Debe haber
terminado mi tumo de descanso y me toca ir adelante a volar...
pero si yo estaba de vacaciones...
Le obedecí
y recordando que me había sacado las botas me agaché
a recogerlas.
Los jeans...
¿dónde dejé los jeans?
La joven
me tiró la manga. Avancé por el pasillo del
avión hacia la puerta del cockpit. La auxiliar de vuelo,
siempre sonriendo, abrió la puerta y me hizo señas
para que entrara.
Pasé
muy cerca de ella cuando me dio la pasada. Sonriendo me guiñó
un ojo. Olía rico.
¡Oye...
este es un DC-6... está como nuevo!...
Me acerqué
a los pilotos. El capitán se dio vuelta y me saludó
efusivamente. El copiloto ni siquiera me miró, ya que
mirando fijamente hacia adelante, hablaba interminablemente
por la radio.
Putas
el huevón roto, pensé, ¿y dónde
se habrá metido el ingeniero de vuelo?
El Capitán,
siempre sonriente, me hizo señas que me sentara en
el asiento del medio. El ruido fuerte impedía la conversación.
Por las ventanas de la cabina de vuelo se divisaba la cordillera.
Era una linda mañana y no se veían nubes. Empinándome
pude observar que a la izquierda se distinguía el Cajón
del Maipo. Allá abajo se percibía el río
y se alcanzaban a notar varios pueblos entre San José,
San Alfonso y San Gabriel.
Los santos
de la cordillera... pensé por alguna razón...
Sentí
el perfume muy cerca. Era un olor dulce y erótico.
La azafata se había acercado y me miraba. Sus ojos
recorrieron mi rostro lentamente y alzando la mano me acarició
el rostro.
«Por
qué me miras con tanta pena», le pregunté.
Me miró
siempre en silencio y acercándose, más aún,
entreabrió sus hermosos labios.
El Capitán
me tocó el hombro y me mostró algo allá
afuera.
Miré
hacia abajo. Ya estábamos sobrevolando la planta hidráulica
de ‘Los Queltehues’. Se divisaban los tubos enormes que caían
por el faldeo del cerro hacia las turbinas en el valle. Vi
que el altímetro indicaba 25.000 pies.
Llevamos
buena altura.
Contemplé
el paisaje hacia adelante. Teníamos una barrera de
cerros al frente.
Por Dios
que se ven altos... pensé... ¿qué altura
tendrán?
Miré
el altímetro nuevamente. Chuchas... estamos a 15.000
pies de altura nomás. ¡Estamos muy bajo!
Miré
al Capitán. Él seguía tratando de mostrarme
algo allá abajo y no miraba hacia adelante. Le mostré
imperiosamente con mi mano señalando los cerros cercanos.
Hizo un gesto con la mano. No había problema.
El copiloto
seguía preocupado de la radio. También anotaba
algo en la tablilla con el plan de vuelo. No miraba hacia
fuera ni tampoco los instrumentos del avión.
Putas
la pareja para rara. No se preocupan mucho del vuelo...
Sentí una cosquilla en el cuello. La sensación
de una caricia y luego un beso.
Quise
darme vuelta para mirar y corresponder las caricias de esa
maravillosa muchacha tan, tan cariñosa y encantadora,
pero estaba demasiado preocupado de lo que estaba sucediendo.
Volví
a mirar hacia afuera. Por la ventanilla se veía claramente
la cima de la montaña. Los picos cercanos estaban aún
cubiertos de nieve y las rocas se veían amenazadoramente
cerca.
La auxiliar
seguía acariciándome desde atrás. Sentí
algo húmedo.
Esta chiquilla
se volvió loca... ¡ahora me está lamiendo
el cuello! Dios mío, ¿qué hago?
El Capitán
ahora sí miró hacia adelante. Ahora se volvió
hacia mí preocupado y cogiendo las cuatro palancas
de los aceleradores, ¡las empujó violentamente
hacia adelante! Pero, aparentemente estaban trabadas, porque
apenas se movieron. Me volvió a mirar. Ahora sí
que estaba asustado.
Me agaché
hacia adelante. Aún sentía los labios y la lengua
de la azafata que me provocaba, produciéndome cosquillas
exquisitas en el cuello y en la mejilla. Pero no podía
concentrarme ni dedicarme a ella. Tomé los aceleradores.
Estaban durísimos y con todas mis fuerzas logré
llevarlos a su máxima potencia. Los motores rugieron
extrañamente.
Las palas...
las palas de las hélices... ¡no les cambiamos
el paso!
Efectivamente,
habíamos aumentado la potencia de los motores, pero
el paso de las hélices, el ángulo de ellas no
era el adecuado para la potencia de los cilindros.
¡Esta
loca me sigue lengüeteando y no me deja concentrarme!
Pasamos rozando la cumbre. Delante nuestro apareció
una quebrada profunda allá abajo. Por la izquierda
se veía el Refugio Alemán y al otro lado del
río se divisaba la poza amarilla de los Baños
de Morales.
Esta situación
ya pasó una vez... por qué se repite... y me
siguen lengüeteando. ¡Esta mujer me está
volviendo loco!
Al frente,
apareció otro amenazante cerro negro. Ahora ambos pilotos
miraban hacia delante. Algo hablaron entre ellos. Yo lo único
que atiné fue a empujar la palanca del paso de las
hélices. El ruido anormal de los motores desapareció
y rugían ahora a toda su capacidad. Miré el
velocímetro. La velocidad era baja... y el variómetro...
el variómetro indicaba descenso. ¡Putas, estamos
bajando! Algo raro pasa... el avión no sube, ¡no
sube!
Miré
hacia adelante. El cerro aparecía como una inmensa
cortina negra frente a nosotros.
“¡Déjame
el cuello, mierda!” me di vuelta desesperado, el perfume dulce
y erótico había desaparecido... ¿qué
cresta pasa? ¿Y qué pasa con Miriam... con mi
amor Miriam? Un hedor hediondo y caliente me azotó
la cara. Miré a la mujer asustado por la transformación.
Una boca horrible se abrió en una mueca más
espantosa aún, emitiendo un ruido gutural infernal.
“La Calchona...
la Calchona... estamos cagados”, alcancé a gritar antes
que se estrellara el avión.