basurales. 
                  Bolsas plásticas, papeles y desechos amontonándose 
                  entre árboles, en las orillas de los ríos, en 
                  todo lugar.  
                  Me cuenta 
                  un amigo que está en La Plata, Argentina, que todo el 
                  entorno, la selva, los pantanos, están amalgamados de 
                  basura. Toda la tierra libre de urbanización es un inmenso 
                  vertedero… El agua despide olor a contaminación. El famoso 
                  Río de la Plata es una gran cloaca de aguas malolientes, 
                  al que los peces a la orilla rinden tributo. 
                Esto no 
                  es un problema tercermundista, pues lo mismo he visto en Italia, 
                  España y Grecia. La industria vierte sus desechos a los 
                  ríos o al mar. La gente tira los colchones viejos, los 
                  aparatos electrónicos que no funcionan, los muebles rotos, 
                  en cualquier acantilado. En playas casi inasequibles ves todo 
                  tipo de desechos tirados por la gente, y también por 
                  el mar, que deja un poco de la carga que transportan las olas: 
                  botellas plásticas y de vidrio (¡cuidado al pisar!), 
                  bolsas plásticas, papeles, en fin, todo el repertorio 
                  de inmundicias domésticas que no pertenecen al lugar. 
                  ¿Por qué tratamos tan mal ese regalo que es la 
                  naturaleza, que nos cobija y alimenta, que nos inspira las emociones 
                  más puras? ¿Por qué contaminamos las aguas 
                  y el aire como si no existiera el futuro?
                Las calles 
                  de las ciudades están sembradas de chicles, colillas 
                  de cigarrillos y envases de Mac Donald. Las pilas viejas y los 
                  medicamentos que tiramos a la basura contaminan las aguas y 
                  las tierras y, por lo tanto, el veneno nos viene de vuelta directamente 
                  en lo que bebemos o tragamos. Esa mentalidad kamikaze se la 
                  heredamos a nuestros hijos, con nuestro ejemplo.
                ¿No 
                  sería hora de parar y reflexionar, comenzando por corregir 
                  los malos hábitos? ¿No podríamos exigir 
                  a la industria reducir las emisiones contaminantes? Podríamos 
                  aprender a amar y respetar la naturaleza. Podríamos amarnos 
                  y autorrespetarnos. Tal vez de ese modo logremos a la vez eliminar 
                  enfermedades propias de la civilización. ¿Cómo 
                  sería si comenzamos esa cruzada en el Cajón del 
                  Maipo y esa maravilla se exportara a todo el mundo? Imagínate…