Ocasionalmente,
padres y madres manifiestan su disconformidad con expresiones
propias del actual sistema social, tales como competitividad,
individualismo y, en la educación, con el énfasis
dado a lo intelectual por sobre otras dimensiones. Esta
disconformidad se hace más patente aún,
cuando se verifica que dichas señales están
igualmente presentes en el sistema escolar chileno,
incluso con Reforma mediante. Sin embargo, este cuestionamiento
y los actos que involucran resultan paradójicos
cuando, al momento de elegir cuál es la mejor
educación para sus hijos e hijas, terminan optando,
y por tanto valorando más, los colegios públicos
o privados en los que se imparte un modo de educación
que tiende a reproducir justamente aquellos aspectos
que provocan la disconformidad inicial. Evidentemente,
la decisión está impulsada por la íntima
necesidad de dar, supuestamente, una respuesta que asegure
a sus hijos e hijas las herramientas que requieren para
vivir en esta sociedad, lograr ser exitosos en ella
o, por lo menos, sobrellevarla mejor. En el mismo sentido,
también funciona como criterio de elección
aquello que, como sociedad, hemos elevado a la categoría
de valor fundamental: el orden , que ya no es percibido
como un medio, sino como un fin en sí mismo,
situándoselo incluso sobre valores fundamentales
como la libertad (otra paradoja de un sistema tan convencidamente
liberal en lo económico).
La
sociedad en su conjunto se reproduce constantemente,
y aun cuando la educación no es el único
medio que permite este proceso, tiene una importancia
indiscutible. Con frecuencia se plantea la imposibilidad
de cambiarla, como si su origen fuera sobrenatural,
aunque su naturaleza y sus fundamentos éticos
son tan culturales como toda creación humana
históricamente situada, y por tanto, susceptible
de ser modificados. La educación se impone como
un medio que ofrece maravillosas oportunidades para
el cambio personal y social, si de verdad lo queremos
y ponemos en ello voluntad, compromiso y cariño.
Es más: el potencial innovador de una sociedad
reside en su capacidad de aprender. Por esto es válido
preguntarse: ¿Cuál es la educación
que queremos para nuestros hijos e hijas?
Evidentemente,
no existe una única respuesta a las múltiples
necesidades de niños y niñas. Tampoco
existe el colegio ideal. Lo que sí existe son
alternativas que, con una propuesta de acción
educativa más transgresora, inviten a resistir
la cultura individualista, competitiva y poco integradora
que caracteriza esta época. Aun en sus expresiones
más cotidianas, un proyecto educativo que así
se lo plantee, puede llevarnos a una nueva forma de
pensar y de resolver cada problema. Al constatar algo
tan simple como que siempre hay más de una manera
de hacer las cosas, se hace posible comenzar a valorar
la riqueza de la diversidad. Cada estudiante puede crecer
como ser individual, activo, cooperativo y social, conectando
su propio desarrollo con el de la sociedad, consciente
de su existencia y de la de los demás y claro
en los posibles aportes que puedan hacer socialmente.
Esto implica validar a cada estudiante como un ser único,
con potencialidades y debilidades. Orientando el quehacer
pedagógico más en las potencialidades
que en las debilidades, podemos encontrarnos todos y
todas en forma independiente de nuestra capacidad o
discapacidad física o intelectual. Conjuntamente,
es necesario desarrollar habilidades, conocimientos,
hábitos de cuestionamiento crítico sobre
el funcionamiento de la sociedad, sobre la forma en
que se reproduce el poder, sobre desigualdades e inequidades,
partiendo de la realidad más inmediata: el propio
colegio y la comunidad en que se inscribe. Este proceso
requiere el rescate y la vivencia del espíritu
comunitario, aun con todas las divergencias que su cotidianeidad
supone.
Una
propuesta desde una forma nueva de pensar implica reconocer
que los estudiantes tienen mucho que decir, y que para
hacerlo deben tener espacio y libertad -asimismo los
docentes-, lo que deriva necesariamente en un sistema
relacional más horizontal del que conocemos hasta
ahora en el mundo escolar, horizontalidad en la que
el o la docente tiene una actitud de respeto por las
opiniones de sus estudiantes y de flexibilidad para
incorporar los conocimientos y perspectivas que éstos
aporten. El diálogo es la herramienta principal
para desarrollar la responsabilidad, para saber valorar
el entorno y respetar la discrepancia. Practicando una
comunicación profunda, puede haber un entendimiento
humano, abierto a la diversidad.
Una
de las ideas en que se fundamentó la creación
del Colegio Andino Antuquelén fue el motivar
el descubrimiento del conocimiento en las cosas o actos
más cotidianos. En 1997, un grupo de familias
lo fundó, pensando que era posible el sueño
de una educación más igualitaria y participativa.
Albergaba entonces a 14 niños y niñas
y a dos profesoras, que hacían su labor en sólo
70 metros construidos en una parcela ubicada en los
faldeos del Cajón del Maipo. Hoy, el colegio
ha crecido en superficie acogiendo a 200 estudiantes
y a cerca de 22 docentes. En muchos sentidos, aquí
se trata de una propuesta educativa que resiste los
patrones culturales imperantes. El colegio ha ido desarrollando
una mirada integradora inclusiva que recibe a alumnos
y alumnas con discapacidad, y es un espacio que valora
todas las disciplinas, donde no existen asignaturas
de primer o segundo nivel y, lo más importante,
que se sustenta en la validación de los derechos
de cada niño y niña. Sentir y desarrollar
la convicción que más allá de las
diferencias es posible encontrarse, tolerarse y finalmente
aceptarse, es uno de los elementos que lo mantiene activo.
No
ha sido fácil proponer un sistema no competitivo
cuando alrededor todo da señales de que es necesario
serlo y cuando los logros validados externamente valen
más que los éxitos relacionados con aquello
que nos apasiona y con el desarrollo de la capacidad de
dar y recibir afecto. Tampoco ha sido sencillo plantear
un tipo de relación colaborativa y horizontal en
la comunidad escolar, en medio de una sociedad estratificada
y discriminatoria, en la que hacer las cosas por beneficio
material representa más que realizarlas simplemente
por sentimiento. Pareciera que se nada contra la corriente,
pero al menos aquí ya suman cerca de 120 familias
que creen en una forma distinta de ver la vida, tan válida
y posible como otras, una forma que si no fue posible
para los padres y madres que eligen esta educación
para sus hijos e hijas, sí es realizable, aquí
y ahora, para estos últimos. La libertad de elegir
lo que se quiere hacer con la propia vida es un derecho
que se respeta. En el Colegio Andino Antuquelén
se está dispuesto a respaldar a los estudiantes,
aun en proyectos que, ante los ojos de la sociedad, parezcan
anacrónicos, fuera de lugar o, simplemente, locos.
Aunque esto cueste trabajo y acarree incomprensión,
sólo así se conquista el amor a la libertad
de pensamiento como principio intransable.