Desde que se anunció que el Transantiago vendría
a revolucionar la manera de transportarnos, surgieron a priori
las suspicacias, las amenazas de paralización de los
choferes, las protestas de vecinos indignados porque, según
ellos, el paso de las nuevas micros alteraría su apacible
tranquilidad; la preocupación de los más adultos
ante el dificultoso manejo de las tarjetas y de las complicadas
maquinitas. No digo que esta nueva forma de concebir la movilización
de los capitalinos sea la panacea, pero ¿por qué
no ver el lado amable de las cosas?
¿Cuántas
veces fuimos copilotos de esos alienados choferes en frenética
carrera por atrapar a un pasajero? Recuerdo en mis años
de estudiante haber abordado verdaderos armatostes kitsch
sostenidos en pie por obra y gracia de la Divina Providencia,
llenos de figuritas y luces, cuyos simpáticos mensajes
me hacían olvidar por momentos lo infrahumano del eterno
viaje. Para qué hablar del deplorable y humillante
trato que en alguna rutinaria travesía recibí
de parte del conductor sólo por pagar tarifa escolar;
o la bocanada de humo que muchas veces aspiré mientras
pasaba por el lado de un ennegrecido tubo de escape. Sé
que muchos de estos vicios aún son pan de cada día
en las calles y avenidas de nuestra capital, sin embargo,
así como los usuarios debemos esforzarnos por desechar
antiguas prácticas y aprender otras nuevas, también
es necesario que las micros y especialmente los conductores
vayan transformando su comportamiento. Ciertamente, resulta
un tanto decepcionante ver las tradicionales máquinas
amarillas debajo de un esmerado “enchulamiento”, y también
el constatar que permanecen bajo el control de los mismos
choferes que, al parecer, no han sido debidamente capacitados
para enfrentar los cambios. En este sentido, vale la pena
recordar que manejar bien no significa adelantar o esquivar
con maestría a los demás vehículos, sino
que consiste en brindar seguridad, comodidad y sobre todo,
respeto a pasajeros, peatones y automovilistas. Pero no seamos
inflexibles... transemos, esperemos. Más temprano que
tarde una completa flota de buses nuevos circulará
por la capital, no sólo ayudando a la descontaminación
urbana al invitar al usuario a dejar su automóvil en
casa, sino que contribuyendo a mejorar la calidad del viaje
de los pasajeros al reducir considerablemente los tiempos
de traslado y, algo muy importante, no olvidando al discapacitado,
ése que en el antiguo sistema simplemente se quedaba
abajo de la micro y también del metro.
No debemos
desconocer el gran esfuerzo realizado por avanzar en materia
de transporte y descontaminación, cuyas medidas se
han materializado en la entrega de pases de traslado gratuitos,
lo que apunta directamente a causar un mínimo impacto
en el bolsillo de cada santiaguino. Se han hecho, además,
diversas campañas educativas, por radio, televisión
y todos los medios de comunicación, invitando a los
capitalinos a ser parte de esta transformación que,
sin duda, beneficiará a la mayoría de quienes
deben desplazarse por Santiago.
Miremos
para el lado, no seamos egoístas. Hay que buscar un
ajuste, pues todo lo nuevo requiere una marcha blanca, una
etapa de acostumbramiento, una especie de sacrificio inicial.
Tengamos la voluntad y la disposición… Quién
sabe y quizás algún día viajar por Santiago
se transforme en un verdadero placer.
Vania
Ríos Molina