:: LINTERNA- TURA.
    La Calchona provoca desastre aéreo en el cerro Catedral.

Max Astorga, vecino de San Alfonso, piloto comercial con 25 mil horas de vuelo y 22 millones de kilómetros hechos durante 4 décadas, terminó su carrera como el comandante más antiguo de la línea aérea LAN Chile. Dedal de Oro publica en esta oportunidad el relato de un sueño aparecido en la narración “La Calchona”, perteneciente al libro “Volando pasaron los años” (Editorial Cuatro Vientos, volumen 2), escrito por un Max Astorga inspirado en su intensa experiencia de aviador.

Para conocer el contexto en que se produce el sueño del narrador, es preciso recordar las palabras expresadas por “Tachuela” –cuidador de una majada de cabras y un rebaño de vacunos en la alta cordillera- frente a un grupo de aventureros -entre ellos el narrador- antes de irse a dormir bajo las estrellas. El pasaje del libro, en que Tachuela nos entera de su teoría sobre el por qué del accidente de un avión de pasajeros acaecido ya hace tiempo, dice así:
Tachuela prosiguió: “Miren, miren, el avión se metió a la cordillera y voló por aquí, por los Queltehues. Allí lo vieron pasar. Después siguió paralelo, por arriba de esta cordillera, al lado sur del Cajón del río Volcán”, con el dedo añoso y chueco señalaba la ruta. “Aquí están los Baños de Morales al norte del río y acá al sur está el cerro Retumbadero chico. Este cerrito tiene, como dice en el mapa, 3.850 mts. de alto. El avión pasó por encima, ¿y ven? Aquí está la quebrada de Lo Valdés y el cerro que sigue es el Catedral que es más bajo ya que tiene solamente 3.450 mts., y allí… a metros de la cumbre se estrelló el avión, cuatrocientos más chico que el Retumbadero. ¿Me van a decir que el avión que tiene que haber ido remontando “a todo chancho” se iba a pegar un bajón tan grande en un trecho de apenas tres o cuatro kilómetros? No compadres.” El pequeño baqueano, orgulloso de su lógica cordillerana nos miró con los ojos brillantes y golpeó el mapa varias veces. “La vieja culiá del demonio… La Calchona (esto último lo dijo bajito) se enojó por la insolencia de los pilotos humanos ¡y se los chupó! ¡Se mandó al pecho al avión con todo el mundo arriba!”.
Poco después de escuchar estas palabras, el narrador se va a dormir y sueña:

Me desperté sobresaltado.

El ruido de los motores era anormalmente fuerte.
Estos no son los motores de un Boeing 767...

La hermosa auxiliar de bellos ojos grandes me miraba desde cerca. En el rostro pálido resaltaban sus labios rojos.

Sonreía en silencio.

Por Dios que se parece a Miriam... ¿quién será?
Se enderezó y en silencio me hizo señas que me levantara.

Debe haber terminado mi tumo de descanso y me toca ir adelante a volar... pero si yo estaba de vacaciones...

Le obedecí y recordando que me había sacado las botas me agaché a recogerlas.

Los jeans... ¿dónde dejé los jeans?

La joven me tiró la manga. Avancé por el pasillo del avión hacia la puerta del cockpit. La auxiliar de vuelo, siempre sonriendo, abrió la puerta y me hizo señas para que entrara.

Pasé muy cerca de ella cuando me dio la pasada. Sonriendo me guiñó un ojo. Olía rico.

¡Oye... este es un DC-6... está como nuevo!...

Me acerqué a los pilotos. El capitán se dio vuelta y me saludó efusivamente. El copiloto ni siquiera me miró, ya que mirando fijamente hacia adelante, hablaba interminablemente por la radio.

Putas el huevón roto, pensé, ¿y dónde se habrá metido el ingeniero de vuelo?

El Capitán, siempre sonriente, me hizo señas que me sentara en el asiento del medio. El ruido fuerte impedía la conversación. Por las ventanas de la cabina de vuelo se divisaba la cordillera. Era una linda mañana y no se veían nubes. Empinándome pude observar que a la izquierda se distinguía el Cajón del Maipo. Allá abajo se percibía el río y se alcanzaban a notar varios pueblos entre San José, San Alfonso y San Gabriel.

Los santos de la cordillera... pensé por alguna razón...

Sentí el perfume muy cerca. Era un olor dulce y erótico. La azafata se había acercado y me miraba. Sus ojos recorrieron mi rostro lentamente y alzando la mano me acarició el rostro.

