:: GENTE DEL CAJÓN.
    Doña Tomasita y sus 102 años.

El equipo Dedal de Oro que estuvo presente cuando se le hizo la entrevista a Doña Tomasita quedó gratamente sorprendido por su lucidez y estado físico. Sólo había que procurar hablarle en voz alta debido a que está lerda de oído. Mientras conversaba peló habas, enhebró una aguja sin anteojos, rió y, como si fuera poco, se fumó un cigarrillo que le ofrecimos. Este texto fue preparado por Cecilia Sandana González en torno a una entrevista hecha el 30.10.2005 en Casas Viejas, en casa de una nieta de Doña Tomasita, donde se encontraba pasando unos días. Doña Tomasita es vecina de San José de Maipo. Agradecemos a Verónica Pinto por contactarnos con ella.

Mi nombre es Tomasa Cortés Manques, mi mamá era Manques, y Cortés por mi papá. Al preguntar por su edad, Tomasita nos dice sonriendo: De eso no tengo acuerdo, no ve que eso es de hace mucho tiempo. Por el carné, nos comenta su nieta Ana, ella ya tendría, ahora en noviembre, 102 años, puesto que la llevaron a registrar a la fe de bautismo a los 11 años, pero ella indica que tenía muchos más. Antes pasaba eso, a los niños los registraban con edades distintas a las que tenían. Yo nací en Salamanca.... dice, pero llegó por estos lados, ya que la vida y el amor la trajeron. Es que mi marido tenía trabajo pa’acá cuidando animales en la cordillera, y después nos vinimos de a poco hasta que llegamos con todo. Y me vine pa’ acá.

Todos sus retoños nacieron aquí en el Cajón, menos la mayor, que nació en el norte. Sólo algunos siguen con vida. Nos dice: Yo después no pude tener más familia, ahora tengo nietos y ellos me sirven, me cuidan. Todos sus hijos nacieron en la casa, puesto que habían unas señoras parteras, que llamaban. Y explica: Si ahora ya de vieja he conocido hospitales, he estado enferma. Se me hincha una pierna así hasta la rodilla, no me cabe el zapato y me clava así como que tuviera espinas. Pero cuando tenía los niños no, la partera la teníamos “hablá” con tiempo, no había más, a mí me tenía que ir a ver primero. Los niños tenían que pasar un estero con agua en el invierno, tenían que pasar en un burro, parecían Juan Bautista, y la quebrá con harta agua, parecía río. Hasta que llegaba a la casa, le costaba pero llegaba. Y eran parteras de los alrededores de Manzano, Maitenes, ellas ya murieron…Y hablando de muertos, agrega: A mí se me murió un niñito, así tenía los pechos, se me reventaban por abajo, tenía harta leche. Después de eso quede alentá. Y me buscó un caballero rico pa’ que fuera a criarle una niñita a una señora, estuve un año con ellos, tenía harta leche, era un ricachón de Manzano… He tenido suerte yo, todavía estoy viva, he criado hasta los nietos Renato, Raquel, Carmela, el Ñungo, la Ema... Todos me dicen mamá, tuve mucha paciencia para criar mis nietos, y ahora ellos me están criando a mí, como dicen por ahí. Casi todos me dicen abuelita y yo no soy la abuelita de todos. Yo no quiero ni saber de los años, tengo nietos, bisnietos, tataranietos y choznos, así y todo tengo muy buena salud.

La mamita Tomasita, como le gusta que le digan, vivía en el Cajón del Colorado, en unas piedras de allá al otro lado del Río Colorado, se llama “Las Monjas”, donde hay un estero. Criábamos cabras, vacas, chanchos, todo eso, pero ahora no.

.M’hey quedao sola, dice con tristeza, que deja ver en sus bellos ojos azules mientras rememora a su compañero de la vida: Como a mi marido le gustaba el campo desde chico, cuidaba cabras y ovejas allá en San Agustín, y vino a fallecer acá, no tuvo más valor al andar porque tenía los puros huesos, porque el doctor de Santiago le dijo: ya no tenís remedio, tenís los tuétanos secos. Se bañaba todas las tardes y todas las noches. Tenía los puros huesitos. El trabajó en la cordillera, la cordillera es mala. Se podía parar pero no duraba... Todo lo vendió cuando el doctor le dijo que no tenía remedio. Ocho millones dieron por la tierra, con todos los animales, las vacas y la tropa de mulas, y todo eso se juntó. Porque él quería poner a los niños en la escuela, a los últimos, a los más chicos puh. Porque ya después vino todo y la enfermedad de él... Se gastaron todas las platas y los niños no aprendieron na’, porque empezaron a cuidar las cabras, íbamos a cuidarlas al cerro, hacían harto perjuicio…Por eso es que estoy aquí por el pueblo, pero nos costó para acostumbrarnos, no ve que en el cerro ni bulla, aquí no puh, mucha bulla...

Y Tomasita nos sigue hablando de su vida: Yo trabajaba en el campo con mi esposo cuidando cabras. Después en la tarde sacábamos leche en los corrales, ese queso quedaba pal’ otro día. Ahora ya no tengo hijos, todos se han casado. Pa’ los hombres he tenido suerte, ahora poco se me murió una mujer. Yo hacía el pan, en la mañana dejaba hecho. Después los niños empezaron a trabajar y tenía que hacer más para llevar a la pega, era harto pan, eran seis mujeres, tres chicas y tres grandes, después las grandes empezaron a tener familia. Yo fumaba, pero hace tiempo que no sé de un cigarro, porque está muy caro el paquete. Antes mi marido sembraba tabaco, en saco se echaban las hojas si estaban bien maduras. A los cinco días se ponía bien amarillo, y se ponía una carpa en el suelo y se dejaba otros días secando, y después se refregaba. Con eso se hacían los cigarros de tabaco, porque los de paquete no duraban nada, eran muy suaves. Estos eran fuertes, no se podían aspirar, eran buenos después del matecito…Pero ese si que no lo abandono, porque ya no fumo ni nada, pero mi hijo me trae hierba siempre. Y tomo vino para la sed.

Y mientras pela habas recuerda su niñez junto a sus padres en el norte, del trabajo que allí realizaban: Hacía queso en unas latas grandes, adoberas. Con una sierra se corta. Hacíamos queso, pero todo eso se ha terminado... Sembrábamos trigo y había una trilla a yeguas, era con fiesta. Después que trillaba la gente, a comer el charquicán, en primer lugar para los trilladores. Yo no podía dejar la cocina.

Estando en Salamanca, dice haber sentido mucho miedo: Cuando estaba en el cerro, una noche de luna clara bajó el león, quedó el desparramo de cabras, adentro estaba del corral. Le dijo el compadre a mi mamá: es un león comadre que anda. Y adentro prendieron fuego, una ramas de litre, y ahí nosotros a la orillita del fuego, y teníamos miedo, éramos niños grandes ya, mi papá ya había muerto...