Relato 
                    hablado, rescatado por Cecilia Sandana González. 
                   
                    Esta historia sucedió hace años. A mí 
                    me sonó cómica y está inserta en ella 
                    la viveza del chileno. Me la relató quien ayudó 
                    a confeccionar la mentira, la que sólo ahora sale a 
                    la luz, porque aún se la recuerda en la memoria colectiva 
                    como un alma en pena que esperaba a los paseantes. Pero sin 
                    embargo era un simple cristiano. 
                 
                
                   
                    | En 
                      San Juan de Pirque sucede todo. Se trataba de un hombrón 
                      moreno y robusto por la buena vida, que no le trabajaba 
                      un día a nadie. Vivía en uno de los fundos 
                      de la zona, pues un patrón de buena voluntad le había 
                      cedido un pedazo de tierra para que se asentara con tanto 
                      cabros chicos que tenía, que daba pena que anduviera 
                      pa'rriba y pa'bajo. Su mujer lavaba ropa ajena y con eso 
                      tenía para un platito de caldo que fuera pa' sus 
                      hijitos. Eran como ocho cabros de edades parejitas, porque 
                      mientras estaba lavando los pañales de uno, ya venía 
                      el otro en camino. Los niños gracias a Dios eran 
                      sanitos y los más grandes ayudaban a la mamá 
                      trayendo verduras y frutas de la estación cuando 
                      los recibían de temporeros en los fundos vecinos. | 
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                El padre 
                  no hacía más que levantarse, echarse una lavada 
                  y sentarse bajo el ciruelo a pensar en quién sabe qué 
                  cosa. Mientras tanto la mujer debía dibujar pa' tenerles 
                  que comer a todos. Por las noches el hombre salía a conversar 
                  con los amigos, a jugar cacho y a tomarse un copete. Había 
                  un ñato con el que eran re amigos, y un día entre 
                  risa y risa salió la idea de disfrazarse y asustar a 
                  la gente, pero por puro huevear, de aburridos lo hacían. 
                  Fueron a la casa del ñato, que tenía cueros de 
                  oveja, los sobaron un poco y los unieron hasta que formaron 
                  un disfraz de oveja gigante. Parecía cualquier cosa, 
                  pero serviría para asustar a las viejas que pasaran por 
                  el lugar. Lo echaron a un saco y salieron caminando, se pusieron 
                  a la entrada de San Juan de Pirque, atrás de unas matas 
                  de espino, y cagados de la risa esperaron que alguien viniera. 
                  Igual estaban medio curaditos, pues coincidía con fin 
                  de mes, de manera que andaban todos pagados, y en el bar donde 
                  habían estado varios viejos buena gente se habían 
                  puesto con un copetito. 
                Entre risas 
                  y tallas que contaba la oveja gigante, oyeron unos murmullos 
                  que se acercaban, entonces se quedaron callados, y en eso, cuando 
                  estaban cerquita, la oveja se para y empieza aullar. Era una 
                  vieja con un viejo, traían sacos con las compras para 
                  el mes, pero no supieron de nada, tiraron las bolsitas a la 
                  cresta y arrancaron muertos de terror... La oveja los perseguía, 
                  y cuando parecía que ya los iba a agarrar, se devolvió 
                  apretándose la guata de risa. Salió su compadre 
                  del escondite, la risa no paraba. En eso van a ver los sacos 
                  de la gente y la sorpresa fue que estaban llenos de mercadería. 
                  Había harina, azúcar, yerba mate y cuanta cosa 
                  más, así es que el hombre disfrazado agarró 
                  los saquitos al hombro y se fue pa' la casa. Su mujer estaba 
                  contenta, hacía meses que el esposo no traía nada 
                  para parar la olla, así es que casi hubo una fiesta en 
                  la casa. Pero el chiste no paró allí, la oveja 
                  aparecía para todas las quincenas y fines de mes, cuando 
                  ya oscurecía. De esta forma el hombrón alimentó 
                  a su familia por meses sin que nadie se atreviera a averiguar 
                  qué diablos era ese ser... Hasta que un capataz de un 
                  fundo, aburrido de que los inquilinos llegaran sin nada para 
                  el mes, decidió esconderse en el lugar para ver qué 
                  pasaba. Justo ese día, por casualidad, el disfrazado 
                  se enteró de que iban a linchar a la oveja misteriosa, 
                  de modo que agarró el disfraz, hizo una hoguera y quemó 
                  los cueros. Le dio miedo porque si lo pillaban lo liquidarían. 
                  Así, sólo el recuerdo de ese ser está en 
                  la memoria de esa gente. Nunca nadie supo de quién se 
                  trataba, todavía muchos piensan que era un animal del 
                  diablo. 
                  
                  
                 
                 
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