:: PREÁMBULO.
   Noche de paz, noche de amor.

Por: Juan Pablo Yañez Barrios.

Una noche de paz y de amor más, y una noche vieja más... Estas dos fiestas siempre van juntas. Una debiera ser de paz entre los hombres (y las mujeres) y la otra de gran fiesta. En las casas -ricas o pobres- funciona más bien esta última, porque pensando en las guerras, en los odios, en las diferencias en los bolsillos de los ciudadanos, la noche de amor como que nos queda grande. La fiesta de Año Nuevo, en cambio, se celebra sea con güisqui o litreado -lo que venga- para olvidar lo que haya que olvidar; sea comiendo adentro del
restaurante de lujo o recibiendo las sobras afuera, junto a los perros; sea yendo en 4x4 sobre un cero kilómetro o a pie sobre los sufridos callos. Cada cual hace lo que puede, celebra como puede. La fiesta está en todas partes: en la casa, en la calle, en las plazas, arriba del cerro, debajo del puente...

Pero observe usted Navidad. Recuerdo una noche. Yo debo haber tenido diez años. Estaba abriendo mis regalos sentadito al lado del Árbol de Pascua en el living de casa y miré por la ventana. Allí estaban. Por un lado me fascinaban y por otro me atemorizaban. Eran muchos, pero esa noche sólo vi a tres: dos niños de pantalones cortos y una niña en pollera. Estaban en la calle, de pie junto a un árbol, haciendo nada. Uno de los chicos era algo mayor y los otros dos de mi edad. La niña era bonita, la había visto muchas veces de día: hasta la cintura el pelito castaño lleno de piojos, irritada la naricita respingada llena de mocos, delgaditos los piecitos desnudos llenos de callos y piñén. Cuál de los tres se veía más asqueroso, más sinvergüenza, más peligroso, más marginal, más asocial, más delincuente, más corrupto, más abandonado. Mucho miedo. Yo conocía sus vidas, sabía lo que hacían, y saber eso era uno de mis secretos. Los observaba desde una ventana de casa actuando en la calle y viviendo en el sitio eriazo del lado, en intimidad. Esa libertad que ellos tenían me fascinaba y atemorizaba a la vez.

Hoy, unos cincuenta años después, esos seres de la noche siguen existiendo; esos seres de todas las noches, incluida la de paz y amor. Existen en Chile y en todas partes del mundo. Simplemente, parece que el mundo es así, lleno de seres de la noche y lleno de seres del día que no quieren hacerse cargo de la existencia de los seres de la noche, a no ser para sentir emociones fuertes, por ejemplo viendo TV cuando ésta hace reportajes sobre la vida de los seres de la noche. Entonces los televidentes vibran mirando imágenes y oyendo excesos periodísticos sobre escándalos de droga o sexo en que los seres de la noche son los victimarios o las víctimas. Vienen las declaraciones de indignación. Muchos políticos ponen el grito en el cielo y hacen promesas. Muchos curas se persignan y hablan de moral cristiana. La gente corre a prender la TV para enterarse del último detalle escabroso. Todos corren buscando culpables y cómplices, buscando la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Autoengaño. O doble estándar. La sociedad entera -que es la verdadera culpable- pone el grito en el cielo, menos los que tienen ojos para ver, no sólo mirar.

Una Navidad más, un Año Nuevo más. ¿Qué cambia realmente en el mundo? Esos niños que una vez salieron con las caras tapadas en TV, presentados como víctimas del abuso, siguen, en general, abandonados en la calle. Todo el mundo está de acuerdo en que son víctimas, pero quizás no esté de acuerdo en quiénes son los victimarios. ¿Víctimas de qué, de quiénes? Los victimarios ocasionales suelen ser a su vez víctimas que utilizan las condiciones que les da el gran victimario: la sociedad, el sistema, la desigualdad como estado permanente de cosas. ¿Cambiemos este estado de cosas? ¿Cuándo, pues?

Feliz Navidad y un 2007 lleno de alegría.