Por:
Humberto Espinosa.
Para
mí, ella es lo mejor de mi curriculum.
Tuve la suerte de tener una Madre excepcional. Hija de una
modesta costurera y partera, heredó de su madre las
fortalezas para enfrentar la vida y la capacidad para darse
a sueños y alegrías. De joven se sumergía
en las fiestas de primavera disfrazada de gitana sobre un
carro alegórico recorriendo la Alameda, o hacía
deportes al aire libre. Fue maestra de jóvenes, formadora
de profesores, distinguida en Chile y otros países.
Era ciudadana del mundo. |
|
|
Se daba
tiempo para tejernos las calcetas de invierno, para hacernos
ricos guisos, para ponernos las cataplasmas calientes en el
pecho o deleitarnos tocando el piano en las tardes de invierno.
Con mucha sensibilidad, desde joven se interesó por los
problemas de los débiles. Fue dirigente gremial, feminista
activa y luchadora por la paz. Siempre la vi sacrificarse por
su ideales, pero nunca dejó de estar presente en nuestra
vida familiar. Jamás la vi llorar, salvo cuando los norteamericanos
lanzaron sus bombas sobre Iroshima y Nagasaki. Sus últimas
luchas fueron en contra de la dictadura, por la defensa de derechos
humanos en Chile y por recuperar la democracia.
Desde joven
tuvo libertad de pensamiento, lo que preocupaba a la sociedad
de esos años. Gran escándalo entre las rancias
señoronas del balneario de Algarrobo causaban los jóvenes
de su grupo que jugaban revueltos en la playa, niñas
y muchachos, a la vista de todos. Se metían al mar casi
luciendo sus pudores, con sus trajes de baño...
¡sin faldín! Cómo habría aplaudido
ella el destape del Cajón del Maipo aparecido en la tapa
del Dedal de Oro, ahora, casi ochenta años después
de que ella y otras chiquillas se bañaban en las playas
con sus provocadores trajes, o que esquiaban en las laderas
de Lagunillas bajo el sol de primavera con pequeños short
y reducidos petos luciendo sus bronceados hombros y bellas figuras.
Hay que pensar que en esos años mi Madre tuvo que llevar
una declaración jurada ante notario a la
dirección del Pedagógico para poder salir a terreno
en las clases de geología, junto a sus compañeros,
por un par de días, asumiendo mi abuela y ella toda
responsabilidad por lo que le pudiera pasar en estas prácticas
a esta niña joven y buena moza...
Sólo
una vez tuve clases con ella en el Manuel de Salas, donde estudié,
y donde mi Madre, precursora de la experimentación y
la coeducación con otras progresistas maestras de la
época, era profesora de Historia y Geografía.
Nunca dediqué tanto tiempo a un ramo como al suyo: Mitos
y Leyendas. Me saqué la mugre durante todo un trimestre
en mi trabajo final, con dibujos y mapas en que quemé
mis pestañas con Isis, Osiris y Amon Rah. A pesar de
ello, la Señora Olga me colocó sólo un
cinco. No me atreví a reclamar a esta tan especial profesora,
la misma que en casa, sin dejar de ser estricta, era mi amorosa
y dedicada Madre, que me regaloneaba o me retaba con más
de algún merecido coscacho por mis maldades. No me atreví
esa vez a ponerte un siete porque eras mi hijo, aunque verdaderamente
te lo merecías..., me confesó muchos años
mas tarde.
Como todo
niño, fue la primera mujer de quien me enamoré,
por ser la más bella, por supuesto. La recuerdo despidiéndose
de mí en el jardín de casa, también caminado
por los cerros de Lagunillas, ella con short y una blusa de
colorida pañoleta de espalda descubierta, nosotros de
pantalón corto, gorro y bototos con toperoles, tomando
agua de las vertientes, metiéndonos en las vegas, corriendo
cerro abajo, admirando el vuelo de los cóndores, recogiendo
flores, piedras de colores, sapitos de manitos amarillas, saltamontes,
arañas... Amaba la montaña, y en especial Lagunillas,
donde hace unos años, en el alto del Portezuelo, junto
a su banca, lanzamos sus cenizas al viento, igual que las de
mi Padre un poco después. Ya en sus noventa años,
a veces la llamaba un sábado en la tarde y le decía
Madre, me queda el último pasaje para hoy a las 21 hrs.
a Lagunillas, por si le interesa. Me contestaba luego te llamo,
voy a pedir permiso (a mi padre supuestamente). Me llamaba y
me decía ya, estoy lista. Partíamos a esa hora,
en verano, los dos solos, y no parábamos hasta llegar
a eso de las 11 de la noche al Portezuelo (a 2.400 mts.), sin
siquiera parar en el Refugio del Club Andino. Ahí la
ayudaba a bajarse y nos poníamos a mirar las estrellas.
Mira la Cruz del Sur, las Tres Marías, Orión...
decía entusiasmada como cuando éramos niños.
¡Ahí se cayó una! ¡Qué dirían
mis serias amigas si vieran a esta vieja loca casi a media noche
mirando las estrellas aquí en la punta del cerro! Luego
bajábamos al Refugio a dormir, no sin antes tomarnos
una sopita caliente o un rico café bien conversado.
Eso y mucho
más era mi Madre..., y no me extrañaría
que aún siga siendo igual, creando, inventando, correteando
ahora entre esos sus cerros, los mismos que recorrió
junto a mi Padre. Hoy vuelven a hacerlo, y van por los antiguos
senderos de los recuerdos de una vida vivida plenamente.
Más
sobre ella en www.mujereschile.cl
y www.demujeramujer.cl
buscar Olga Poblete Poblete.
|