Desde
nuestros orígenes humanos la idea maternal estuvo
representada como una divinidad femenina que llevaba
impresa la espiritual más universal, pero fue
siendo poco a poco desplazada de su sitial. Sus simbologías
venían a reflejar la fuerza de la vida gracias
a la cual se aseguraba la existencia. Engendrar y dar
a luz debía conferir a la mujer la materialización
de este hecho tan trascendente. Representaba de esta
forma el misterio y el milagro de la vida frente a la
muerte, como sinónimo de la Madre Tierra que
también cuida de sus hijos, acogiéndolos
en su seno, mientras sustenta la vida y la regenera
en un ciclo sin fin.
La
mujer, la engendradora, en la fase más antigua,
aparecía como la fuerza creadora todopoderosa,
que dominaba sobre el hombre y el animal, sobre la vida
y la muerte. Como Gran Madre encarnaba el deseo humano
de fertilidad, así como la creación y
regeneración de la vida. Eran ellas las que traían
la vida al mundo, la alimentaban y cuidaban hasta que
pudiera valerse por sí misma. La supervivencia
del grupo dependía de ellas.
Como
una continuidad biológica e histórica,
las madres están presentes en nuestra vida ya
no con el sentido sagrado de la antigüedad, pero
sí con un cariz materno inherente, plasmado en
su ser, pues serán las encargadas de conceder
las enseñanzas necesarias para la vida. Sin distinción
entre el abanico cultural femenino, tendrán una
sabiduría innata, no sacada de recetas, ni de
estudios, ni de consejos, sino más bien de su
propia perspicacia de madre, como sucede en todos los
seres de la naturaleza, dejándonos vislumbrar
la total perfección del cosmos. Está impresa
también en ellas la idea de amor hacia el ser
que trajeron al mundo, y esto será la muestra
más noble y amable de su persona, porque permite
mostrar el concepto de empatía frente a otro
ser humano que provino de sí pero que es un individuo
distinto de ella que, pese a su instrucción,
verá el mundo desde su propia perspectiva.
Pero
esta virtud entregada por el universo de ser madre, de
dar a luz y de entregar todo el bagaje cultural, no se
contrapone a la idea propia de seguir siendo mujer, de
seguir siendo persona, pues cuanto más satisfecha
esté consigo misma, más amor podrá
ofrecer a su hijo, consiguiendo de esta forma trasmitirle
mayor alegría y confianza. Por eso, al mito de
una maternidad que sólo es corazonada de madre,
hay que oponer la verdad de una maternidad que es concepto
responsable que no enajena a la mujer de sí misma
ni del mundo.