:: PREÁMBULO.
   TranSantiago... TranSitando...

El viernes pasado tuve que ir al centro. Después de echar un vistazo al mapa fui al paradero a esperar la micro… Pasaba el tiempo y no aparecía, hasta que al fin, luego de unos veinte minutos, se asomó una repleta de pasajeros. Subí con dificultad, pasé mi tarjeta Bip por la máquina y, como pude, me acomodé entre la muchedumbre. Quería experimentar el Transantiago y así poder opinar con “conocimiento de causa”. Quizás por el pequeño tramo que recorrí, no percibí enormes cambios en la manera de trasladarme. Lo más notorio fue no pagar con monedas y lo atiborrado del vehículo, esto a causa de la ostensible escasez de buses que tan contrariada tiene a una gran mayoría de capitalinos. Porque si pensamos, esta escasez, junto con la modificación de algunos recorridos, constituyen las dificultades más reconocidas por los usuarios al momento de evaluar el plan estrella del gobierno.

Durante el trayecto miraba por la ventana y vi, como nunca,
avenidas expeditas libres de bocinazos estresantes, y un tránsito más fluido. Sin embargo, este placentero panorama visual contrastó con la turba que en muchos paraderos luchaba por conseguir un pasaje de regreso a casa. ¿Qué será lo que no está funcionando?, me pregunté, y concluí que para que las cosas comiencen a marchar bien son dos los actores que deben modificar su actitud.

Por un lado, los usuarios tenemos que ir asumiendo el cambio cultural que este proceso involucra; transformación que no sólo supone una innovación tecnológica, sino que fundamentalmente plantea un nuevo modo de concebir el transporte: ordenado, con reglas y planificación. Tenemos que entender que, si aspiramos a un mínimo “desarrollo”, no podemos seguir siendo parte de un sistema caótico, inseguro y desorganizado que funcione a la pinta de más de tres mil dueños de micros, a la de los choferes que se detienen en cualquier sitio con tal de cortar un boleto, o al antojo del pasajero cómodo que prefiere esperar la micro en la esquina (si no afuera de su casa) en lugar de ir al paradero.

Un sistema de locomoción racional y moderno incentiva, por ejemplo, la utilización de bicicletas. Al respecto, en muchas ciudades europeas y también latinoamericanas el uso de este vehículo como medio de transporte alternativo es creciente y ha traído enormes beneficios a la población: salud colectiva y un ambiente más limpio. ¿Por qué, si el chileno tiene un cuerpo sano y sus cuatro extremidades funcionando, no puede empezar a movilizarse en bicicleta y de paso mejorar su estado físico? Es claro que esto no sólo depende de los potenciales ciclistas, sino que también de los vehículos motorizados que deben aprender a compartir las calles, haciendo más amigables los desplazamientos, como corresponde a una ciudad y población civilizadas.

Pero nada es fácil. Lamentablemente faltó previsión al momento de diseñar y trasladar la teoría a la práctica. Pensar que el chileno cambiaría de costumbres en un par de meses fue ingenuo y hoy sólo queda aprender sobre la marcha.

Los empresarios dueños de micros constituyen el otro pilar en que se sostiene el plan, y evidentemente la mayoría de ellos no está cumpliendo con su parte. Máquinas hay. Y me parece inconcebible y hasta sospechoso que a los denominados “zares” del transporte les resulte tan fácil eludir los compromisos acordados con la autoridad. A casi dos meses de inaugurado el proceso, las irregularidades, que debieron solucionarse apenas fueron identificadas, persisten: ¿dónde está la totalidad de los buses, principalmente alimentadores, que son los más necesarios para acercar a la población a sus hogares? ¿Por qué pasadas las diez de la noche los recorridos funcionan sólo al 30%? Pese a las continuas advertencias, políticas de tolerancia cero y multas cursadas por el gobierno a los operadores, la situación no parece mejorar. No hay dudas, para muchos la sed de fracaso del Transantiago y su aparente colapso se ha transformado en un verdadero manantial de dividendos políticos; por eso no me extrañaría que el espíritu destructivo con aroma a boicot de ciertos sectores se mantenga y prolongue hasta el momento de algún proceso electoral.

Nadie con un mínimo de nivel de instrucción ha desechado al Transantiago como sistema superior al antiguo. El error no lo constituye la idea que lo sustenta, sino la forma en cómo se implementó. Pero, no olvidemos que los frutos de una transformación tan trascendental no se recogen mañana ni pasado. Confiemos en que a mediano plazo el tan bullado analfabetismo funcional chileno se transforme en una adaptación. Adaptémonos a la ciudad y no hagamos que, nuevamente, ella termine adaptándose a nosotros. De lo contrario… volveremos al pasado.

Vania Ríos Molina.