:: CRÓNICAS DEL CAJÓN
    Gato.

Por: Juan Carlos Edwards Vergara.

El Gato que vive en mi pequeña casa de piedra es de color zanahoria y mi hijo Raimundo lo bautizó Garlfield. Duerme en el lavadero sobre un almohadón dentro de una caja de cartón. Trata, inutilmente, de convertir en su dormitorio el living o mi pieza. Es realmente un lindo gato, pero, como todos los gatos, no tiene dueño.

Los antiguos egipcios, que nada tienen que ver con los actuales, adoraban un sinfín de animales. Horus, el halcón; Kepri, el escarabajo; Anubis, el perro negro; Thot, el ave ibis;
Seth, animal monstruoso; Sekhmet, leona; Sobek, cocodrilo; Khnum macho cabrío; Geb, plumas y cuernos de macho cabrío; Tefnut, haz de plumas... Y querían mucho a los gatos. Tanto los querían que cuando el Rey Persa Cambises invade Egipto con ayuda de los árabes, que aprovisionan de agua a su Ejército (Herodoto), al sitiar una de las ciudades egipcias, catapultan gatos contra sus muros. Al ver los sitiados la muerte de estos, deciden rendirse para evitarlo. Estoy seguro que los gatos no se habrían rendido si los catapultados fueran egipcios. Habrían seguido su camino con la indolencia que los caracteriza.

El Gato de Edgar Allan Poe permaneció con su dueña emparedada hasta que fue descubierto por sus maullidos, sólo por descuido del emparedador, que no se dio cuenta que estaba enterrando a la mujer con su mascota. Fue un descuido con consecuencias. Pero creo que el gato negro no habría compartido el fin de su dueña de motu propio. Primero habría chequeado las provisiones que le dejaban, el oxígeno para respirar y un túnel para salir una vez consumada la tragedia y consumidos los alimentos.

Un gato es un gato, o sea un animal práctico, pragmático, prosaico, egocéntrico. Sin embargo, si lo veneraban en el Antiguo Egipto, una de las civilizaciones más completas que ha existido, por algo sería. He tratado de descubrir por qué y no lo he conseguido.

Mi hijo Raimundo quiere a los gatos. Mi nieto Domingo, a su año y medio de vida, los agarra a piedrazos y muestra una aversión hacia ellos. Mi amiga Beatriz vivía con un gato que tenía su departamento regado con su orina, un olor no muy grato, y lo besaba en la boca. Al besarla me parecía estar besando al gato. No sé si aún esté vivo. Tal vez tenga un sucesor.

Pero este gato de aquí, que realmente es hermoso, maúlla al amanecer en busca de su desayuno y al atardecer tras su comida. Y es insistente, perseverante como un vasco porfiado. Es difícil olvidarse de darle de comer al despertador gatuno. Por supuesto que la comida que le doy es la que le causa el menor esfuerzo. Pero no es lo único que come. Si falta o es insuficiente para las calorías que necesita, despierta de su sueño felino y sale en busca de las pequeñas lagartijas que habitan entre las rocas y que suben a los árboles nativos. También se zampa algún pájaro distraído que paga caro su falta de atención al peligro gatuno. Cuando llegan los vecinos con sus perros y niños, él emigra a las parcelas vecinas. Entre arrumacos y ronroneos obtiene alimentos nuevos y caricias sin fin. ¡Pobre gato abandonado, nadie lo quiere! ¡Qué gato más hipócrita!.

En fin, hay que perdonarlo. Es un sobreviviente en este mundo perverso. Debemos aprender de él. Él no enfrenta al toro, le hace una verónica (Cómo dice Nicanor Parra). Y entre verónicas, ronroneos, maullidos, refregones contra las piernas, asechanza de lagartijas y pájaros, sobrevive.

Los gatos eran semidioses en el Egipto Antiguo. Creo que están esperando el retorno de esta costumbre o rito. Que el giro de la rueda del destino les devuelva su perdido trono. Este gato debe haber sido uno de los principales. Creo que se morirá esperando, pero insiste. Debe ser un gato vasco y porfiado.