:: CREER, PENSAR.
       El Viejo Maestro y El Rabino de Nazreth.

Por Gastón Soublette Asmussen.

El Viejo Maestro es Lao Tse, sabio chino de gran renombre en el siglo VI a. C., quien ejercía en el palacio imperial el cargo de guardián de los libros sagrados de la dinastía Tchu. El Rabino de Nazareth era carpintero y vivió seis siglos después que el Viejo Maestro, ejerciendo su oficio humildemente en una ciudad de segunda importancia en el Medioriente, con el nombre de Jeshuá, el mismo que tenía el caudillo que sucedió a Moisés en el liderazgo del pueblo de Israel, esto es, Josué o Jesús, que traducido al castellano significa “el Salvador». Como personas, a juzgar por los testimonios que nos han llegado de la historiografía china y los así llamados “evangelios”, ambos parecen haber sido muy diferentes. El Viejo Maestro vivió en la corte imperial, pero hastiado por la corrupción de los últimos soberanos del linaje de los Tchu emigró a occidente y se fue a vivir entre los bárbaros hiung-nu (“hunos”). Al cruzar la frontera, el guardián de ésta, para dejarlo pasar le impuso como condición que escribiera algo para él. El Viejo Maestro, utilizando cuatro mil caracteres escribió entonces el célebre TAO THE KING, nombre que significa “Libro Sagrado del Tao y su Virtud”. En ambas etapas de su vida fue un hombre de meditación y de estudio y un gran místico. Cuando Confucio lo visitó, dijo después a sus discípulos: “Ahora sí que puedo decir que he visto al Dragón” (Dragón, esto es, hombre que posee fuerza espiritual). En lo que se refiere al carpintero de Nazareth, a juzgar por sus dichos y sus hechos, parece haber pasado un largo tiempo estudiando a fondo las escrituras sagradas de su pueblo, aunque su oficio fue manual. Se cree incluso que participó en la reconstrucción del Templo de Jerusalem en tiempos de Herodes, trepado sobre los andamios como simple operario, es decir, “obrero”, según la terminología moderna. Estas circunstancias nos muestran al uno con el rango de letrado jefe de un emperador, y al otro como un artesano de la
madera. Con todo, algo en común tienen, a pesar de aquellos rasgos tan disímiles. Al carpintero de Nazareth también lo llamaban “maestro”, en hebreo “Rabbí”, título que autorizaba en su tiempo a un hombre para predicar, enseñar e interpretar las escrituras sagradas en las sinagogas y otros lugares donde los discípulos solían congregarse. No sabemos cómo este trabajador manual adquirió esa calidad en la sociedad de su tiempo. El segundo rasgo biográfico que los aproxima, es que ambos pertenecían por herencia genética a un linaje real. El viejo Maestro descendía de emperadores de la dinastía Yin, antecesora de los Tchu. El carpintero judío pertenecía al linaje del rey David.

Con estos solos antecedentes, no habría sido posible concebir que un sabio como el Viejo Maestro hubiese podido ver la vida en los mismos términos que el carpintero de Nazareth. Aunque su decisión de abandonar el fasto de la corte y vivir sus años de madurez entre indígenas, nos pone en la pista de la procesión que le iba por dentro a este noble mandarín. Algo semejante a la determinación tomada por el Dr. Albert Schweitzer de irse a vivir entre las tribus indígenas africanas y ejercer su profesión de médico gratuitamente. Así, la entereza del Viejo Maestro para cambiar radicalmente su vida renunciando a toda vanidad y apego a las cosas materiales, haciéndose, como Schweitzer, un servidor, podría ser la clave que nos permite entender muchos pasajes de su TAO THE KING. Asimismo, la sencillez voluntaria en que vivía la familia del carpintero judío (pertenecían a la secta de los “Pobres de Yahvé”), a pesar de su origen real, nos pone en la pista del origen de muchos de sus dichos y sus hechos.

