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                    | Una 
                        interpretación del amor erótico y la virtud 
                        resiliente. |  Por: 
                  Juan Pablo Yañez Barrios.    
                   
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                        El 14 de Febrero es el Día de San Valentín. 
                        Por allá por los años 200, un sacerdote 
                        cristiano que llevaba ese nombre dedicaba su tiempo a 
                        casar clandestinamente a parejas enamoradas, lo cual contradecía 
                        las órdenes del emperador, que quería a 
                        los muchachos libres de compromisos con el fin de poder 
                        enviarlos a la guerra. Por este motivo, Valentín 
                        fue ejecutado en 14 de Febrero del año 270, dando 
                        origen a su día, o Día del Amor.  
                        El 
                          amor -ese sentir que produce felicidad y entusiasmo, 
                          desdicha y desgracia, vida y muerte, y que es el principio 
                          de todo arte- funciona como un mandato que nadie puede 
                          esquivar, un mandato tanto para el alma inmortal como 
                          para el cuerpo mortal. Por una parte el espíritu 
                          se exalta, y por otra las hormonas toman las riendas 
                          del indómito cuerpo carnal. Es en ese momento 
                          cuando el amor habla con la verdad. Esas hormonas -con 
                          nombres tan poco románticos y excitantes como 
                          vasopresina o testosterona- son responsables, según 
                          dicen los que dicen saber, de que los seres humanos 
                          caigan unos en brazos de otros sin remedio cuando así 
                          lo ordena el sentimiento. Entonces no importa el género 
                          del sexo (léase homosexualidad), ni la edad (léase 
                          amores prohibidos), ni las buenas costumbres (o las 
                          malas), ni la moral (que suele ser doble), ni las pretendidas 
                          “orientaciones profesionales”, tan de moda hoy en día 
                          (y si no cree encienda la TV y podrá ver a algún(a) 
                          experto(a) en sicología dictando cátedra 
                          y manipulando las almas humanas como si fueran máquinas). 
                          Porque claro, una cosa es la ley del alma, el enigma 
                          de la mente, el mandato profundo, el impulso del amor, 
                          y otra el bla bla de los que dicen saber. Por lo menos, 
                          el amor es algo misterioso. No lo trivialicemos. |  |   |   “Prohibido 
                  prohibir” es una frase célebre, pero sólo para 
                  la vitrina. Eso les hubiera gustado a los desgraciados Romeo 
                  y Julieta, o a cualquier parcito homosexual enamorado, o a alguna 
                  parejita de diferente raza, diferente clase social, diferente 
                  edad... La moral y el prejuicio humanos. Como Romeo y Julieta, 
                  todo aquel que se compromete con un amor bien sentido pero mal 
                  mirado, puede que esté comenzando a cavar su propia tumba. 
                  Esa es nuestra preciada y precaria realidad. Compórtese 
                  o sufra las consecuencias, a menos que usted tenga el don de 
                  la virtud salvadora. Porque, contra todo viento prejuicioso 
                  y toda marea moralista, las verdades quedan archivadas eternamente, 
                  y alguien virtuoso puede rescatarlas de esos archivos imperecederos 
                  para su propio provecho. La mitología, por ejemplo, es 
                  un archivo de la condición real del alma humana. Ella 
                  no entiende de moral ni de cosas buenas o malas. Se fundamenta 
                  simplemente en lo que es, en los mandatos que no se pueden esquivar, 
                  en las virtudes esenciales. 
                  La leyenda 
                    de Eros -rey del amor- y Psique -su enamorada- es una historia 
                    de seres amorales y virtuosos que son capaces de inmortalizar 
                    la palabra amor. Dice la leyenda que Psique era la más 
                    pequeña, hermosa y agraciada de tres hermanas hijas 
                    de rey. La diosa Afrodita estaba celosa de la belleza de Psique 
                    y envió a su hijo Eros (o Cupido) para que le lanzara 
                    una flecha de oro que la obligaría a sentir pasión 
                    por el hombre más feo y asqueroso que se cruzara en 
                    su camino. Pero lo que pasó fue que Eros, al ver a 
                    la pequeña Psique, se enamoró sin remedio de 
                    ella. La tomó en sus brazos, alzó el vuelo y 
                    la llevó como lindo tesoro de espíritu y carne 
                    hasta sus aposentos. Allí se desató la pasión, 
                    el amor, la lujuria y la ferocidad-felicidad. La Diosa Afrodita, 
                    aunque no muy contenta, permitió a su hijo que visitara 
                    a su niña amada cada noche, pero bajo la condición 
                    de que la chica no viera su verdadero rostro: el del amor. 
                    No obstante, llena de curiosidad y dudas hacia ese macho que 
                    le enseñaba tanto de la vida, una noche Psique decidió 
                    encender una lámpara y mirarle la carita. Pero Eros 
                    despertó y, como castigo por ser desobediente, la abandonó. 
                    Final y felizmente, después de ser sometida a las más 
                    duras pruebas por parte de Afrodita, Psique se hace inmortal 
                    y puede vivir en plenitud y goce con su Eros. El Amor, entonces, 
                    es suyo. Ella ha superado toda prueba, ha superado la culpa, 
                    está más allá de la moral, más 
                    allá del bien y el mal, se ha conquistado a sí 
                    misma, ha conquistado el verdadero amor, se hace compatible 
                    con sus propios sentimientos. Recordemos 
                    que Afrodita es la diosa del amor y la belleza. Ella protege 
                    no sólo a los esposos, las familias, los hogares, las 
                    relaciones “bien” constituidas, sino también a los 
                    amantes, la lascivia, la pasión desenfrenada sea entre 
                    quienes sea, todo orden de voluptuosidad e inmoralidad. Afrodita 
                    habla el lenguaje del amor en todas sus manifestaciones naturales 
                    e incita a todo ser humano, sin distinción y restricción, 
                    a experimentar tal cual lo desee y en el momento que quiera. 
                    Sus atributos son los de la sensualidad, desde el nacimiento 
                    hasta la muerte, pasando por la doncellez y el vicio. El amor 
                    lo es todo. La vida de cada cual está demarcada por 
                    sus sentimientos y actos en un sentido amoroso. La moral pretende 
                    frenar impulsos que, de no ser asumidos con naturalidad, pueden 
                    dañar la salud mental mediante la culpa o la vergüenza. 
                    En su intimidad, cualquiera puede realizar actos inmorales 
                    y puede sentirse conforme y satisfecho mientras no se enfrente 
                    a la sociedad, al ojo ajeno, a la moral. Entonces, muy probablemente 
                    se sentirá basura, se mirará como de bajos instintos 
                    y su dedo acusador se volverá hacia sí mismo. 
                    De ahí a la depresión o a cualquier otra enfermedad 
                    hay sólo un pasito. Ese trance 
                    puede superarse sólo mediante la virtud, la virtud 
                    de saber ver la verdad de la condición humana. En este 
                    caso, se trata de la capacidad para sobreponerse a los golpes 
                    de la vida, lo que hoy se ha dado por llamar resiliencia. 
                    El que no es virtuoso caminará por la senda de la culpa 
                    y la vergüenza y finalmente caerá en la enfermedad. 
                    Sólo quien posea virtud resiliente, como la niña 
                    Psique, puede escapar incólume y plenamente realizado 
                    de esas garras. Todo depende de la propia psique, de la propia 
                    virtud, sean cuáles sean las pruebas que la afrodisíaca 
                    Diosa Afrodita o la moralista Diosa Sociedad impongan.   
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