas por otros organismos, incluidos nosotros, nos traen la neguentropía del sol a nuestros cuerpos. Es decir esa energía que nos permite seguir integrados, danzando al medio de la entropía que nos rodea como un huracán y que siempre amenaza con devolvernos al caos original, al descanso termodinámico que es la muerte. ¿Qué más mutualismo entre nosotros y el sol y las plantas que éste? ¿Qué más dependencia? Con razón muchos seres humanos adoran ambos, al sol y a las plantas. No es para menos. ¿Cuándo fue la última vez que saludaste al sol o a una planta con respeto, amor y gratitud, con asombro? Todavía es tiempo.

Si nos percibimos a nosotros mismos como pequeños sistemas, nos daremos cuenta que somos mutuamente dependientes con muchísimas otras cosas, seres y fenómenos de la biosfera. También somos el clima: lo modificamos, sin querer queriéndolo. Muy concretamente, el clima, y la calidad del aire de la Tierra, dependen de nosotros los humanos, y nosotros obviamente dependemos vitalmente del clima, aunque se nos olvide en nuestras casitas, donde el agua sale de una llave, donde el calor del sol brota de algún tipo de calefacción que quema alguna forma de sol empaquetado (leña, carbón, gas licuado, petróleo). Nuestro sistema, como individuos y como especie, y el sistema clima, son mutuamente dependientes, conforman una simbiosis. Todos estos son fenómenos sinérgicos.

Ahora, para qué decir de todo lo que cazamos, criamos y cultivamos para subsistir. (Es fácil olvidar nuestra dependencia biosférica en este aspecto cuando nuestro alimento lo “cosechamos”, lo compramos en los supermercados, sin más esfuerzo que el del empujar el carrito y pagar). Esta también es una relación de dependencia mutua, pero, en el caso de agroindustria comercial, totalmente explotativa, esta relación ha llegado a ser un parasitismo. La relación del sistema urbano-industrial-tecnológico-militar-comercial -de todos los que vivimos dentro de este sistema- con la biosfera entera es, querámoslo o no, un feroz y primitivo parasitismo. En este caso sólo el ser humano deriva aparente provecho de la interrelación, mientras que el resto de la biosfera lo estamos degradando a ojos vistas alrededor nuestro. Se sabe que en este momento se están extinguiendo cantidades de especies animales y vegetales a un ritmo aterrante. Sin comentarios... Como dijo el Jefe Seattle hace ciento cincuenta años, esta pérdida no es tan sólo material; es pérdida del espíritu mismo de la Madre Tierra, de nuestro propio espíritu.

Los antropólogos que estudian a los pueblos arraigados de los Andes, concluyen que la relación que ellos tienen con los animales que hacen posible su mundo, con las llamas y alpacas, con los cuyes, e inclusive con los equinos y bovinos, y con los cultivos de los que ellos dependen, es mucho más cercana a una cooperación, a una simbiosis, que a la explotación de los animales y plantas que es común y casi incuestionable en nuestra cultura.

Como decíamos antes, de toda la biosfera, las plantas son las únicas que parecen recibir el sol, el sustento, pasivamente, sin aparente esfuerzo. Igual ellas tienen que ganarse su espacio y su tiempo: sufren sequías, inundaciones, incendios, los efectos de erupciones y todo tipo de fluctuaciones del medio ambiente, así como el hambre de animales, insectos y, hoy más que nunca, la voracidad de los seres humanos. Nada es regalado en el sistema biológico, a pesar de que todo está a la vez ahí regalado. Cuesta ganarse la cuota de materia, energía, información y otros, que son necesarias para mantenerse vivos y... ser felices (¿?)

Gregory Bateson, uno de los pioneros ‘papachos’ de la ecología profunda, insistía en que todo ser humano debiera ser educado para entender muy bien la Ley de la Entropía, y así darse cuenta de lo milagroso y laborioso que ha sido y sigue siendo el desarrollo de la biosfera... casi cuesta arriba. Es evidente que cuesta mucho más crear, organizar, que destruir. Con una motosierra, de poderoso motor contaminante, en contados minutos se echa abajo una Araucaria milenaria. De mil maneras, en segundos, se troncha una vida humana. Con las bombas atómicas, en un relámpago furioso, podríamos destruir la presente biosfera, nuestros cinco millones de años de historia, con todos sus “apagones” –extinciones masivas- de lo viviente incluidos.

Muchas degradaciones irreversibles que estamos infligiéndole al sistema biológico son también expresiones de la entropía. El petróleo que estamos quemando lo perdemos para siempre en nuestro tiempo geológico. Esos gases tóxicos que provienen de su combustión ya no pueden volver a transformarse en petróleo... Algunos de los deshechos radioactivos que están produciendo los reactores nucleares tienen vidas activas de millones de años. ¡Qué legado que estamos dejando a generaciones venideras y al futuro de toda la biosfera!: la radioactividad concretamente desordena –entropiza- el finísimo trabajo, el tejido genético, la simbiosis de las moléculas, que ha permitido el florecimiento y desarrollo de todas las formas de vida que conocemos. Estamos maltratando, degradando, envejeciendo prematuramente nuestra propia biosfera, nuestro propio cuerpo macroscópico, incrementando en forma contundente y notoria, como si lo hiciéramos a propósito, la entropía natural de la biosfera. La entropía no es mala, tal como la muerte tampoco lo es; al contrario, incomprensiblemente, la entropía, en su justa medida, es uno de los polos entre los cuales se genera la vida. El otro es la sinergia.

SINERGÍA

Danzando, entonces, con la entropía, muchos elementos y fenómenos del universo logran integrarse como cuerpos dentro de cuerpos... la armonía de las esferas... gracias a su infinita e innata capacidad de cooperar y armonizar entre ellos. Gracias a esta integración, que tiene mucho de divino y milagroso, y que es por lo tanto incomprensible, como todo lo sagrado, estos cuerpos o sistemas logran subsistir por largos períodos que dependen de la dimensión del sistema. Galaxias y sistemas solares se forman –se reproducen- y viven billones de años hasta su desintegración. Basta meditarnos nuestro propio cuerpo: esta galaxia de partículas, átomos, moléculas, células, tejidos, órganos, líquidos, sustancias, energías, mensajes sutiles que van y vienen a increíbles velocidades... para extasiarnos de asombro con la sinergia que existe entre todos estos fenómenos y elementos, y cuyo resultado es que nuestro cuerpo, literalmente, no se desintegre en este mismo instante, y que pueda vivir ochenta o cien años...

De la misma forma podemos meditar en la asombrosa sinergia que mantiene la unidad, la vida, de toda la biosfera. (Y del sistema planetario, y de la Vía Láctea... y del Cosmos). Actualmente muchos seres humanos en la Tierra están sumándose a las fuerzas entrópicas del universo. ¿Cómo podría ser este planeta si la humanidad, consciente, artística e ingeniosamente, nos sumáramos a la sinergia? Igual habría trabajo, dolor y muerte, pero en otras condiciones... Podríamos transformar este planeta en un vergel sin fronteras... y viajar... por el espacio infinito, espiraleando con las galaxias, irradiando luz y calor, y música, trinos de pájaros y carcajadas de niños, y el eterno ruido blanco de innumerables cascadas, torrentes y olas cristalinas.