Soy
vecina del Cajón del Maipo. Hace seis años nos vinimos a vivir al
Cajón con nuestra hija mayor de 3 meses de edad. Al leer la revista “Dedal
de Oro” recuerdo por qué elegimos este lugar: por el aire limpio que nos
muestra el cielo azul todo el año, por lo imponente de la cordillera que
está “tan cerca”, tan verde, tan gris a veces, y tan blanca en invierno
que en las noches se ilumina y parece suspenderse en la oscuridad; por la vegetación,
el maravilloso color naranja que decora el borde del camino en primavera producto
de todos esos dedales de oro que se abren con el sol que comienza a calentar,
por el ruido del viento, del agua, del río, etc. En resumen, por la maravillosa
naturaleza que tan cerca de Santiago se impone sobre la ciudad.
Elegimos
un lugar al lado de un estero, una maravillosa parcela muy verde y llena de lagartijas
azules y verdes, pájaros de todo tipo que cantan todo el día. Parecía
que nos estaba esperando para comenzar nuestro proyecto de vida, el proyecto de
una familia joven que quería criar a sus hijas en la pureza de la naturaleza
y que crecieran respetando la flora y fauna de su medio ambiente, desde el más
insignificante insecto hasta los imponentes cóndores que vemos bajar en
invierno y sobrevolar el río.
Pero
al establecernos aquí descubrimos que no todo era tan bonito como parecía.
El estero, del que nos dijeron era Zona de Protección Ecológica,
donde no se puede acampar, hacer fogatas ni mucho menos destruir la vegetación,
se transforma en el verano en un balneario popular. Se llena de gente con muy
poca cultura, se oyen gritos de borrachos toda la noche y la quebrazón
de botellas tiene el río lleno de vidrios, por lo que es un peligro bañarse
en él. Los árboles mutilados observan cómo son prendidas
sus ramas en fogatas a veces incontrolables. Hemos tenido que escapar de nuestra
casa tres veces, desde que vinimos acá, producto de los incendios forestales
provocados por las fogatas que inescrupulosos prenden a orillas del estero, quienes
huyen al descontrolarse el fuego, dejando atrás incendios que nos han hecho
correr peligro y sufrir la angustia y el pánico de quedarnos sin casa o,
peor, de que resulte alguien herido. Sólo gracias a Bomberos y vecinos
se han salvado las casas que rodean al estero “El manzano”, un lugar que es hermoso
en invierno y en el verano se transforma en una pesadilla.
En
este lugar reina una verdadera ley de la selva. Las bolsas de basura cuelgan de
los árboles que aún no han sido quemados. Todos los vecinos hemos
tenido que reforzar la seguridad de nuestras casas con rejas más firmes
y más altas por los robos y asaltos que hemos sufrido.
Todavía
tengo esperanzas de que esto se solucione, tal vez cuando tengamos una autoridad
más preocupada del medio ambiente y de todos los vecinos, no sólo
de un grupo. Creo que sólo falta la voluntad de cuidar, y fiscalizar que
las leyes se cumplan. Tal vez algún día podamos tener aquí
un santuario de la naturaleza respetado por sus visitantes, cuidado y controlado
por las autoridades, que podamos disfrutar todos, turistas y vecinos de esta maravilla
que tenemos ante nuestros ojos y no hemos sabido respetar como se merece.
Carmen
Gloria Vergara G.