:: PREÁMBULO.
   Primavera y sensualidad
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Diversiones e ilusiones pueden tenerse cada día, pero son más fuertes en primavera, cuando el tiempo templado y las flores abiertas parece que le pusieran alas al cuerpo y al espíritu, elevándolos hacia la recreación, la emoción, la sensualidad... De allí a los amores fugaces hay sólo un paso. Son amores de un abrir y cerrar de ojos, amores para un rato de diversión, amores de aventura, amores sin compromiso. Aquí se plantea una pregunta moral: ¿Hasta qué punto se puede ser libre? ¿Dónde están los límites de una relación sólo de disfrute? La respuesta no puede ser absoluta, válida para todos por igual. Para algunos más desprejuiciados, el sexo puede practicarse siempre, cuidando sólo algunos aspectos relacionados con la salud. Para otros, el sexo está reservado para el matrimonio, y la fidelidad es un valor absoluto. Cada cual tiene el derecho de pensar como le parezca y le convenga.

Sin embargo, hay un principio con el que todos estaremos de acuerdo: la gratificación del sexo sólo vale la pena si se lo practica con respeto al propio cuerpo. Cada día son más las personas que piensan que, si bien el sexo puede practicarse con libertad si así se desea, posee, no obstante, una dimensión última que es sagrada.

Así como no se debe obligar a otros a actuar dentro de la moral dominante en la sociedad, condenándolo porque mantiene relaciones íntimas “indebidas”, tampoco se puede imponer el criterio de una “sexo sagrado” con el fin de impedir las relaciones libres. Lo cierto es que cada cual puede decidir sobre su propio cuerpo. El grado de madurez o inmadurez personal, entonces, toma dimensiones importantes, ya que la decisión sobre hasta qué punto llegar en las relaciones esporádicas dependerá de ese grado de madurez.

Cada cual debe saber lo que le perjudica. A veces las circunstancias de un momento motivan a realizar acciones que, más tarde, se lamentan. Referente al sexo, cuando éste se practica sin sentimientos de amor, suele suceder que posteriormente se sufre un vacío existencial que supera cualquier goce que se haya experimentado. Se trata de una profunda insatisfacción interior, aparentemente producto de un placer corporal pasajero, sin compromiso.

El sexo bien hecho tiene gusto a plenitud perdurable, no a placer de segundos o minutos. Si no es así, más vale esa otra forma de sexo, el hermoso juego erótico, sin llegar al acto sexual en sí. Ese juego hace volar la fantasía y suele conseguir algo que el afán consumista con que se practica el sexo hoy en día no consigue: una emoción resplandeciente que perdura. El juego erótico abre alas que alejan de los peligros del sexo hecho a la ligera: embarazos y enfermedades indeseados.

Hacer el amor no es una actividad como ducharse o tomar té cada día. Cuando el acto sexual proporciona satisfacción real, es cuando uno se ha entregado con alma y cuerpo, sin engañarse, sin inventarse una pasión a raíz de la propia soledad o del florecimiento de alas primaverales. Sólo hay una manera de saber si una relación sexual ha entregado una satisfacción verdadera: experimentar un sentimiento tan profundo de realización, que su recuerdo es duradero, más allá del placer momentáneo. Dura meses, dura años, no se olvida. Entonces se comprende que no se necesita practicar el sexo como si fuera una ducha diaria.

La primavera le abre alas al deseo fugaz. La sensualidad sincera le abre alas al amor duradero.


J.P.Y.B.