:: GENTE DEL CAJÓN.
   La Noche del Clavo.

Por: La Yema, un homenaje a la memoria de mi padre.

Una fría noche de invierno, cuando los truenos cantaban, la lluvia danzaba y el viento aplaudía, mi papá me contó una historia, que ahora yo les cuento a ustedes. Era la víspera de un 24 de junio, noche de San Juan, cuando el diablo anda suelto. Por aquellos años de juventud osada de mi papá, estaba con sus amigos de juerga, tal vez con unos tragos encima, y de pronto a uno se le ocurrió una idea: apostar quién era capaz de clavar un clavo en una sepultura a las doce de la noche. Claro que lo haría aquel al que le tocara la pajita más corta. Llamaron al cantinero para que él fuera el árbitro y cortaron las pajitas. El cantinero las repartió, y con tan mala cueva que la más corta le toco a mi papá.

Se echaron unos copetes encima para tomar valor y se fueron por el cerro con dirección al cementerio. Como éste estaba cerrado, mi papá tuvo que saltar por la muralla con la ayuda de sus amigos. Llevaba un clavo y un martillo. Con mucho

miedo y respeto hacia los difuntos se acercó a una tumba y empezó su tarea, comenzó a clavar. Cuando terminó su faena y se levantó para ir donde sus amigos, de pronto lo pescaron del poncho de castilla y lo comenzaron a tirar y a ahorcar. El comenzó a gritar, pidiendo auxilio, ya que el diablo lo tenía sujeto. Sus amigos, al escuchar los gritos de desesperación, arrancaron del lugar. Antes por ahí no habían casas. Mi papá, como pudo, se sacó el poncho y no supo como saltó el muro. Y corrió, corrió como alma en pena hacia el pueblo. Todos se fueron a sus casas, ya que hasta la cura se les pasó.

Al otro día, cuando estuvo claro, se reunieron de nuevo y fueron al cementerio para ver qué era lo que había ocurrido en la noche anterior, y cuál no fue su sorpresa: al llegar a la sepultura de la apuesta se dieron cuenta que mi papá se había clavado la punta del poncho con el clavo. Se rieron mucho, pero les sirvió de lección para nunca más hacer apuestas, y mucho menos en la noche de san Juan, ya que el diablo siempre espera incautos para reírse de ellos.