:: COMENTARIO MUSICAL.
   El guitarrón de Pirque: el mito del rescate.

Por: Miguel Angel Ibarra.

El año 2001 estaba finalizando los estudios de Educación Musical en el pedagógico. Vivía en Puente Alto y ya pensaba en trabajar. Busqué posibles ofertas por la web: así fue como llegué a trabajar a Pirque. Por las características de dicho trabajo (colegio técnico-profesional en una comuna semi rural) pude ir acercándome a un sector de la sociedad pircana obrero-campesino, folclóricamente denominado como el hacer “anónimo”: agricultores, recolectores, ferianos, temporeros, jinetes, arrieros, futbolistas y otros tantos… Este cuadro constituía un relato muy distinto al que en algún momento tuve sobre Pirque (mansiones privadas rodeadas de verdes campos silenciosos). Estaba frente a un contraste rebosante en matices y, por cierto, lleno de sonidos. El espectro sonoro que he conocido en Pirque es amplio e incluye cantos a lo divino entonados en décima, otros cantos también a lo divino acompañados con repite y fundación, los tambores de los rastafaris pircados, bandas de hip-hop, jazz, rock y sound; familias de cantores y cantoras campesinas, tropas de siku y hasta las infaltables fondas y rancheradas.
De izquierda a derecha: Fidel Améstica, don Santitos Rubio (sentado), don Juan Pérez (de pie con el guitarrón de don Manuel Saavedra), Manuel Saavedra (de pie) y don “Chosto” Ulloa (con el guitarrón de Santitos) en el 5º Encuentro Nacional de Guitarroneros, realizado el 24 de noviembre del 2006 en el parque Vicente Huidobro, Pirque.

Entre tanto sonido, uno llama en especial mi atención: el guitarrón, llamado también guitarrón chileno o pircano. Definido como un instrumento complejo, del cual no se sabe con precisión su origen, posee 25 cuerdas: 4 laterales (llamadas diablitos) y 21 en el puente, ordenadas en 5 grupos conocidos como ordenanzas. Su aspecto es similar al de una guitarra: ya los tocadores de guitarrón de la década del 40, según el conocido cultor Santos Rubio, lo llamaban la guitarra grande, aunque se trata de un instrumento muy diferente. Los guitarroneros han pulsado este particular instrumento para acompañar cantos que hablan de los dioses y de los hombres, memorizados o improvisados, empleando una técnica poético-musical conocida como la décima, cuyas técnicas poéticas fueron introducidas en las comunidades cercanas a la zona del río Maipo por las primeras misiones jesuitas y que, al parecer, se ha mantenido desde tiempos coloniales en la actual Provincia Cordillera. Así relató el cantor y guitarronero de origen pircano Lázaro Salgado Aguirre:

Yo me acuerdo que de antaño
los poetas se explayaban
y en el guitarrón cantaban
amores o desengaños.
Nada parecía extraño
en el arte de cantar
quien sabía improvisar
muy alto su nombre estaba
y en todas partes reinaba
la poesía popular.

El uso del guitarrón fue transformándose durante el siglo XX: fenómenos como los procesos migratorios hacia los centros urbanos, la incorporación de tecnología en los hogares (radioemisoras en reemplazo de música en vivo de cantores y poetas) y el interés por el estudio del guitarrón en cuanto a instrumento musical folclórico, entre otras causas, hicieron que este instrumento viera transformada su contingencia de contextos más bien rurales, incluyendo actualmente ambientes de espectáculo (como las peñas) y espacios académicos de investigación folclórico-musical (como el estudio de 1960 llamado El guitarrón en el Departamento de Puente Alto, de Raquel Barros y Manuel Danneman). Cabe señalar entonces que el uso del guitarrón ha ido incorporando distintas formas que hoy coexisten junto al uso campesino: talleres, clases de guitarrón, registros y producción audiovisual y, sobre todo, encuentros de payadores y guitarroneros, como por ejemplo el Encuentro de payadores del año 1981 en el festival folclórico de San Bernardo, registrado y difundido en casete y que contó con la participación de Santos Rubio, Jorge y Pedro Yañez, y el “Piojo” Salinas (que fue mi primer acercamiento al guitarrón y el canto a lo poeta). También destaco el Encuentro nacional de Guitarroneros, que se realiza en Pirque desde hace 5 años, organizado por la agrupación Herederos del Guitarrón.

En varios de estos “nuevos usos” para el guitarrón, se habla de un renacer del guitarrón chileno enmarcado dentro de una tradición que aún conserva vestigios campestres, secretos, personajes e historias... (asumiendo como) un deber (el) rescatarlos y preservarlos (Botello: 2001) del supuesto estado de abandono y desaparición en que se ha visto esta práctica. Frente a este panorama construido por investigadores y folcloristas, puedo decir que en Pirque el guitarrón ha tenido continuidad y vigencia hasta hoy gracias a sus cultores oriundos de la zona, como Santos y Alfonso Rubio, “Chosto “Ulloa, Juan Pérez y Javier Riveros, que residen actualmente en Pirque y transmiten el arte y la música del guitarrón y el canto a lo poeta en distintas formas. Han heredado un saber de generaciones anteriores y lo han proyectado en encuentros, talleres, registros audiovisuales y estudios. También es importante decir que los cultores, estudiosos y seguidores del guitarrón han hecho que este instrumento esté presente en distintos puntos de Chile, confirmando su plena vigencia. Difícilmente se podría decir, entonces, que el guitarrón ha estado o está en desaparición, o que necesita ser ‘rescatado’ de un supuesto olvido. Por el contrario, cada vez hay más interesados en él presenciando encuentros de payadores y guitarroneros, y cada vez somos más quienes aprendemos sobre el guitarrón, acercándonos a una práctica musical única en el mundo. Dice Moisés Chaparro: “Corridos los cinco (primeros) años del siglo XXI, cada vez somos más ejecutantes de este instrumento tradicional chileno, que es usado principalmente para acompañar el Canto a lo Poeta, en coplas o décimas de memoria o improvisadas” (Chaparro: 2005).

Entonces, al hablar del guitarrón, se ha empleado tal vez una visión tendiente a “rescatar” o “revalorar” una práctica que se encuentra en proceso de desaparición: una especie de “tradición” lejana, campesina, anacrónica y extemporánea. Obviamente, quien se ha expresado de esa forma observa desde un mundo de características urbanas, ocupando un relato que entiende la ruralidad de la Provincia Cordillera como un otro desconectado de los procesos “modernos”. Puesto en otro caso, podría ser un equivalente a visualizar al mapuche aún únicamente arriba del caballo, desconocedor absoluto de la contemporaneidad, en pleno siglo XXI.

Es probable que para los usuarios cotidianos del guitarrón, los guitarroneros de Pirque (quienes usan teléfono celular y organizan conciertos), más que recoger un arte “olvidado”, se necesite difundir la presencia viva del guitarrón a modo de re-conocimiento de una práctica musical única y duradera, que viene en gestación al menos desde el Siglo XVI (Astorga y Bustamante: 1996), que no ha desaparecido y que continúa en vigencia y transformación.