:: HA LLEGADO CARTA.
   Melancolía en letras.

Sr. Director:
Soy chileno y he vivido en Estados Unidos por 44 años. Sólo en el 2004 regresé a Chile por primera vez desde 1961. Lo primero que hice fue visitar el Cajón del Maipo, lugar que está grabado muy profundo en mi corazón. Crecí en Santiago, pero mi padre era dentista del Ejército y del Servicio Nacional de Salud, y todos los sábados y domingos, de los años 40 hasta fines de los 50, se desempeñó en el Sanatorio Militar de Guayacán y la Casa de Salud en San José de Maipo. En esos viajes de fin de semana lo acompañábamos mi madre, mi hermana y yo. Recuerdo con nostalgia el viaje en tren desde la Estación Pirque hasta Puente Alto, el alborotado trasbordo al Tren Militar y el olor al humo de la locomotora que se
Aquellos tiempos en San José...
Foto facilitada por sergio Campodónico.
permeaba a través de los carros. Pocas veces hicimos el viaje en automotor, y cuando lo hicimos me parecía estar subiendo a un trasbordador espacial. Para mí era como un viaje al cielo. Cuando me enteré de que el tren había sido eliminado y las vías levantadas, fue como si me hubieran cortado un brazo.

Había en la calle Comercio un almacén de abarrotes de propiedad de una familia Quintana, si mal no recuerdo. Operaba un servicio de micros a San José, que no sé si se extendía hasta San Alfonso o más adentro. Me fascinaba una bomba gasolinera que estaba en la angosta vereda. Uno tenía que mover una palanca y bombear su propia bencina a un cilindro de vidrio montado sobre la bomba. Este cilindro medía la cantidad de litros comprados, que luego se vaciaban al tanque del vehículo. ¡Qué vida mas complicada la de entonces! Otra familia que se me viene a la mente son los Luna, que me parece residían en Melocotón y que se dedicaba a la ganadería. También recuerdo el nombre del señor cura de la Iglesia de San José, el Padre Berríos, y una institución en la calle Comercio dedicada al cuidado de personas con tuberculosis, llamada Laennec.

Cuando pasábamos la noche en Guayacán no podía quitar los ojos del cielo pavimentado de estrellas. Algo que hasta el día de hoy no puedo entender eran unas luces que frecuentemente se veían cerca de las cumbres, frente al Sanatorio Militar. Se parecían a una línea de personas con linternas que se movían en forma coordinada en la oscuridad de la noche. Seguían una trayectoria regular, y se me explicó que eran andariveles. Más tarde, en mis frecuentes visitas a los cerros, nunca vi vestigios de tales vehículos. ¿Los hubo? ¿Para qué necesitaban luces? ¿Ovnis?

Después de mi décimo cumpleaños recibí la llamada de la montaña y me convertí en andinista. Algunos nombres de lugares que tengo en la mente son El Valle del Río Yeso, El Puente del Diablo, una caída de agua llamada El Velo de la Novia. No tengo idea dónde en el Cajón estaban, pero estoy casi seguro que era cerca de Los Queltehues o El Toyo. Son tantos los años ya, que los lugares se entrelazan en mi cabeza como mimbre en un canasto.

Desde la casa de mi amigo Pedro León Astorga, en El Canelo, organizamos varias excursiones. En El Manzano tomábamos un sendero que subía por la quebrada del mismo nombre. En la esquina que este sendero formaba con el camino principal, había un lugar donde uno podía arrendar mulas y caballos. El sendero se remontaba en zigzag hasta lo que entonces conocíamos como Los Azules. Pasaba por un bosque de canelos tan tupido que nos daba la impresión de un largo y refrescante túnel. Luego nos llevaba a una tremenda piedra con su base parcialmente comida por erosión, que nos servía de refugio, por lo que le llamamos Casa de Piedra. De ahí el sendero se ponía mas inclinado y el paisaje se transformaba dramáticamente de tranquilo y apacible a uno realmente andino, sin árboles y escarpado, hasta llegar al Refugio del Club Alemán de Andinismo, en Los Azules, donde la vegetación sólo era pasto y hierbas (y piedras)... Fuimos en varias ocasiones a este refugio, en verano e invierno. En una de estas visitas regresamos a Santiago por La Reina, después de subir el cerro San Ramón. ¡Una caminata bien larga!

En la reciente visita que hice al Cajón tuve la suerte de poner mis manos en el  ejemplar Nº 20 de su revista, y revivieron tantos recuerdos de mi juventud. Hoy, de más de 65 años, llevo dentro de mí un pedazo del Cajón. Al menos, en mi casa aquí en Estados Unidos, tengo en mi jardín, como un monumento al Cajón, mi flor preferida, que es el Dedal de Oro, Amapola Californiana o Eschscholzia Californica, flor que siendo tan sencilla y humilde, llena de vida y color las laderas de los cerros del Cajón, al igual que lo hace con mis sentimientos. Gracias a la facilidad de la Internet, podré seguir disfrutando de su publicación.

Sinceramente,

Eduardo Vera
Fredericksburg,Virginia
U.S.A.