:: LINTERNA- TURA
   Carta sobre el Cajón del Maipo.

BIBLIOTECA DE ESCRITORES DE CHILE
Obra de Don José Joaquín Vallejo
JOTABECHE

 

Maipo, abril 23 de 1841


Mi querido Manuel:
Ya estoy de vuelta, y puedo asegurarte que vengo de cordillera, como dicen, hasta los ojos.

El 10 del corriente salí de aquí con aquel gusto que sentimos al emprender un viaje en el que esperamos ver cosas nuevas, y recorrer lugares de los que no conocemos sino sus nombres. Desde que entré al cajón de Maipo empezó á satisfacerse mi curiosidad. La boca-toma del canal de este nombre, los obstáculos vencidos en su nacimiento; el caudal considerable de agua que contiene antes de dividirse en sus muchas ramificaciones, y la poblacioncita que forman los encargados de mantener y de reparar esta obra importante, son ya objetos dignos de ser visitados, dignos de un alto para examinarlos detenidamente.

Hasta este punto el camino de la capital es magnífico; y con semejante ventaja, la boca-toma del canal podría ser un paseo divertido é interesante para los aficionados á salir al campo en nuestras hermosas primaveras ó en las madrugadas del verano.

Hacia el interior, aunque se va aumentando progresivamente el encanto, el imponente espectáculo de una naturaleza inmensa en sus elementos y en la variedad de sus cuadros, las dificultades del camino son bien considerables, al menos para los que saben desplegar mucha alegría en sus excursiones y correr á caballo por los campos que acostumbran visitar con frecuencia. Si no fuese así, yo les recomendaría el pueblecito de San José y los puntos intermedios como de los mejores, en las cercanías de Santiago, para divertirse y solazarse sin las incomodidades de Colina, sin los peligros y el polvo de Renca, sin la tristeza mística de Apoquindo, y con todos los atractivos que vamos á buscar locamente, sobre todo, en las dos primeras Babeles. Las serranías peñascosas, por entre las cuales se ha abierto camino el bullicioso Maipo; los bosques que cubren y embellecen las infinitas quebradas que se suceden paralelamente unas á otras; la abundancia de deliciosas frutas, la feracidad del terreno que hay cultivado; las aguas cristalinas y riquísimas de arroyos innumerables; las muchas casitas que se encuentran al paso, y la lozanía de las muchachas que viven en ellas, no harían perdido un paseo á esa parte casi desconocida de los habitantes de Santiago. San José, en particular, ofrece cuanto puede desear una familia para pasar cómoda y alegremente una temporadita de verano, si busca una temperatura deleitable, baños excelentes, aire puro, en medio de una naturaleza noble, pintoresca y brillante, y de un vecindario cariñoso, cuyas costumbres sencillas desconocen los corsés, las corbatas y las demás torturas de la etiqueta.

Más adelante, quiero decir, más hacia la cordillera, siento confesar que en mi opinión el país no presenta interés sino al estudio de los que por profesión hacen él de la naturaleza, ó de los que por los sentimientos ó el temple de su alma se complacen en contemplar lo más imponente, lo más grandioso de esta máquina inmensa, sobre la cual viajamos por el espacio.

Como á 25 leguas de Santiago, dejando atrás el caserío de San Gabriel, empieza á variar el paisaje y á desnudarse de toda vegetación para sólo ofrecer á la vista riscos, piedras enormes, abismos, precipicios, torrentes y cuanto no puede mirarse sin experimentar un involuntario terror y una melancolía alarmante. No hay allí aquel amable silencio del bosque que nos embelesa, cargando de mil gratas ilusiones la imaginación adormecida; que nos hace recordar la dicha pasada y creemos gozarla de nuevo, ó que nos pinta como presente el blanco lejano de la esperanza; nada que embriague dulcemente el alma, que suavice el ardor de las pasiones que la dominan. El corazón se llena de tristeza, pero de aquella tristeza del misántropo, que le hace acusar al hombre; que le trae á la memoria las persecuciones de la ingratitud, las penas en que le han sumergido la calumnia y la venganza; de aquella tristeza que nos obliga á despreciar todo sentimiento de reconciliación con nuestros enemigos, y aun con la felicidad misma, si nos hubiera de costar el sacrificio de nuestros odios.

No creas, Manuel, que te pinto lo que yo sentí al recorrer esos yermos; porque sabes muy bien que los pocos amigos que tengo no me hacen echar menos los ya perdidos, y los que iré perdiendo así que me sea más difícil sujetarlos. Pero al hallarme en medio de aquellos más que agrestes lugares, me puse á imaginar lo que sentiría un emigrado trasandino, que huyendo de los verdugos de su patria, y considerándose ya seguro en nuestro suelo, se paraba, por primera vez, á reflexionar sobre su suerte, sobre la que correrían en ese instante su familia y aquellos de sus amigos que no había visto subir al cadalso, y sobre las irreparables desgracias del país de su cuna. Me figuré que los ecos de aquellas horrorosas soledades habrían repetido muchas veces las imprecaciones de esos fugitivos desgraciados, sus horribles juramentos de venganza y la expresión ardiente de su rabia y de su despecho. El recuerdo de una esposa abandonada ó el de una querida expuesta á la brutalidad de los bárbaros, no humedecería allí sus ojos. Los abismos y peñascos que en esos sitios rodean al viajero, alejan de su corazón todo sentimiento de ternura.

