:: FRAGMENTOS.
   Oro, veneno, puñal.

Por: Juan Pablo Yañez Barrios.

¿Cuánto de historia y cuánto de ficción hay en una pretendida novela o un pretendido libro de historia? ¿Cuánto de la ficción es historia y cuánto de la historia es ficción? ¿Acaso la ficción no es una realidad tan sólida como la realidad de la supuesta historia? Todo lo que se escribe, historia o ficción, sin excepción alguna, se fundamenta en la experiencia. Aquí está la madre del cordero: la experiencia es subjetiva, es diferente para cada mente.

Se puede pretender escribir un libro basado en la historia, se puede intentar retratar los hechos históricos objetivamente, pero el sello de la subjetividad de la mente humana sigue ahí. En Oro, veneno, puñal, un libro sobre La Quintrala, un libro basado en la historia, Virginia Vidal parece tener muy en cuenta lo anterior, y acierta. El hilo, la pista a seguir, es la

El gobernador Don Francisco de Meneses y Brito, prendado de la niña Catalina Bravo de Saravia y Henestroza
historia de la ciudad construida y des-construida por los hombres y la naturaleza, o, mejor dicho, por el enfrentamiento de hombres contra hombres y de hombres contra naturaleza. Es la historia de la vida mal entendida, la vida de la violencia y la dominación.

Se nota que para escribir este libro hubo una investigación concienzuda, pero, a pesar de eso, se nota también la inevitable y sagrada subjetividad de la mente humana, porque, finalmente, tenemos novela e historia, tanto una como otra sin fórmulas preestablecidas, así como es la vida misma. La verdad y la mentira no existen, sólo existe la interpretación.

Oro, veneno, puñal es un texto sobre crímenes, sobre vergüenzas y sinvergüenzuras, sobre objetos como tiestos, trajes, zapatos, medicinas, alimentos, etc.; sobre humanos, sobre machos y hembras, machos de la historia chilena y hembras de la misma historia, empezando por la mismísima y genial Quintrala y terminando con monjas y niñas cuyos comportamientos, gracias a Dios (valga la expresión), se alejan mucho de la mojigatería y la doble moral que se practica con tanto entusiasmo en la sociedad chilena actual.

Démonos el gusto de leer un trozo de la prosa brillante de Virginia Vidal, en la que el pan es pan y el vino vino:

(...) Pero al ver por primera vez a Doña Catalina Bravo de Saravia y Henestroza, al gobernador se le ablandaron las rodillas y se le quebró la escarcha del alma. Fue un domingo en la misa. El estaba junto a la pila de alabastro y cuando la vio, mojó su palma en el agua bendita y se la ofreció a la niña de trece años. Ella no pudo rehuir tan delicado gesto y tocó el cuenco de esa mano y convirtióse en montón de limaduras de hierro sujeto por un imán.

Doña Catalina, hija de doña Teresa de Henestroza, marquesa de la Pica, y del corregidor Francisco Bravo de Saravia y Ovalle, encomendero de Pullalli, Illapel, Curimón y Llopeo, dedicada a la oración y al bordado, con gracia para tañer y cantar, sin más inquietudes que las de una poza donde nunca cayó un pedrusco, sintió que se le erizaban todas las partes dormidas de su cuerpo y se le subía el corazón a la garganta.

En eso, venía entrando la Quintrala y los vio y, como si hubiera puesto las palmas sobre el brasero, sintió la pasión total de esos dos, el encuentro caldeado y extasiado de los cuerpos, y le brotó una sonrisa suave. Ella, acostumbrada a hombres impacientes que aman como si tuvieran un pacto con la muerte o como si vinieran rehuyéndola a galope tendido, advertía en éste una parálisis de eternidad.

Mientras, moza y gobernador supieron que esa agitación les cambiaba la vida y sólo podían calmarla echándose la una en el brazo del otro, acariciando ese cuerpo el uno y respondiendo las caricias la otra sin artificios ni refinamientos de amor cortés. Y no habría orden de este mundo ni del otro ni rey terreno ni ultraterreno que los separara.

Y en vez de ir al teatro de guerra, Meneses se quedó en Santiago y fue acusado de topar con la iglesia al dejar esperando en la catedral a los ilustres prelados que le harían recibimiento solemne, mientras se metía al oficio de otro templo. (...)