:: VIVIR, SABER.
   La tercera oreja.

Por Gastón Soublette Asmussen.

Entre Colina y Polpaico hay un monte de 1200 metros de altura, extremadamente hermoso, rocoso y empinado, que se llama Quilapilún. Su nombre corresponde al de un cacique de la región a quién llamaban La Tercera Oreja o El Tres Orejas (Quila: tres, Pilún: oreja). En ambos casos se esta aludiendo a alguien que posee la aptitud psíquica de oír a distancia u oír lo que en el ambiente los demás no están capacitados para oír. Este monte, para quien lo mira dando la espalda al sur, tiene en su costado derecho otro monte, llamado el Riscos Colorados, el cual tiene un farellón de unos sesenta
Fotografía de Theodoro Elssaca
metros de roca rojiza que mira hacia el poniente. Ambos montes pueden ser contemplados en toda su majestad desde un precipicio que se halla frente a la cara sur del Quilapalún.

En una excursión que hicimos con Patricio y Anita, trepamos hasta la parte más alta del precipicio y ahí pasamos gran parte del día. Llevaba yo una quena en esa excursión, y, a pedido de mis amigos, toqué todo mi repertorio en esas alturas con la intención de que el farellón del Riscos Colorados devolviera el eco de mis melodías. Haciendo eso, recordé el comienzo de la película “Encuentro con hombres notables”, sobre la vida de Gurdiev, en la cual se ve una ceremonia de magia musical que todos los años se realizaba en un lugar desértico de Rusia, en la que varios músicos de reconocido prestigio hacían sonar sus instrumentos al pie de un gran farellón. Se trataba de un torneo en el que salían vencedores los que hacían vibrar el farellón, el cuál les devolvía inmediatamente el eco de la melodía ejecutada, en su totalidad. En la ocasión a que me referí antes, el farellón del Riscos Colorados, para mi decepción, no devolvió el eco de ninguna melodía.

El repertorio a que hago referencia estaba compuesto por temas de la tradición andina aymará, temas de obras de grandes maestros de la música y temas de mi propia invención. Entre estos se destacaba uno que extraje de la 8ª Sinfonía de Gustav Mahler, un tema modal arcaico que parece provenir de tiempos mitológicos. Lo hago notar por lo que ocurrió al cabo de una hora de nuestra partida del lugar. El auto estaba abajo, en el valle, y cuando llegamos a él comenzaba a oscurecer. Fue entonces que los tres excursionistas quedamos suspendidos por un llamado sonoro que se oyó a nuestras espaldas. El Farellón del Riscos Colorados devolvió la melodía de Mahler varias veces, y sólo cuando nos habíamos alejado de él un kilómetro o más. Lo inexplicable y mágico del fenómeno nos provocó un estado en el que, a la sorpresa, se mezclaba algo de sagrado temor y trance psíquico.

Cabe preguntarse si lo ocurrido tiene alguna relación con el nombre del monte vecino, esto es, El tres orejas o La tercera oreja. Porque los tres protagonistas del prodigio habían oído, en realidad, lo que normalmente los hombres no están capacitados para oír. Y cabe preguntarse también si el autor de la melodía, el propio Gustav Mahler, tiene parte en el fenómeno.

En lo que refiere a lo primero, no cabe duda que por haber amado tanto ese lugar y habernos situado siempre en su espacio con la devoción que corresponde tener frente a las cosas sagradas, el cacique Quilapilún quiso premiarnos de algún modo, probándonos que él poseía el don de la audición extrasensorial. En lo que se refiere al segundo, en apariencia no era posible establecer ningún nexo entre un compositor vienés de fines del siglo XIX, director del Teatro de la Real Opera de Viena, con la tercera oreja del cacique mapuche de la Región Metropolitana de Chile. Con todo, veinticinco años después de ocurrido el prodigio, el autor de este artículo, poniendo por escrito su aventura musical con el monte Quilapilún, fue interrumpido por una llamada telefónica. El interlocutor pronunció su nombre con una marcado acento alemán. Dijo ser el maestro de capilla y organista de la catedral de Klagenfurt en Austria y que la causa de su llamada era su interés en una partitura que el suscrito había escrito de una composición suya llamada “Chile en cuatro cuerdas”, en base a temas del folklore nacional más antiguo. La conversación fue en castellano y muy cordial. Sin saber cómo, se mezcló luego en esta conversación el nombre de Gustav Mahler. El organista de Klagenfurt dijo que Mahler estaba entre sus compositores predilectos. Pero al cabo de unos minutos exclamó: Usted no sabe, Señor Soublette, desde dónde lo estoy llamando. De Klagenfurt, se le respondió. Pero él insistió en la mención del lugar porque eso convertía la conversación sobre Mahler en una significativa coincidencia. Porque en Klagenfurt se halla la cabaña que Mahler hizo construir junto al lago, adonde se retiraba a escribir sus sinfonías, entre ellas aquella de la cual se extrajo el tema ejecutado frente al monte Quilapilún.

El Kapelmeister de Klagenfurt resultó ser chileno y de apellido francés (Perguellier). Ha vivido siempre en Austria y habla castellano con acento germano. Supo de la existencia de la Suite Chile en Cuatro Cuerdas por un amigo de Valparaíso. Quería ejecutarla en la Catedral de su ciudad. El suscrito no tuvo tiempo de decirle que su llamada había interrumpido la puesta por escrito de un fenómeno prodigioso relacionado con la música de Mahler.

Ahora bien, investigar por qué este músico de Klagenfurt llamó precisamente en ese momento, el hecho de que sea chileno y de apellido francés (como el suscrito), que la obra solicitada se llama “Chile en cuatro Cuerdas” (los cuatro trazos, dos verticales y dos horizontales, del Cultrún mapuche) y el lugar de la llamada (cabaña de Mahler), autorizan a pensar que el compositor austriaco, de algún modo, tiene parte en el prodigio. Cabe preguntarse, por eso: ¿Quién eres tú ahora, Gustav Mahler?, ¿Quién eres tú ahora, Lonco Quilapilún? ¿Podías tú, Gustav Mahler, Director de le Real Opera de Viena, oír también lo que los hombres normalmente no están capacitados para oír, como nuestro jefe mapuche Quilapilún y nosotros, a quienes él transfirió su poder? DdO