:: TACONES LEJANOS.
    Podríamos amarnos y autorrespetarnos.

Por Nina Moreno Dueñas, desde Hamburgo, Alemania.

La última vez que estuve en San José paseé mucho por los alrededores. El Cajón es de una belleza impresionante: las montañas, los acantilados, los ríos, las cascadas, la vegetación, las nubes, todos los lugares te hacen caer en una especie de trance místico y te sientes agradecido de gozar tanta maravilla de la naturaleza. Pienso que hay que ser muy insensible para no sentir respeto ante tanta exuberancia y, sin embargo, la realidad te causa rabia, incomprensión y pena, cuando ves los lugares más idílicos transformados en
basurales. Bolsas plásticas, papeles y desechos amontonándose entre árboles, en las orillas de los ríos, en todo lugar.

Me cuenta un amigo que está en La Plata, Argentina, que todo el entorno, la selva, los pantanos, están amalgamados de basura. Toda la tierra libre de urbanización es un inmenso vertedero… El agua despide olor a contaminación. El famoso Río de la Plata es una gran cloaca de aguas malolientes, al que los peces a la orilla rinden tributo.

Esto no es un problema tercermundista, pues lo mismo he visto en Italia, España y Grecia. La industria vierte sus desechos a los ríos o al mar. La gente tira los colchones viejos, los aparatos electrónicos que no funcionan, los muebles rotos, en cualquier acantilado. En playas casi inasequibles ves todo tipo de desechos tirados por la gente, y también por el mar, que deja un poco de la carga que transportan las olas: botellas plásticas y de vidrio (¡cuidado al pisar!), bolsas plásticas, papeles, en fin, todo el repertorio de inmundicias domésticas que no pertenecen al lugar. ¿Por qué tratamos tan mal ese regalo que es la naturaleza, que nos cobija y alimenta, que nos inspira las emociones más puras? ¿Por qué contaminamos las aguas y el aire como si no existiera el futuro?

Las calles de las ciudades están sembradas de chicles, colillas de cigarrillos y envases de Mac Donald. Las pilas viejas y los medicamentos que tiramos a la basura contaminan las aguas y las tierras y, por lo tanto, el veneno nos viene de vuelta directamente en lo que bebemos o tragamos. Esa mentalidad kamikaze se la heredamos a nuestros hijos, con nuestro ejemplo.

¿No sería hora de parar y reflexionar, comenzando por corregir los malos hábitos? ¿No podríamos exigir a la industria reducir las emisiones contaminantes? Podríamos aprender a amar y respetar la naturaleza. Podríamos amarnos y autorrespetarnos. Tal vez de ese modo logremos a la vez eliminar enfermedades propias de la civilización. ¿Cómo sería si comenzamos esa cruzada en el Cajón del Maipo y esa maravilla se exportara a todo el mundo? Imagínate…