:: SABIDURÍA ORIENTAL.
    El Andariego.

Por: Gastón Soublette Asmussen.

En el Libro de las Mutaciones (I CHING), “El Andariego” corresponde al signo Lü. El trigrama superior es el Fuego, Li. El trigrama inferior es la Montaña, Ken. El fuego encendido en la montaña. Visible en la noche como un punto de luz genera un raro presentimiento. La distante presencia del que no vemos y ha tenido la osadía de buscar refugio en la altura cuando todo invita a pernoctar en los bajos, cerca del arroyo, bajo los follajes.
¿Quién o qué es el andariego? Es uno que se aleja. La separación es la suerte del andariego. El decir adiós es el rigor de su ley. Esto es, la separación como destino, pues hay hombres hechos para la marcha, para el cambio permanente.

La utopía de un supremo bien que ha de buscarse es la secreta motivación del andariego, sea peregrino ruso, ronin japonés, monje errante de la India, rodante chileno del siglo XIX, hippie alemán de los años sesenta. Su motivación es tan secreta como lo es la esperanza de que nunca ese bien supremo será hallado.

Lo que se gana en fuerza, dice una ley de la física, se compensa con camino recorrido. Así, el andariego paga el precio de su incesante vagar por la tierra con miras a la adquisición de esa fuerza que nunca se termina de adquirir. No se marcha incesantemente por un motivo que pueda ser precisado en una explicación. Por lo general el andariego no puede dar razones de su destino. Se dice utopía, porque es una búsqueda insaciable, porque ante una utopía siempre estamos en camino.

El fuego queda sobre la colina, es la huella del andariego. En el TAO TEH KING se dice que el buen caminante no deja huellas. En una primera lectura es como habilidad defensiva que debe entenderse esto. En una segunda, lo entendemos como pericia y limpieza en los actos. El zorro perseguido por los lebreles va dejando al paso la huella de su olor en sus pisadas. Para despistar a sus perseguidores suele saltar sobre unos peñascos y de ahí a otros para interrumpir la continuidad del rastro olfativo. Los lebreles se detienen entonces ahí donde el zorro saltó y no pueden ir más allá en su persecución.

La habilidad y la limpieza en los actos se echa de ver justamente en la ausencia de rastros. Un caminante atolondrado dejará a su paso las manchas y desparramos de su aturdimiento. Pero el monje abad amonesta al discípulo si en el suelo de la cocina del monasterio encuentra botado un solo grano de arroz.

Pero la cita del TAO TEH KING tiene un sentido metafórico. Las huellas que quedarían al paso del mal caminante, son ahí las consecuencias de sus actos incompletos o fallidos, los cuales se marcan como rasguños o zarpazos en la delicada sustancia de su mente. Si un hombre camina así por la vida, en la etapa tercera de su existencia habrá acumulado un pesado fardo de sufrimientos autoinfligido. Después se pregunta: ¿por qué me ocurren estas cosas a mí? Hasta que encuentre a quién le diga con autoridad (el I CHING) que su proceder en la vida no fue hábil ni limpio, y que los rastros de su torpeza comienzan a aflorar ahora en el fluir del acontecer cotidiano.

Pero con lo dicho hasta aquí no se agota el breve y sencillo historial del andariego, porque de los tales se encuentran en todos los territorios habitados por el hombre y en todas las épocas de la historia conocida (la vida como aventura cotidiana al azar de los vientos es inconcebible para quien no tiene ese destino). Aunque hay hombres asentados y establecidos que en sueños continúan su interrumpido destino de andariegos. Nadie les quita lo andado, como al libertino arrepentido nadie le quita lo bailado. Pueden ser destinos fallidos que deben pagarse con un desenlace indeseable, pero pueden ser también destinos en los que la calidad trashumante sólo se debe cumplir en una etapa de la existencia, para luego parar en otra. El que después se tenga que obedecer al imperativo de otro destino se debe a que el hombre debe acudir a otro llamado, esto es, el de peregrinar a sus tierras hondas.

Hombres como Gustav Mahler y Karl Gustav Jung hicieron de su propia alma la “terra incognita» de sus peregrinaciones.

Pero aún así no se agota aún el historial del andariego. La última verdad que alumbra en su horizonte es memoria genética. Porque los andariegos y peregrinos de sí mismos son, ambos, descendientes del homo sapiens arcaico, ese que no fue el habitante de ningún lugar. Toda la familia humana antes de la invención de la agricultura racional fue una humanidad andariega y el campo de sus incursiones por la tierra medía varios cientos de miles de leguas.

Algunos andariegos célebres y peregrinos de sí mismos pueden darnos sólo una muy vaga idea de lo que fue la aventura de vivir antes de que nadie fuese el habitante de un lugar. Antes de que el fratricida Caín, el agricultor, herrero, constructor y punta de lanza del progreso, decidiera establecerse en la ciudad de Enoch, que él mismo construyó, abandonando la incesante búsqueda del inhallable bien supremo, ese que los caballeros del medioevo llamaron Santo Grial.

DdO