Por:
Francisco
Javier Bécquer.
El
amor...
sí, aquel tiempo desmemoriado,
en el baúl del profundo sueño,
sonidos paranoicos que me vuelven ciego
El
la amaba tanto, que podía hacer cualquier cosa
por complacerla. Ella, en cambio, era una de esas ninfas
que viven encerradas en un mutismo que las lleva por
diferentes dimensiones del alma. Musa por naturaleza,
sus ojos verdes esmeralda podían atravesar el
alma de cualquiera y sondear los pensamientos más
ocultos de los seres vivientes. Su cuerpo esbelto era
similar a una estatua de mármol blanco. Sus manos,
una obra maestra forjada con los más preciosos
metales.
La
noche ya reposaba sobre el oscuro valle de Mortem. Las
campanadas de la iglesia invitaban a una ceremonia para
celebrar al apóstol Juan, y Sofía concurrió
con su familia a la celebración religiosa. Llegando
al pórtico de la iglesia pudo ver a su eterno
enamorado, con un abrigo negro y la cara pálida
de frío. Se le acercó disimuladamente.
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-Esta
noche, después de la ceremonia, debes venir a casa. Tenemos
una cena especial y estás invitado.
-Como sombra errante llegaré, por ti, Sofía.
-Entonces, a las nueve.
-¿No habrá problemas con el portero?
-Dile que estás invitado por mí y le entregas
este papel firmado por mi mano.
-Entonces dijo él mientras le besaba la mejilla-, nos
veremos en tu casa esta noche.
Sofía vivía en una hermosa y gigantesca mansión
cerca del cementerio del pueblo. Un bosque de pinos y acacias
rodeaba la mansión construida en piedra y concreto. Las
murallas alrededor del bosque ponían límite al
gran castillo, morada de esta princesa de mármol.
Cuando ya finalizó el oficio religioso, Rodrigo se
encaminó hacia la casa de su amada con paso presuroso,
llevando en sus manos una caja de finos chocolates. Al llegar
al portón de la mansión, Sofía misma
salió a recibirlo.
-¿Cómo que tenía que presentar esta firma?
-Ya no vale, Rodrigo estoy aquí yo misma en persona.
-Entonces vamos.
-Es noche de San Juan, Rodrigo...
-¡Noche de San Juan! ¿Y que haremos?
-Escuchar a los demás contar sus historias.
-¡Yo pensaba que hablaríamos de nosotros!
-Deja eso para otro día.
-¿El amor?
-Venga, vamos... Te quedas esta noche en casa, si quieres...
En el pueblo de Tetricovia la noche de San Juan era sinónimo
de quedarse en casa con la familia, después de la ceremonia
religiosa, y contar mil historias y leyendas, narraciones
que casi siempre cuentan de los espíritus que vagan
por el pueblo llamando a sus seres queridos y asustando a
los que se atreven a aparecerse por las calles.
En casa de Sofía la cena ya ha concluido y en el salón
de las tertulias todos conversan animadamente, mientras que
en el salón de la música se escucha suavemente
el inconfundible estilo de Chopin. Sofía y Rodrigo
están sentados en un lugar apartado del salón,
escuchando las historias que comentan los invitados y algunas
ancianas del pueblo.
En un momento, cuando ya las palabras de las viejas se hacen
monótonas, Sofía y Rodrigo se besan. De pronto,
ella reclamó:
-¿Me quieres mucho, Rodrigo?
-Sí, por supuesto, mi niña hermosa.
-¿Tanto como para cumplir cualquier deseo mío
esta noche?
-Lo que sea...
-Bueno, mi pañuelo de seda se me ha caído hoy
en la plazuela del cementerio...
-¡El cementerio!
-¿Qué hay de malo, amor? ¿Acaso temes
a los que ya no están? ¿Temes a los muertos?
-dijo Sofía recalcando con alevosía esta última
frase.
-No es por eso, Sofía, es por la noche de San Juan.
-No pasará nada, son sólo leyendas de las viejas
de este pueblo.
-Yo... a pesar de todo, creo...
-¡No seas tan cobarde! -exclamó Sofía
mientras le miraba con esos ojos inigualables en belleza.
-¡Entonces iré! -dijo Rodrigo, y desapareció
de la mansión.
-¡Rodrigo, es solo una broma, para asustarte! -alcanzó
a decir Sofía.
.
PCuando ya todos se acostaron a dormir, Sofía, en su
pieza, se puso a rezar por cada uno, especialmente por su
Rodrigo, por que en el fondo de sí misma ella también
creía que en la noche de San Juan ocurrían cosas
terribles a los que osaban interrumpir los sueños de
los muertos. Dentro de todos sus rezos la imagen de su amado
le dio ánimos para acostarse Y dormir. Pero esa maldita
noche no pudo conciliar el sueño. Los tenues sonidos
de la oscuridad exterior se escuchaban persistentemente en
sus oídos. Los aullidos de los perros, la brisa helada
meciendo los árboles, el tic-tac del reloj de péndulo
en su pieza... Entre esos sonidos creyó percibir que
unos pasos livianos subían las escaleras, seguían
por el pasillo y, finalmente, se aproximaban a su alcoba.
Cuando la puerta inevitablemente se abrió, Sofía
sintió un fuerte escalofrío y un dolor en el
corazón. Se escondió bajó las sábanas.
Cuando se atrevió a mirar, pudo comprobar con pánico
y dolor que el pañuelo de seda estaba en el suelo y
que el fantasma de Rodrigo la miraba suplicante, sin poder
hablar...
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