Por
Francisco Javier Bécquer.
Todo
recién comienza
¿pensabas que esto se quedaría así?
¿imaginaste que estarías por siempre impune
después de romperme el corazón?
te equivocaste en eso
la palabra mía reclama justicia al amor
fuiste tan astutamente fría y malvada
que lentamente absorberé tus alegrías
para reclamar mi show
alevosamente mentirosa quedarás por siempre
esto recién comienza y sólo es un show
es devolverte la mano con el mismo favor...
Es
tarde y recién ha comenzado a vestirse. El atardecer
empieza a agonizar lentamente, dándole paso a
los pensamientos de locura y a los recuerdos. ¿Qué
significa realmente estar cuerdo? Sus pensamientos lo
conducen siempre al mismo lugar: ella, la gran princesa
de la mentira y la verdad. Pero esta vez sabe que el
asunto final debe resolverse pronto, a como dé
lugar.
Ella
estaba feliz después que sus tías y madre
la vistieran para la gran boda que se celebraría
en el misterioso pueblo de Urbem. Feliz como siempre,
luego de deshacerse de los hombres que le incomodaban,
ésos que siempre dicen la verdad y expresan el
amor con verdad y palabras. A ella nunca le había
gustado terminar las cosas conversando, sino que siempre
jugando y evadiendo la verdad. Ella odiaba la verdad
y se ocultaba en su doble y a veces múltiple
personalidad. En esos momentos nada la hizo volver al
pasado, a donde el estúpido poeta de la revista.
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Su máxima
preocupación en esos instantes era que todas las cosas
resultaran de lo mejor.
El poeta,
en cambio, se miraba al espejo, no sabía nada de bodas
y, sin embargo presentía que algo muy importante sucedería,
y por ello se preparó para la gala final de su vida:
el misterio. El smoking negro le quedaba muy bien. Se quedó
pensando y recordó la tarde de un día viernes,
en la casa de ella:
-Amor, me gusta estar contigo, me siento bien y puedo decirte
que tú eres el único a quien le he dicho que lo
amo de verdad. Los demás eran unos brutos.
-No te preocupes mi amor, sé cuanto me amas…
El sonido
del hervidor eléctrico lo sacó abruptamente de
sus recuerdos de amor y locura. Tenía que continuar y
seguir hasta el final con lo que su corazón le dictaba.
Ella se
sentía emocionada. Ya se encontraba en la iglesia del
pueblo y estaba por casarse con su amado prometido, su querido
profesor de música, el único hombre al que “amaba”
de verdad. Al verlo parado en el altar, esperándola con
su paciencia de siempre, se emocionó y su mente idealizó
momentos que nunca se podrían realizar. Momentos patéticos
formados en la mente de tan soñadora chiquilla de apenas
dieciocho años. Pero a ella no le importaba, todo lo
que quería conseguir era la felicidad, aunque eso significase
inventarla sobre al aire. Castillos en el aire que se derrumbarían
al más leve problema.
El joven
poeta de la revista subió a su Peugeot 207, color negro.
Un solo objetivo se formaba lentamente en su mente. No lo sabía,
y sin darse cuenta estaba sucediendo algo que él mismo
pensaba que iba a suceder. La vida estaba poniendo las cosas
en su lugar. Y es por eso que, sin que se lo imaginara, en la
guantera del auto encontró un revólver, el que
luego escondió en el bolsillo de su smoking. En esos
momentos recibía la llamada de un amigo:
-¿Aló Jean, estás allí? Tengo que
contarte una noticia muy importante...
-Dime…
-Es sobre Nadya…
-¿Qué pasó con ésa?
-Se casa.
-Qué bueno… No me importa
-¿No harás nada?
-No, déjale todo esto al ángel vengador…
-Está bien, te dejo…
-Adiós Pierre…
-Adiós, y que la vida te haga justicia.
Jean aceleró
y se fue a toda velocidad a la parroquia del pueblo. La velocidad,
una droga exquisita que le hacía sentir bien y desarrollado.
La sangre corría a toda velocidad por sus venas. En ese
mismo instante sonó en la radio de su vehículo
el tema musical “The Show must go on”, que le hizo volver a
recordar, pero no quería recordar. Entonces se concentró
en el volante. A los pocos minutos llegó a la plaza del
pueblo y estacionó su vehículo. Nadie lo vio ni
se percató de su presencia. Se colocó gafas de
sol y descendió del auto. Había mucha gente en
la plaza, y alrededor del pórtico de la parroquia ovacionaban
y felicitaban a una pareja que recién había contraído
matrimonio. Una chica hermosa, que Jean presentía quién
era, estaba allí, riendo y posando junto a su novio para
las fotografías. Todos estaban alrededor de ella, y los
que no podían, la felicitaban desde lejos. Ella era muy
conocida en el pueblo. Demasiado, pensaba el poeta Jean, demasiado
popular. El show recién comenzaba cuando se encaminó
para ver más de cerca a la novia. El corazón le
latía fuertemente y sentía escalofríos,
pero por fuera parecía una indestructible estatua de
hierro congelada, con la frialdad más admirable que ser
alguno pudiese tener.
