:: PREÁMBULO.
   TranSantiago... TranSando...

A pocos días de la puesta en marcha definitiva del Transantiago, el panorama se ve más que complejo para los impulsores de este megaproyecto. Como toda nueva idea, este plan supone un reacomodo, un cambio en los hábitos y una planificación al momento de trasladarnos; implica voluntad por parte de todos para lograr el éxito de la iniciativa que, finalmente, no busca otra cosa que el bienestar de la comunidad entera. Pero, para qué estamos con cosas… el chileno es egoísta, flojo y sobre todo, reacio a los cambios.
Desde que se anunció que el Transantiago vendría a revolucionar la manera de transportarnos, surgieron a priori las suspicacias, las amenazas de paralización de los choferes, las protestas de vecinos indignados porque, según ellos, el paso de las nuevas micros alteraría su apacible tranquilidad; la preocupación de los más adultos ante el dificultoso manejo de las tarjetas y de las complicadas maquinitas. No digo que esta nueva forma de concebir la movilización de los capitalinos sea la panacea, pero ¿por qué no ver el lado amable de las cosas?

¿Cuántas veces fuimos copilotos de esos alienados choferes en frenética carrera por atrapar a un pasajero? Recuerdo en mis años de estudiante haber abordado verdaderos armatostes kitsch sostenidos en pie por obra y gracia de la Divina Providencia, llenos de figuritas y luces, cuyos simpáticos mensajes me hacían olvidar por momentos lo infrahumano del eterno viaje. Para qué hablar del deplorable y humillante trato que en alguna rutinaria travesía recibí de parte del conductor sólo por pagar tarifa escolar; o la bocanada de humo que muchas veces aspiré mientras pasaba por el lado de un ennegrecido tubo de escape. Sé que muchos de estos vicios aún son pan de cada día en las calles y avenidas de nuestra capital, sin embargo, así como los usuarios debemos esforzarnos por desechar antiguas prácticas y aprender otras nuevas, también es necesario que las micros y especialmente los conductores vayan transformando su comportamiento. Ciertamente, resulta un tanto decepcionante ver las tradicionales máquinas amarillas debajo de un esmerado “enchulamiento”, y también el constatar que permanecen bajo el control de los mismos choferes que, al parecer, no han sido debidamente capacitados para enfrentar los cambios. En este sentido, vale la pena recordar que manejar bien no significa adelantar o esquivar con maestría a los demás vehículos, sino que consiste en brindar seguridad, comodidad y sobre todo, respeto a pasajeros, peatones y automovilistas. Pero no seamos inflexibles... transemos, esperemos. Más temprano que tarde una completa flota de buses nuevos circulará por la capital, no sólo ayudando a la descontaminación urbana al invitar al usuario a dejar su automóvil en casa, sino que contribuyendo a mejorar la calidad del viaje de los pasajeros al reducir considerablemente los tiempos de traslado y, algo muy importante, no olvidando al discapacitado, ése que en el antiguo sistema simplemente se quedaba abajo de la micro y también del metro.

No debemos desconocer el gran esfuerzo realizado por avanzar en materia de transporte y descontaminación, cuyas medidas se han materializado en la entrega de pases de traslado gratuitos, lo que apunta directamente a causar un mínimo impacto en el bolsillo de cada santiaguino. Se han hecho, además, diversas campañas educativas, por radio, televisión y todos los medios de comunicación, invitando a los capitalinos a ser parte de esta transformación que, sin duda, beneficiará a la mayoría de quienes deben desplazarse por Santiago.

Miremos para el lado, no seamos egoístas. Hay que buscar un ajuste, pues todo lo nuevo requiere una marcha blanca, una etapa de acostumbramiento, una especie de sacrificio inicial. Tengamos la voluntad y la disposición… Quién sabe y quizás algún día viajar por Santiago se transforme en un verdadero placer.

Vania Ríos Molina