:: TRAYECTOS DE VIDA.
   
 La bruja del 71.

Por:Ana María Arrau Fontecilla.

Trabajo desde hace 22 años en el Municipio de San José y vivo en la comuna desde hace catorce. Tengo una hermosa casita adquirida a través del Banco Estado y del Serviu, mediante una iniciativa que se denomina Programa Especial de Trabajadores. Cuando estas viviendas fueron construidas, ninguno de los postulantes se interesó por la que hoy es mi casa, porque era y es la que tiene el terreno más pequeño de toda la Villa Estación. Además, en ese tiempo, el terreno estaba desnivelado, y por lo tanto, el patio no se podía ocupar. También, todos sabían que esta casa, por debajo,
tiene un relleno, lo que supuestamente la hacía más débil que las demás. Cuando vi que nadie la eligió, me quedé con ella, y feliz de que así fuera.

Fue así como llegué a vivir ahí. A mí, desde un principio, me fascinó mi casa, porque al frente no tengo vecinos y por uno de los costados tampoco. Por tanto, la paz y la tranquilidad se respiran suavemente. Poco a poco y con esfuerzo personal fui haciendo arreglos, adelantos... En fin, haciendo y deshaciendo construí unos ventanales preciosos, desde los que puedo admirar un hermoso potrero verde, luego el río precioso, las montañas y esa paz y tranquilidad únicas que entrega este agradable Cajón.

Con este panorama ante mi vista, también yo observaba que, especialmente los fines de semana, a los niños, hijos de mis vecinos (son 50 viviendas), catorce años atrás les gustaba ir a jugar al potrero verde y hermoso. Yo los observaba desde mi patio o desde mi ventana y me entretenía muchísimo. Ellos también me veían siempre y me miraban curiosos. Pero un buen día se me ocurrió pensar: ¿qué pensarán de mí estos pequeños? Por esos años estaba de moda el programa de TV "El chavo del ocho", en el que había un personaje que era una mujer que miraba por una ventana y a la que los niños de la vecindad le decían la Bruja del 71, haciendo alusión al número de su casa. Me puse a pensar: ¿y si a estos peques se les ocurriese ponerme ese sobrenombre? En realidad, como que no me habría gustado mucho que me dijeran así, así es que rápidamente ideé una treta. Compré helados, jugos y bebidas, y cada vez que los niños jugaban yo los llamaba y les regalaba estos embelecos. Les enseñé a decirme: gracias, tía Ana María. Luego, cuando los encontraba en la calle, me saludaban como "tía Ana María", y así se me quitó esa tonta inquietud.

Tengo que contarles que hasta el día de hoy, en que ya son jóvenes grandes, me saludan gentilmente y me dicen "tía Ana María". Nunca he escuchado que me digan otro nombre.