:: PREÁMBULO.
   ¿Frenar por un perro? ¡Si vale callampa!.

Por: Juan Pablo Yañez Barrios.

“La Pequeña” fue arrollada por un vehículo y quedó viva pero inerte. Alguien tuvo que sacar valor (desde la compasión) y aplastarle la cabeza con una piedra. La Pequeña era hermosa, de pelaje suave, con machas blancas y cafés con mucha leche. Debe haber tenido apenas un año. Movía sólo las patitas delanteras, pero se quejaba con un miau que me hacía maldecir el mundo. Hacia atrás ya no se veía su lindo pelaje, estaba empapado en sangre. Era una masa apelmazada.

Una vez, no hace mucho, yo iba a la máxima velocidad permitida (70 k/h) en mi autito. Tras mí se pegó un dinosaurio temible de varias toneladas, con remolque, y comenzó a encender las luces para que lo dejara pasar. Un perro se atravesó en mi camino, frené, vi que el dinosaurio me iba a aplastar y aceleré. Escapé, y el perro también. Enseguida comencé a disminuir la velocidad gradualmente, hasta que me detuve, sin dejar pasar al dinosaurio. No vale la pena relatar la conversación  que  se entabló   entre  el  señor  conductor  del
dinosaurio y yo, pero sí la vale repetir una frase del señor conductor: “¿Frenar por un perro? ¡Si vale callampa!”

Los dos episodios anteriores acontecieron en el tramo de la Calle Comercio que va desde el alto (después de la Cañada Norte yendo hacia Santiago) y el callejón que conduce al Camping Los Héroes. El tramo en cuestión es un declive en que los vehículos suelen tomar velocidades inauditas. Se trata de un sector en que habitan innumerables vecinos. Las casas están una junta a otra, y hay, incluso, comercio y oficinas establecidos, como el Mercadito Donde el Pitón y La Libroteca del Dedal de Oro, que otorga lectura a los lugareños del Cajón y funciona además como administración de esta revista. Como en el sector las aceras no existen, los niños -a pie o en bicicleta- y las señoras con guagua -en coche o en brazos- deben transitar por la calzada. Si hay algún trozo de acera (de polvo en verano y de barro en invierno), generalmente hay vehículos estacionados, ya que no está permitido hacerlo en un costado de la calle de dos pistas.

La mortandad de perros y gatos puede que no les importe a algunos. No escribo estas líneas para defender precisamente la vida de esos animalitos (que son, en todo caso, criaturas cuyo derecho a la vida es tan válido como el de un ser humano) sino la vida de las personas. En este sector la alta velocidad es una insensatez. Por lo demás, en la carretera del Cajón del Maipo (¿y del país?) son pocos los que respetan las velocidades máximas. El que suscribe cuida no sobrepasar el límite de velocidad permitido, lo que suele traducirse en una molestia manifiesta a los vehículos que van atrás y que a menudo adelantan sobrepasando la línea continua.

Si en el tramo en cuestión, tanto por la calle Comercio como por el Camino a El Volcán, se permitiera estacionar, como en el resto del pueblo, quizás el problema de exceso de velocidad sería menor. Eso significaría que habría una sola pista, lo que obligaría a una velocidad acorde a lo racional. Naturalmente, también hacen falta letreros indicando la velocidad máxima, pasos de cebra y, sobre todo, aceras, ya que los transeúntes también tienen derecho a transitar. Si la inteligencia se impone y se toman medidas para eliminar este estado de cosas, muy probablemente no sólo se salvarán vidas de perros y gatos, sino de personas como usted o yo. Cualquier día tendremos un accidente. Vendrán las lamentaciones. Estas líneas habrán pasado a la historia.

Antes que eso suceda, las autoridades correspondientes pueden actuar, que es lo que la gente desea. Las autoridades están para servir a su gente, para cuidarla y quererla. La gente espera. Uno se murió esperando.