El 
dialecto, corresponde a una variedad idiomática compartida por personas 
de una misma región geográfica. En esta categoría se encuentra 
la famosa “marraqueta” santiaguina, que un poco más al sur, en Rancagua, 
es llamada “pan francés” y en Valparaíso no conoce más nombre 
que “pan batido”. También está el caso del “balón de gas”, 
que en Talca y sus alrededores adquiere la simpática denominación 
de “bombona”. 
El 
sociolecto, se refiere a la forma de expresión compartida por quienes ocupan 
un mismo estrato social. Acá tenemos el clásico acento “cuico”, 
cuyo ejemplo más representativo es anteponer a la letra “ch” la combinación 
ts, para lograr una especie de “tsch”. El cuico no dice “ocho”, dice “otscho”. 
Esta misma palabra, en un estrato social bajo, popular, sonaría como “osho”, 
con una s más arrastrada. Pero no sólo en la pronunciación 
existen diferencias entre estratos sociales; hay palabras o expresiones cuicas 
que un “flaite” jamás utilizaría, y viceversa. Un flaite nunca diría: 
“Amigui…lo pasé genial”, así como un cuico jamás dirá 
“Socitooo, lo pasé pulento”.
El 
cronolecto, es una variedad de lengua compartida por individuos pertenecientes 
a un mismo grupo etáreo y, dentro de éste, el más creativo 
corresponde al de los jóvenes. A esta categoría pertenecen expresiones 
como: bajón (estado depresivo, pero también incontrolables deseos 
de vomitar, producto de un cóctel etílico)); ¿la dura? (¿en 
serio?); no te preocupes… ¡yo te presto ropa! (¡yo te ayudo!).
Como 
podemos ver, el uso de estos modismos no implica que los chilenos hablemos mal. 
Al contrario, significa que el lenguaje está vivo, es dinámico y 
se adapta a las necesidades de cada grupo, transformándose en un verdadero 
elemento de identidad para quienes lo comparten.
Pero 
como les conté, no sólo los chilenos utilizamos expresiones muchas 
veces indescifrables para el extranjero. En países como Venezuela, Argentina, 
Panamá y Perú, entre otros, la cuestión no varía mucho. 
A continuación les mostraré cómo se dice una misma oración 
en distintos países de América Latina.
En 
español correctamente hablado un hombre dice:
“Esta 
bebida alcohólica es muy buena. A mí me gusta mucho, pero si bebo 
más de tres vasos me emborracho y al día siguiente despierto con 
un malestar físico tremendo”.
Para 
esta misma oración un chileno dirá:
 “Este copete está 
la raja. Me cae del uno, pero si chupo más de tres pencazos me curo y mañana 
despierto con la mansa caña”.
 Un peruano dirá:
 “Este trago 
está paja. A mí me vacila como cancha, pero si chupo más 
de tres vasos me pongo huasca y al otro día me levanto con un caldero de 
la patada”. 
 Y un panameño…:
 “Este guaro está nítido. Me 
gusta buco pero después de tres voy por fuera y amanezco con una goma pifiosa”.
¿Y 
cómo dirán un chileno, un argentino y un venezolano la siguiente 
frase?: “La policía atrapó al delincuente y lo mandó a la 
cárcel”.
 Nuestro compatriota dirá:
 “Los pacos pillaron al 
pato malo y lo metieron en cana”.
 El argentino dirá:
 “La yuta agarró 
al chorro y lo metió en la perrera”.
 El venezolano dirá:
 
“Los tombos agarraron al malandro y lo metieron en la jaula”
 ¿Y en 
España?
 “La pasma cogió al quinqui y lo metió al maco”.
No 
debemos confundir el hablar mal, es decir, pronunciar incorrectamente algunas 
palabras, con utilizar expresiones que validan la identidad de una región, 
un grupo etáreo o un estrato social. ¿Qué piensa usted, hablamos 
mal los chilenos?