Relato hablado, rescatado Por: Cecilia Sandana González
Cinco
doncellas vivían en le Cajón del Colorado,
junto a sus padres y sus dos hermanos. Eran cinco bellas
niñas, ya con su cuerpo transformándose en
el de una mujer. Una tenía los ojos de cielo y las
demás color tierra. Eran más bien bajitas,
de caderas anchas y cintura angosta, piel blanca y pechos
firmes, apretados con un corset de saco harinero. Vestían
siempre de faldas anchas y polleras zurcidas por la madre,
quien no dejaba al descubierto ni los talones de sus hijas
porque tenía miedo que las fueran a mirar los hombres
que pasaban por el lugar. Diariamente
se levantaban muy temprano, cuando la luz del día
aún no asolaba por aquellos parajes. Lo primero era
ir a lavarse al arrollo y a peinarse las largas cabelleras,
mientras el padre junto al hermano mayor ordeñaba
un par de cabras para la leche del desayuno. La leche se
hacía hervir en la hoguera que estaba en medio de
la cocina, y se acompañaba con huevos fritos fresquitos
y pan amasado hecho por la ñora. |
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Después
del desayuno reponedor, se lavaban los tachitos y cada uno ya
sabía qué hacer: unos a regar la chacra, otros
a darle el pasto a los caballos, a terminar de ordeñar
las cabras, a barrer las piezas y a orear la casa
Y a
eso de las nueve, las niñas junto a sus hermanos debían
llevar a pastar las cabras al cerro.Caminaban como dos horas
hasta llegar a una buena vega, y sólo los hombres se
quedaban todo el día con ellas en la montaña.
Las niñas debían regresar a la casa.
Un
día, al llegar al ranchito, la madre mandó a dos
de las niñas a lavar la poquita ropa que tenían
al estero. Les tocaba a la ojitos de cielo y a la hija menor,
la más chica y la más linda de todas, la de la
cabellera más exuberante: eran grandes rizos negros que
se esparcían por toda la espalda hasta su pequeña
cintura
Caminaron riendo hasta la agüita, y como
era un día caluroso querían meterse al agua, sin
que su madre lo supiera, por supuesto. Así es que llegando
a la poza se sacaron la ropa, quedándose sólo
con los calzones puestos, y se metieron al pozón más
grande
Contentas cantaban cuecas aprendidas de la madre
-que era una cantora popular como las tantas olvidadas en el
campo chileno-, y se acordaban de los huasitos del fundo del
Manzano que las pretendían, pero que la madre, celosa
de sus hijas, no permitía que se les acercaran
Ya
casi era hora de regresar, así que metieron la ropa al
agua y la golpearon pa que se limpiara. Salieron a tomar
sol a una piedra y a tender la ropa para que se secara un poco
Al ver que no venía nadie no se vistieron, sino que taparon
sus pechos con sus cabellos. Más bellas aún se
veían. Mientras se terminaban de orear sintieron el galopeo
de un caballo, pero no le tomaron asunto hasta que vieron muy
cerca a una niña, hija de otro capataz, la que sólo
las miró y se echó a correr con su caballo. Ellas
ni se inmutaron, sólo se vistieron, agarraron la ropa
húmeda y se fueron a la casa. Pero al llegar, la niña
pequeña de rizos grandes sintió un fuerte dolor
de cabeza, que la hizo recostarse en su camita. La madre creyó
que había sido el sol por el baño que esta chiquilla
tonta se había dado. Tanto que les había encargado
ella, cabras lesas no más
Pero al anochecer ya
la pobre niña gritaba de dolor y se le salía el
pelo a montones. Le daban agüitas de hierbas, le ponían
compresas, el padre le rezó y le hizo un sahumerio con
romero castilla y ruda, pero no había caso. Así
es que ahí pensó que lo que estaba pasando no
era cosa buena, que le habían tirado a su hija quizás
qué. Tendría que aguantar toda la noche y en la
madrugada partiría a ver a una médica en San José;
porque en ese tiempo habían puras viejas hierbateras
por aquí.
Así
lo hizo el hombre, y apenas llegó frente a la médica
ella le vaticinó que si no hubiese ido a verla, en la
tarde la hija estaría muerta, porque lo que le tiraron
era para matarla altiro. Dijo que era de pura envidia no más,
y que para sacárselo debía lavarle la cabeza con
unos menjunjes que ella le dio, hacerle un sahumerio que según
dijo era milagroso porque había salvado a mucha gente,
y rezarle unos padre nuestro, y tener mucha fe no más,
porque al tercer día el mal se irá devolviéndosele
a quien lo hizo.
Cuando
el padre regresó la niña ya estaba heladita, como
que se quería ir, así es que le hicieron el ritual.
Apenas empezó ella se durmió y no despertó
hasta el otro día, ya más repuesta. No pasaron
ni dos días y ya andaba en pie. Se hizo moños
para que no se le vieran los pelones, pero se veía igual
de linda. . A la semana ya quería salir a dar una vuelta,
y le pidió a uno de los hermanos que le ensillara un
caballo, lo tomó y se fue galopeando al estero. Allí
se encontró con varias mujeres lavando sus tiras, que
comentaban que hacía dos días que había
muerto la hija de un capataz, la que trató de hacer un
mal, pero se le devolvió mandándola a la tumba...
DdO
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