:: LÍMITES
   Quedé confusa y dolida.

Por: Penélope.

Penélope es de Santiago, y ha querido contarnos una experiencia de niña que, en estos días en que el trato sexual abusivo a menores es un tema candente y de escándalo como nunca antes, puede ser el inicio de una interesante cadena de opinión, elaborada por gente que ha tenido ese tipo de experiencias en la niñez o pubertad. Si usted quiere participar, mujer u hombre, envíe bajo seudónimo su colaboración escrita al mail jupayaba@gmail.com (Asunto: Límites). Este mail sólo puede ser abierto por el director de la revista, garantizando el carácter confidencial del envío. La identidad del/de la remitente será rigurosamente reservada.

Cuando niña, alrededor de los 11 años, tuve una experiencia que me dio mucho que pensar. A esa edad yo acostumbraba a jugar con mi papá a la hora de la siesta, como un cachorro con la leona. Lo molestaba, le hacía cosquillas y él a mí, conversábamos y yo disfrutaba esos momentos de intimidad y confianza a solas con mi padre. Un día se dio una situación especial. Como de costumbre, empezamos a jugar haciéndonos cosquillas, y de pronto el juego tuvo otra calidad, más seria, más íntima: mi padre me abrazó en una forma desconocida para mí, más urgente, y aprisionándome en sus brazos con una fuerza a la que yo no podía escapar me colocó sobre su cuerpo. En mí reaccionaron instintos primitivos de defensa y traté de liberarme. Todo esto en forma de juego, con gritos y risas, pero en un estado de alarma tal que me oriné, lo que hizo reaccionar a mi padre, y me soltó. Me fui corriendo al baño y quedé confusa y dolida.

Por la tarde, cenando, mi padre me dijo que lo que había ocurrido era una prueba para ver mi capacidad de defensa ante un ataque similar... o algo por el estilo. En ese tiempo yo no
sabía nada de relaciones sexuales. Me enteré muchos años más tarde, a través de una amiga, y pude darme cuenta qué significado tenían los ruidos provenientes del dormitorio de mis padres y me sentí choqueada.

Yo amo mucho a mi padre, y esa experiencia no disminuyó ese amor, pero nunca más se repitieron nuestros juegos a la hora de la siesta. No me quedó ningún trauma ni resentimiento. Sólo me quedó claro que hay instintos incontrolables y la necesidad de una determinada distancia, para no despertarlos. Ahora pienso que el primer amor de una niña, en situaciones normales, es su padre. Más tarde el hombre ideal tendrá algunas características suyas. El primer halago es la atención que tu padre te dedica, y éste a su vez se siente atraído por la frescura y juventud de su hija. Es como una preparación a la vida.
Desde luego que una relación incestuosa es tabú, hay fronteras que respetar, lo impone la sociedad moderna por razones bien válidas que los pueblos antiguos no conocían. En el tiempo de los faraones en Egipto no se conocía ese tabú y era normal en la realeza que los padres se casaran con sus hijos y se procrearan como descendientes de los dioses que representaban. No sé si el pueblo tendría las mismas prácticas, pero lo deduzco. Después, de adulta, he soñado que hago el amor con mi padre, y me excitaba mucho esa idea. Creo que ese sentimiento hace que mujeres muy jóvenes se enamoren de hombres muy maduros, que les ofrecen seguridad y protección.

Lo que en mí no produjo traumas, lo provoca en otras mujeres, que se sienten utilizadas, sucias y a la vez culpables. Yo creo que en mí predomina un espíritu ancestral abierto, que me hace comprender situaciones poco habituales. Estoy contra las violaciones y abusos, pero comprendo que cada persona es más que la suma de los tabúes impuestos para proteger al género humano. Importante es el amor y el respeto y la facultad de discernir y reaccionar a tiempo para no causar heridas a los seres queridos. Espero que alguna vez se pueda hablar libremente de los traumas, para superarlos y tornarlos en algo positivo.