Sí,
ella, Nadya, la maldita Nadya, era la que se había casado,
la que se escondía tras las máscaras, tras movimientos
llenos de traición y misterio. Pero ella nunca lo aparentó,
sus facciones tan dulces y sus voz tan melódica e hipnotizante
daba a entender lo contrario para el común de la gente.
Pero él ya sabía quien era esta arpía y
no la dejaría que volviese a jugar más. La venganza
debía ser personal y no por ayudar a otros, los que también
habían vivido algo similar. Fue mucho lo que lloró
durante largos meses por ella. Tiempos de amargura y dolor en
los que no supo qué hacer, en los que se desesperó
tanto buscando una forma de olvidarla. Pero ya todo el daño
estaba hecho y era casi imposible volver atrás. Sí,
era imposible. Totalmente inadmisible.
De repente
el mundo, la gente, los autos, los sonidos, la iglesia y todo
el ambiente patético que le rodeaba, comenzaron a exasperarle
de una manera tal, que la rabia comenzó a acumularse
y hacer desaparecer el miedo. Cuando estuvo a unos pocos metros
de Nadya, y sin que ella o sus familiares se diesen cuenta,
lanzó una rosa roja a sus pies. La llamó por su
nombre y, aproximándose, le dijo con voz de ángel:
-¡Éste es mi regalo para la novia del año!
Ella se quedó estupefacta, sin saber qué decir.
No le reconoció, y exclamó:
-¿Eres algún periodista?
-No, soy un ángel vengador que viene por lo que le corresponde.
Jean se
sacó los lentes y la miró con decisión.
Ella, con duda, miró confusa a sus familiares. Nadie
se acercó. Entonces el poeta sacó el revólver
y apuntó directamente al bello rostro:
-¿Pensabas que esto se quedaría así?
Nadya quedó
en blanco, mirándole, como si una sombra justiciera viniese
a reclamarle por las llagas que habían sido impuestas
en el alma del poeta. Nunca imaginó que él volvería
a buscar venganza. Fue así que Jean, sin pensarlo más,
disparó al rostro de su antigua amada. La sangre roja
y maldita manchó el vestido y la masa encefálica
se derramó sobre el novio y los que se encontraban cerca
de la pareja. Tras el griterío inicial, el poeta apuntó
al moreno profesor de música, al hombre que le había
quitado a su princesa. Por su culpa la había matado,
así que él también debía morir.
-¡Contigo me engañaba esta puta, viejo de mierda!
Disparó y el fofo cuerpo del hombre cayó al suelo.
La encarnada sangre manó a chorros de su cerebro, junto
a una masa gris que se esparcía por el suelo. La gente,
horrorizada, miró los cadáveres, indiferente a
los gritos desgarradores de los padres. Algunos trataron de
acercarse a Jean, pero éste exclamó:
-¡El imbécil que se me acerque, muere...!
Posteriormente,
y ante el asombro de los que le rodeaban, Jean se perdió
entre la gente. El dulce sabor de la venganza fue saboreado
por su ángel. Algunos exclamaron:
-Sabíamos que el ángel vengador vendría
a hacer lo suyo, y ha tomado la forma del difunto Jean, el poeta
de la revista.
Anochecía
en Urbem y en la ciudad de Tetricovia. Pierre subió al
vehículo de Jean y se encaminó a la ciudad con
el propósito de visitar la tumba de su amigo Jean Phillipe,
el poeta. En la ciudad de Tetricovia la bohemia noche comenzaba,
y las luces, como singulares estrellas, se hacían presentes
en la vida que seguía su rumbo como todos los días,
como todas las noches. Las negras palomas se refugiaban en el
templo de la maldad. Las siluetas oscuras dentro de la catedral
de Tetricovia atemorizaban. Pero Pierre seguía manejando
y, unas cuadras más allá de la catedral, llegaba
al cementerio de la ciudad que más amó su querido
amigo. Frente a la tumba le pareció sentir que una presencia
agradecida estaba junto a él. La presencia de su amigo
Jean.
-Fue muy bueno lo que hiciste hoy, amigo mío, nunca pensé
que cumplirías lo que nos dijiste en la clínica
cuando estabas agonizando.
Pierre recordó
aquellos instantes en la clínica, cuando a Jean se le
escapaba la vida. Nicolás, Jhonny, Thomas y él
estaban muy tristes cuando le vieron recostado. Pero Jean les
dijo:
-No se preocupen, amigos míos, volveré y será
para poner muchas cosas en su lugar.
Un viento
fuerte y tibio le rodeó y lo despertó de su recuerdo.
Pierre sintió a su lado la presencia humana de Jean,
vestido de negro.
-No te preocupes Pierre, amigo mío. Esto no ha terminado
aún. Las cosas recién comienzan en esta ciudad.
-¿Qué se viene ahora?
-No te preocupes amigo, el show recién comienza
-¿Y después? ¿Cuándo descansarás
en paz?
-Cuando el show termine.
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