Cuando 
me preguntan en qué momento de mi vida descubrí mi talento como 
artista y, en particular, como escultor, siento que debo retrotraerme a mi pequeña 
infancia. Afloran recuerdos de esos días fríos de invierno, cuando 
la arcilla aparece frente a mis ojos como un fabuloso tesoro, cercana a esa casa 
de adobes con su típico brasero en el centro, que mitigaba el frío 
de nuestra pequeña humanidad. Es aquel momento de nuestra vida donde no 
percibimos el tiempo porque lo creemos infinito. Con mis compañeros de 
infancia y juegos, con nuestras manos partidas por ese frío y la humedad 
de la greda, ensayamos modelar mil y una figuras, a las que les espiábamos 
día tras día su lento secado, hasta que llegaba a su fin y se convertían 
en nuestros juguetes preferidos, con los que creábamos historias fantásticas 
de sueños y fantasías. Tal vez fueron esos sueños y fantasías 
las que me condujeron a tomar el arte como razón de vida. 
El 
crear, hoy, es sin lugar a duda regresar a esa infancia. En cada obra, o en gran 
parte de ellas, está el niño que modeló la greda, en días 
de invierno, en los que imaginó mundos de caballos gigantes que se confundían 
con las montañas y seres que a la distancia flotaban en el aire. Es en 
aquel momento de mi vida cuando aparecen estos ancianos nobles y sabios que trabajaron 
sembrando la tierra, que me explicaron que este mundo es real, que esos caballos 
que yo veo a la distancia no son gigantes, que esas personas que vienen bajando 
o subiendo la montaña tampoco flotan. Son seres reales que, como todos, 
tienen sus defectos y virtudes.
Así 
pasaron los cortos años de mi niñez, en este gran amor por transformar 
la arcilla. Un día comprendí que este oficio tenía que servir 
para entregar testimonios. Esto me condujo a esas tierras morenas de nuestro Norte 
Grande, donde viven esas mujeres esforzadas, heroicas, de trenzas negras, y esos 
ancianos que trabajaron en las salitreras, hombres de manos y gestos nobles, curtidos 
por las sales y el viento del desierto. Fueron ellos mi inspiración y mi 
dedicación. Por contar su historia compartí con ellos once años 
de mi existencia. Las obras testimoniales del pasado y el presente de estos pueblos 
pude mostrarlas en gran parte de Chile, Argentina y Francia.
Al 
pasar este tiempo de arduo trabajo aflora la normal inquietud por el conocimiento. 
Esto me transportó a Francia, donde pude visualizar otra forma de enfrentar 
el arte y, en particular, la escultura; sintetizar de mejor manera los sentimientos, 
vivencias y conceptos que contienen el arte; respetar el oficio de crear: que 
el mensaje planteado en la obra sea reconocido y comprendido a través de 
la contemplación. También pude conocer, en forma práctica, 
la fundición a la cera perdida, que es la técnica que se utiliza 
para la fundición artística, la que ha permitido y permitirá 
que mis obras vivan y me sobrevivan en el tiempo.
Se 
piensa que la creación culmina con la obra escultórica, pero creo 
que no es así. La creación es más que el objeto: es reflexión, 
sentimiento, vivencia, amor por la vida. Por lo tanto, la escultura siempre se 
seguirá desarrollando y trabajando a través del tiempo. Esto quiere 
decir que una obra puede tener varias versiones en su contenido, pero no en su 
forma de ejecutarla.
El 
arte es expresión personal y terrenal, abrigando la secreta esperanza de 
que tenga algún significado trascendental. Será así en la 
medida que la obra logre expresar su contenido y, de alguna manera, traspasar 
el tiempo con el mensaje vital que cada creación artística debería 
contener. En esto el artista no tiene ingerencia, sólo entrega su obra. 
Quien la califica y valora es el observador. 
En 
mi caso, realizar una obra me toma un largo tiempo de reflexión en torno 
al tema, de dibujos de maquetas y todo lo que conlleva su desarrollo técnico. 
También está esa parte sensible, que mortifica el espíritu 
en cada volumen que tus manos ejecutan y que hace jirones los secretos profundos 
de tu alma. Esto no es fácil de explicar, no es fácil de comprender.
Se 
dice y se cree que el artista es producto de galerías, exposiciones, reportajes, 
ventas más y ventas menos. Si bien esta gestión es importante porque 
permite realizar y sobrevivir, no determina el ser artista. Artista se es por 
talento, un talento que cristaliza a punta de esfuerzo, sudor, disciplina y, en 
muchos casos, privaciones. Por esto y por mucho más se puede deducir que 
en esta vocación, en la que tienes que cultivar tu talento, nada es gratuito.