A los dos días y medio de marcha, llegamos á la falda de la cordillera principal, en el punto denominado Volcán,. por ser la base de un cerro elevadísimo en cuya cima existe uno que tiene el nombre de San José. Estaba entonces en pequeña erupción, y desde abajo divisamos los penachitos de humo que salían por su cráter, de minuto en minuto, poco más ó menos. Esto fué el 13 á las doce del día. El aire se hallaba en perfecta calma, ni una sola nube aparecía á la vista, y sentíamos bastante calor á pesar de hallarnos entre la nieve. Divisamos unas vacas que pacían en un lugar todavía muy superior al en que nos hallábamos, y á fin de reconocerlas, por si entre ellas había algunas de las nuestras, nos pusimos á trepar el cerro, buscando lo más accesible, hasta dominar el punto en que habíamos divisado los animales, no pudiendo por las fragosidades del sitio allegarnos á ellos. Desde ahí empezamos á gritar casi todos juntos para hacer que las vacas descendiesen al fondo de la quebrada; pero uno de los vaqueros prácticos que nos acompañaban, nos dijo en ese instante: no griten Vds., porque el cerro puede enojarse. Consejo que por entonces creí digno de algunas explicaciones, aunque poco después vi realizados los temores del huaso. Antes de cinco minutos la calma en que nos hallábamos se transformó en un viento impetuoso que levantaba remolinos de polvo por todas partes, y cuyo frío se hacía más y más irresistible. El cerro del Volcán cubrióse de una espesa niebla hasta más de la mitad, y muy pronto tuvimos que descolgarnos por aquellos riscos, huyendo la borrasca deshecha que se nos venía encima. No necesito decirte que no sé explicarte este fenómeno verdaderamente asombroso; aunque lo he visto y contemplado con muchísima curiosidad desde que empezó á manifestarse.

No hay en la Cordillera gran vegetación, quiero decir, bosques ni aun de arbustos; pero luego que, por los calores del verano, desaparece la nieve, se cubre de pastos abundantes; y puede entonces recibir animales hasta que se acerca de nuevo el tiempo del frío. Las quebradas y pequeñas llanuras forman otros tantos potreros que llevan diversos nombres; y casi todos están tan bien cerrados naturalmente, que la comunicación de unos con otros es muy difícil; y quizá el instinto mismo de los animales, tan superior para descubrir salidas de sus encierros, no es suficiente á encontrarlas en esos lugares. He visto potreros con más pasto verde en abril que los llanos más feraces en primavera, y engordan en ellos tanto las vacas como en los famosos de las cercanías de Santiago.

Hay también algunas minas de plata y de cobre, que se están trabajando, aunque no sé decirte si con provecho ó sólo con esperanzas. Entre los empresarios se cuenta un hombre que parece hallarse enlazado con la desgracia, y que, desde mucho tiempo há, es el blanco de los tiros del infortunio. A sus canas han sobrevenido las especulaciones frustradas; á estas la muerte de sus hijos; á la muerte de sus hijos el broceo de sus minas; al broceo de sus minas, el incendio de su casa, y al incendio de su casa la prisión de los hijos que le quedan vivos, por acriminaciones políticas. ¡Bien venido seas mal si vienes solo! El hombre que resiste á tantos golpes, ¿no es tan imponente y respetable como 1as moles de. granito de las cordilleras que he recorrido? ¿no es el digno barómetro en que deben conocer los grados de su desgracia los que tanto lloran y se lastiman por un tropezón que dan en la carrera de la vida?

He visto, en fin, mi querido Manuel, lo que sólo deseaba ver, porque no lo conocía, y lo que ahora quisiera que tú vieses, porque merece ser visto. Cascadas elevadísimas; cerros cortados por la corriente continua de las aguas, quién sabe durante cuantos siglos; el inmenso Maipo, que fertiliza tantas tierras y se derrama por tantas partes, pasando por entre dos peñascos que apenas le permiten un paso tan angosto que puede salvarse de un brinco; ríos que nacen de repente del pie de una montaña y se pierden en los abismos que cubre la base de otra; cerros desquiciados y desprendidos á impulsos de alguna fuerza superior aun á los cálculos de la imaginación del hombre, y todo esto sembrado en la gran extensión que alcanza á abrazar la vista. Acostumbrado á sólo conocer la naturaleza en sus vulgares funciones, si pueden llamarse así, de producir, descansar y volver á producir; á sólo ver bosques, llanos, mansos ríos, colinas poco elevadas, donde se halla trazado un orden inalterable y monótono, se abisma uno al encontrarse rodeado de toda la majestad imponente de la creación; al hallarse en un teatro que la naturaleza parece haber querido adornar con sus propias ruinas, con pruebas sorprendentes del inmensurable poder con que sabe obrar sus revoluciones y trastornos.

Al dejar esos sitios ¡cuán nobles y elevadas ideas nos acompañan! ¡qué mezquino nos parece lo que volvemos á ver!. Tengo un sentimiento profundo de no saber expresarte, como yo quisiera, lo que he sentido, lo que he gozado, y cuanto me decía el alma en los momentos en que, con tanto placer, me ponía allí á interrogarla.