«Por qué me miras con tanta pena», le pregunté.

Me miró siempre en silencio y acercándose, más aún, entreabrió sus hermosos labios.

El Capitán me tocó el hombro y me mostró algo allá afuera.

Miré hacia abajo. Ya estábamos sobrevolando la planta hidráulica de ‘Los Queltehues’. Se divisaban los tubos enormes que caían por el faldeo del cerro hacia las turbinas en el valle. Vi que el altímetro indicaba 25.000 pies.

Llevamos buena altura.

Contemplé el paisaje hacia adelante. Teníamos una barrera de cerros al frente.

Por Dios que se ven altos... pensé... ¿qué altura tendrán?

Miré el altímetro nuevamente. Chuchas... estamos a 15.000 pies de altura nomás. ¡Estamos muy bajo!

Miré al Capitán. Él seguía tratando de mostrarme algo allá abajo y no miraba hacia adelante. Le mostré imperiosamente con mi mano señalando los cerros cercanos. Hizo un gesto con la mano. No había problema.

El copiloto seguía preocupado de la radio. También anotaba algo en la tablilla con el plan de vuelo. No miraba hacia fuera ni tampoco los instrumentos del avión.

Putas la pareja para rara. No se preocupan mucho del vuelo...
Sentí una cosquilla en el cuello. La sensación de una caricia y luego un beso.

Quise darme vuelta para mirar y corresponder las caricias de esa maravillosa muchacha tan, tan cariñosa y encantadora, pero estaba demasiado preocupado de lo que estaba sucediendo.

Volví a mirar hacia afuera. Por la ventanilla se veía claramente la cima de la montaña. Los picos cercanos estaban aún cubiertos de nieve y las rocas se veían amenazadoramente cerca.

La auxiliar seguía acariciándome desde atrás. Sentí algo húmedo.

Esta chiquilla se volvió loca... ¡ahora me está lamiendo el cuello! Dios mío, ¿qué hago?

El Capitán ahora sí miró hacia adelante. Ahora se volvió hacia mí preocupado y cogiendo las cuatro palancas de los aceleradores, ¡las empujó violentamente hacia adelante! Pero, aparentemente estaban trabadas, porque apenas se movieron. Me volvió a mirar. Ahora sí que estaba asustado.

Me agaché hacia adelante. Aún sentía los labios y la lengua de la azafata que me provocaba, produciéndome cosquillas exquisitas en el cuello y en la mejilla. Pero no podía concentrarme ni dedicarme a ella. Tomé los aceleradores. Estaban durísimos y con todas mis fuerzas logré llevarlos a su máxima potencia. Los motores rugieron extrañamente.

Las palas... las palas de las hélices... ¡no les cambiamos el paso!

Efectivamente, habíamos aumentado la potencia de los motores, pero el paso de las hélices, el ángulo de ellas no era el adecuado para la potencia de los cilindros.

¡Esta loca me sigue lengüeteando y no me deja concentrarme!
Pasamos rozando la cumbre. Delante nuestro apareció una quebrada profunda allá abajo. Por la izquierda se veía el Refugio Alemán y al otro lado del río se divisaba la poza amarilla de los Baños de Morales.

Esta situación ya pasó una vez... por qué se repite... y me siguen lengüeteando. ¡Esta mujer me está volviendo loco!

Al frente, apareció otro amenazante cerro negro. Ahora ambos pilotos miraban hacia delante. Algo hablaron entre ellos. Yo lo único que atiné fue a empujar la palanca del paso de las hélices. El ruido anormal de los motores desapareció y rugían ahora a toda su capacidad. Miré el velocímetro. La velocidad era baja... y el variómetro... el variómetro indicaba descenso. ¡Putas, estamos bajando! Algo raro pasa... el avión no sube, ¡no sube!

Miré hacia adelante. El cerro aparecía como una inmensa cortina negra frente a nosotros.

“¡Déjame el cuello, mierda!” me di vuelta desesperado, el perfume dulce y erótico había desaparecido... ¿qué cresta pasa? ¿Y qué pasa con Miriam... con mi amor Miriam? Un hedor hediondo y caliente me azotó la cara. Miré a la mujer asustado por la transformación. Una boca horrible se abrió en una mueca más espantosa aún, emitiendo un ruido gutural infernal.

“La Calchona... la Calchona... estamos cagados”, alcancé a gritar antes que se estrellara el avión.