Hojeando el TAO THE KING nos encontramos con pasajes como éstos: “El sabio realiza, pero no se apropia de nada, porque no busca su provecho. De la obra cumplida se retira, y porque no busca que se le reconozca el mérito, es que el mérito no puede serle desconocido”. En el epigrama VII de ese libro se lee lo siguiente: “El sabio se sitúa en el último lugar, excluye su persona y por eso permanece”. En el epigrama XXII encontramos la frase siguiente: “El sabio no se exalta y por eso es exaltado”. El mismo epigrama comienza así: “Lo incompleto será completado, lo torcido será enderezado, lo vacío será colmado...” (Ver predicación de Juan Bautista). Más adelante se lee lo siguiente: “Quien conoce su gloria y se conserva en la humildad se vuelve como el regazo del mundo”. El epigrama XXIX en su parte final dice: “El sabio rechaza el exceso, rechaza la riqueza, rechaza la grandeza”. El epigrama XXXIV, termina con estas palabras: “El sabio jamás se engrandece y así adquiere la verdadera grandeza”. Un pasaje del epigrama XXXV dice así: “Lo miras y no te parece digno de ser visto, lo oyes y no te parece digno de ser oído” (ver Isaías “El Siervo de Yahvé”). Más adelante leemos: “Lo noble tiene su raíz en lo vil, lo alto toma a lo bajo por fundamento”. Por eso los soberanos se llaman a sí mismos: “el pequeño”, “el último”, “el indigno”. En otro pasaje (epigrama XLI) se lee lo siguiente: “Quien sigue el verdadero camino parece para el mundo como un hombre vulgar. La virtud superior parece vacía, la auténtica inocencia se parece al oprobio, la virtud más vasta es como defectuosa, la verdadera rectitud es como la corrupción...” (Ver opinión de los fariseos sobre Jesús y sus discípulos). En el mismo sentido (esto es, a los ojos del mundo) se lee más adelante: “La verdadera habilidad es como inepta, y el habla del verdadero sabio es como balbuceante”. En el epigrama XLIX se lee: “El sabio es bueno con el bueno, y es bueno también con el que no es bueno, así alcanza la verdadera bondad”. (“Amad a vuestros enemigos”). En el epigrama LIII hay un pasaje que reza: “Visten ropas bellas y elegantes, llevan al flanco la cortante espada, ingieren vino y manjares en demasía, poseen oro y plata en grandes cantidades. Todo eso es grandeza de rapiña, no es el verdadero camino”. Empleando el símil del niño, el epigrama LV dice: “Quien posee la plena virtud es semejante al niño recién nacido a quien venenosos reptiles no pican, ni las fieras devoran, ni las aves rapaces arrebatan”. El epigrama LXIII contiene un pasaje de este tenor: “Estima gustoso lo que no tiene gusto, estima grande las cosas sencillas, aprende a hallar lo mucho en lo poco. Cambia el odio por la buena voluntad”. El texto termina así: “El sabio en su vida no pretende realizar grandes cosas, por eso es que llega a ser grande”. En lo que se refiere al gobierno, el epigrama LXVI dice así: “Si el sabio soberano quiere ganarse a su pueblo debe ser su servidor”.

Los “tres tesoros” del Viejo Maestro son los siguientes (epigrama LXVII): “El amor, la sencillez, y la humildad”. En seguida sostiene que es justamente porque él permanece en el amor, que puede tener coraje. El epigrama termina con la célebre frase: “Cuando el cielo quiere salvarnos, nos protege con el amor”. Definiendo su situación en la sociedad de su tiempo dice lo siguiente: “Mis palabras tienen un origen y mis actos tienen un Señor. Ahora bien, como ninguno lo conoce, es que no pueden conocerme a mí. Los que me comprenden, en verdad son raros, y esto precisamente constituye mi gloria. Por esto el hombre santo se viste pobremente, pero oculta joyas en su corazón”. En este mismo orden de ideas es que al final de su libro, a modo de conclusión, el Viejo Maestro insertó una profecía: “Aquél que asume como propias todas las desgracias del mundo, ése es el rey del mundo”.

Ninguna otra escritura sagrada, aparte de la Biblia, contiene una semblanza tan lúcida y certera del Mesías como este libro de Lao Tse, considerado por el padre Juan de Castro (ex Rector del Seminario Pontificio) como una especie de “protoevangelio”.