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                    | Los 
                      valles que se usan para dejar los animales desde principios 
                      de otoño hasta mediada la primavera son llamados 
                      Campos de Invernada, en los cuales la crudeza del clima 
                      de esa época se ve suavizada en relación a 
                      la alta cordillera. Suelen ser campos con escasez de agua 
                      y pasto. Los Campos de Veranada, en cambio, que se usan 
                      en el resto del año, cuando el clima es benigno, 
                      se ubican arriba, en la montaña, y su calidad para 
                      la supervivencia de los animales es mucho mejor. |  
 
                   
                    | En 
                      memoria de don Jaime Pavez, hombre de cordillera que pertenecía 
                      al Club de Huasos Arrieros de San José de Maipo, 
                      fallecido hace 3 años. |   Por: 
                  Víctor Saavedra Vergara.  
                   
                    |  
                        Nos 
                          conocíamos desde mucho antes del verano, el cual 
                          ese año ya estaba llegando a su fin. Por eso 
                          los animales que pastaban allá arriba necesitaban 
                          una visita, para ver las condiciones en que se desenvolvían. 
                          Era una rutina, pero don Jaime no contaba con alguien 
                          que lo acompañara, por lo que me propuso que 
                          aprovecháramos el buen tiempo de fines de marzo 
                          para adentrarnos en los cajones que él conocía 
                          como la palma de su mano. Cuando 
                          le conté a mi hijo de 14 años sobre la 
                          invitación cursada por mi amigo, de inmediato 
                          me aceptó la proposición. Él tenía 
                          bastante dominio del caballo, lo que había demostrado 
                          en excursiones anteriores, por lo que tomamos la decisión 
                          de comunicamos rápidamente con don Jaime. No 
                          había tiempo que perder. Con nuestras mochilas 
                          y una carpa tipo iglú, nos fuimos a la casa de 
                          don Jaime, en El Bollenar, villorrio ubicado en las 
                          cercanías de San Gabriel, donde preparamos la 
                          comida para tres días.Temprano 
                        los caballos estaban a disposición en el sector 
                        de Manzanito, siguiendo el curso del Río Maipo, 
                        cercano a Las Melosas. Con tres caballos ensillados y 
                        una mula para carga de mochilas y carpa, enfilamos por 
                        el camino paralelo al río hasta llegar al fundo 
                        Cruz de Piedra. Desde allí comenzó el ascenso 
                        por un sendero angosto, siguiendo la ladera que se adentra 
                        por la quebrada hacia el sur. Después de un breve 
                        descanso a orillas del estero, cobijándonos del 
                        calor bajo unos lunes -árboles de madera fibrosa 
                        que permiten una combustión |  |   
                         
                          | Con 
                            tres caballos ensillados y una mula para carga de 
                            mochilas y carpa, enfilamos por el camino... |    
                         
                          | ...pudimos 
                            ver a lo lejos los animales retozando en la arena, 
                            los pastizales y las pozas que los riachuelos formaban 
                            en la explanada. |  |   rápida 
                  para preparar un café-, nos aprestamos para seguir la 
                  ascensión, a veces en línea recta, otras en zigzag, 
                  siempre en subida, hasta llegar al fondo, para luego enfilar 
                  a otro cajón, que, en un momento, nos pareció 
                  imposible de alcanzar, pues una gran pared de roca parecía 
                  cortar el paso y cualquier intento de subida. El sendero se 
                  recortaba hacia el lado izquierdo en una interminable subida 
                  de curvas y más curvas. La yegua que me servía 
                  de cabalgadura resoplaba y en momentos se detenía para 
                  tomar aire, mientras mi pecho tocaba las crines de su cuello 
                  en una posición de equilibrio durante el trayecto para 
                  llegar a algún descanso más plano.
 Al 
                  fin llegamos encima de la gran masa de piedra, ubicada aproximadamente 
                  a tres mil metros de altura. La vista hacia el este era impresionante. 
                  Una mirada rápida hacia abajo nos hizo pensar en el tremendo 
                  esfuerzo de los caballos para poder llegar hasta ahí 
                  y en lo diminutos que nos veíamos frente a toda esa inmensa 
                  y espectacular naturaleza, que nosotros teníamos el privilegio 
                  de conquistar. Son muy pocos los que llegan a conocerla.
 Cien metros 
                    más arriba armamos el campamento, a orillas de un riachuelo 
                    que más adelante caía por la cascada. Esa noche 
                    fue magistral. El cielo nos mostró todas sus estrellas 
                    y vías. Los satélites siguiendo sus órbitas 
                    y los ovnis a velocidades increíbles se paseaban por 
                    las carreteras celestiales. Don Jaime, a la usanza de los 
                    arrieros que dominan la naturaleza cordillerana, dormía 
                    junto a sus aperos, protegiéndose con su manta en la 
                    oquedad de un roquerío. Esa noche nos contó 
                    sus experiencias de joven por esos parajes y también 
                    en el lado argentino, donde conoció las grandes estancias 
                    que trabajan con ganado y el herraje de caballos empleando 
                    aparatos mecánicos que acá no se usaban. Al día 
                    siguiente, temprano ensillamos los caballos y continuamos 
                    por unos caminos muy angostos, que a veces nos ponían 
                    muy nerviosos, porque cualquier tropiezo de la bestia habría 
                    significado desbarrancarse. Pero estos animales saben poner 
                    sus pezuñas con una justeza a toda prueba y la confianza 
                    que ellos nos brindaban nos permitía cabalgar con más 
                    tranquilidad. A la entrada 
                    del Cajón de Los Patos, donde irrumpimos a través 
                    de un pequeño portezuelo, pudimos ver a lo lejos los 
                    animales retozando en la arena, los pastizales y las pozas 
                    que los riachuelos formaban en la explanada. El cajón 
                    formaba un gran circo, donde revoloteaban águilas, 
                    cóndores y otros carroñeros que más de 
                    algún animal encontraban para ser digerido. De vez 
                    en cuando un zorro se escabullía entre los roqueríos. Estábamos 
                    en el límite entre la Región Metropolitana y 
                    la Sexta Región, sólo acompañados por 
                    terneros y vaquillas de variados colores que se camuflaban 
                    con el entorno cordillerano. Luego de una revisión 
                    minuciosa y de hacer el conteo de rigor y de un paseo por 
                    los alrededores, retornamos a nuestro campamento, cercano 
                    a una gran cascada que caía de unos 70 metros de altura. 
                    Al tercer día retornamos a Manzanito, rehaciendo el 
                    mismo camino, pero con la satisfacción de haber cumplido 
                    una labor importante y haber hecho algo diferente a lo que 
                    hace la mayoría de la gente. “¿Se atreven a 
                    vadear el río Maipo?”, nos preguntó don Jaime. 
                    “Por donde usted pase, pasamos nosotros”, le respondimos mi 
                    hijo y yo. Y así fue. Con el agua hasta cerca de la 
                    cintura y el caballo con su cuello afuera logramos atravesar 
                    para acortar camino. Agradecidos 
                    por la invitación, nunca nos olvidaremos de esa experiencia. 
                    Mientras el tiempo pasa su recuerdo se hace más profundo. Enero 
                    2007. 
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