Mendoza.
Ése fue uno de los principales motivos que permitieron
aprobar la idea del Ferrocarril de Puente Alto a El Volcán.
El recorrido,
de 22 kilómetros, iba desde la Estación Pirque
hasta la calle Eyzaguirre, a un costado de la fábrica
de papel, cerca de la Plaza de Puente Alto. Allí se
realizaba el transbordo al Ferrocarril Militar, que unía
esta comuna con El Volcán desde la inauguración
de su primer tramo, en 1910. Además de los transbordos,
el Ferrocarril debía compartir su Estación Central,
“Pirque”, con la Línea de Circunvalación de
Ferrocarriles del Estado, la cual unía toda la zona
urbana de Santiago. La grandiosa y hermosa Estación
Pirque, inaugurada en 1910, fue construida pensando en el
carácter internacional que tendría como estación
terminal del Tren Trasandino, aspiración que nunca
se concretó. Lamentablemente, en la década de
1940 no fue considerada en los planes de remodelación
de la Plaza Italia, por estimarse que su ubicación
no se ajustaba a los “nuevos aires” que la zona necesitaba,
y tampoco al transporte de la ciudad, recomendándose
su traslado un poco más al sur. Finalmente, el edificio
fue cerrado, abandonado en 1941 y posteriormente demolido.
La nueva Estación Terminal continuó prestando
sus servicios más al sur, en Avenida Matta con Parque
Bustamante.
Antes
del traslado, los elegantes vagones de pasajeros se mezclaban
con los carros de carga, que fueron el principal ingreso del
Ferrocarril, especialmente el cargamento proveniente de la
Compañía Manufacturera de Papeles y Cartones
S.A. de Puente Alto, empresa que a lo largo de los años
fue adquiriendo la mayoría de las acciones de la Sociedad
Ferrocarril del Llano del Maipo. El servicio de pasajeros,
por su parte, contaba con coches de primera y segunda clase
que, llevados por locomotoras a vapor, recorrían los
paisajes del trayecto ferroviario. En 1925 se electrificó
el sistema, lo que aumentó considerablemente la cantidad
de usuarios, pues el tiempo de viaje de poco más de
una hora se redujo a unos quince a veinte minutos. Además,
el tren era percibido como un medio de transporte mucho más
cómodo que los microbuses, que ya comenzaban a aparecer.
Fueron
los pasajeros quienes dieron vida y sustento a un servicio
que, a pesar de la competencia y presión que el transporte
rodoviario de carga y pasajeros ejercía, se mantuvo
funcionando invariablemente hasta la década de 1960.
Las cosas comenzaron a cambiar con la construcción
de algunas avenidas, principalmente la Avenida Vicuña
Mackenna, que fue quitándole espacio al tren, presagiando
el retiro inminente de las líneas ferroviarias. La
Compañía Manufacturera de Papeles y Cartones
S.A. de Puente Alto se hizo cargo de la Sociedad del FFCC
del Llano del Maipo. Hacia 1963 el recorrido del ferrocarril
eléctrico terminó, la vía fue levantada,
dejando sólo un pequeño tramo para el uso de
la Fábrica Luchetti ubicada en Vicuña Mackenna,
el que para los años noventa ya no existía.
Sobre los vestigios de la desmantelada vía se comenzó
a construir la naciente Línea 5 del Metro de Santiago.
Aunque
el Ferrocarril funcionó bajo la normativa del Ministerio
de Transportes, se financió de manera privada, manteniéndose
así durante sus casi sesenta años de existencia.
Si bien las ganancias no fueron cuantiosas, permitieron la
buena marcha y explotación del servicio y algunos dividendos
para los accionistas de la Sociedad.
Durante
el último siglo la idea de unir la Plaza Italia y la
Plaza de Puente Alto ha sugerido varios itinerarios: la Avenida
Vicuña Mackenna y la Avenida Concha y Toro; y, ahora,
las Líneas 4 y 5 del Metro de Santiago. Todos siguieron
y aún siguen utilizando el trazado ya probado por el
Ferrocarril y los caminos rurales. Aunque la línea
ferroviaria fue levantada hace más de 40 años,
su diseño coincide, especialmente, con el de la primera
sección de la actual Línea 5 del Metro, evidenciando
cierta falta de visión de planificadores y urbanistas
en el ahorro de millones de dólares en su construcción,
desmantelamiento y reposición.
Los caminos
se repiten y vuelven sobre sus pasos, reviviendo las travesías
que hace tantas décadas emprendieron nuestros abuelos
y bisabuelos, en medio del incesante fragor de las inolvidables
locomotoras a vapor.