:: CRÓNICAS DEL CAJÓN
    La miel.

Por: Juan Carlos Edwards Vergara.

Se abrieron las flores de los ciruelos prematuramente este 2005 en el Cajón del Maipo. Cual copos de nieve adornan las ramas, en hermosos floreros gigantes. Un aroma a miel se esparce por todos los rincones, inundando con su fragancia. Abejas negro amarillas liban el néctar con fruición, antes de que las nubes amenazantes descarguen sus estanques de agua.

Desde la terraza de madera miro el blanco decorado que se extiende hasta el río. Rodeando a la piscina: pétalos y pistilos entre diminutas hojas verdes que intentan aparecer vergonzosas, tímidas, recatadas. Abejorros, rojo naranjas, zumban escasos pero presentes. Cuánto añoro la cantidad inmensa de abejas, matapiojos, abejorros, chinitas, gusanos, orugas, hormigas, pequeñísimos insectos que en enjambre volaban sobre la corona del poeta, sobre las calas, las rosas, los almendros, damascos. Fue cuando era niño.

¿Dónde están? Las hemos matado casi a todas. Unas pocas sobreviven apenas entre las fumigaciones, las quemas, los trastornos medioambientales y nuestra ignorancia. Eran tantas. Cuando jugaba en el jardín, seguramente me iba a picar una abeja. Cuando supe que morían al picar, me costaba entender tanta valentía o ignorancia del resultado de su ataque. Pero qué importaba si eran muchas y unas pocas osadas que murieran no se notaban en los enjambres que nos visitaban. Allá, en el centro de Santiago, en la calle Rancagua, a ocho cuadras de plaza Italia.

En el patio, arrasado por un edificio que hoy lo cubre, crecían parras, un damasco imperial, un almendro, paltos, una higuera, un maqui. También habían rosas, un ilang ilang y un cactus que daba una flor maravillosa en verano (a la que mi padre bautizó la reina de la noche). Era romántico Juan Edwards. Le gustaban las mujeres, aunque con mucho respeto. Creo.

En la higuera puse el pie de mi padre y corté la corteza en su torno. Ahí quedó estampada su noble huella en espera de que se le cerrara una hernia al tiempo que la higuera cubriera su herida. Secreto de la naturaleza. Desgraciadamente, él murió de otra cosa, muy joven, en mis brazos. La higuera no cerró nunca la huella. Entonces, qué me importaba la hernia.

Volviendo a las flores y las abejas, ¡cuán noble es la miel! En ese trabajo silencioso y cuidadoso, nuestras amigas abejas nos entregan un fruto formidable. El néctar de los dioses, el fruto más preciado en el Olimpo. Y mientras los humanos lo codician, destruyen a estas obreras con diversos venenos. Somos una especie suicida. La única que tortura, asesina, disfruta con el martirio ajeno. ¿Estaremos condenados? Tal vez. Ojalá que el encanto de la miel nos salve, porque de nosotros espero muy poco.