:: UNA REFLEXIÓN SOBRE LA MÚSICA TRADICIONAL ACTUAL.
    ¿Descubrimiento o encubrimiento?.

Los señores discuten sobre nuestra suerte,
los antropólogos nos buscan las muelas del abuelo,
los sociólogos fotografían nuestras chozas….
los políticos formulan planes redentores.
Y todos multiplican el pan en el papel,
y nos recitan los derechos humanos.

Mas Juan sigue sin tierra,
Pedro se pone la última camisa,
Antonio cumple cien años sin zapatos,
Manuel deja sus manos en la fábrica,
Luis sus pulmones en la mina,
Julián no sabe escribir Julián…

Sabemos de la alianza para el progreso…
no ignoramos por cierto a la OEA ni a la ONU…
pero los rótulos de las siglas no alimentan…
¿de qué nos sirve?
Cuando la Santa Iglesia, que lava con champagne los pies del
Nazareno,
sabe que somos pecadores inferiores al puerco.

(«La gran marcha». Agrupación Ñanda Mañachi)

Por: Miguel Angel Ibarra R.

Quiero entregar una reflexión en relación a las manifestaciones musicales actuales vinculadas a las tradiciones culturales y sociales precolombinas, precoloniales o prehispánicas. Este escrito apunta también al momento actual en el que vemos representaciones de diversa índole sobre «lo ancestral», construcciones contemporáneas de una raíz.

Construyendo tradición

Hace un par de semanas, un amigo profesor (de música) me invitó a realizar un reemplazo de una «colega» que está con licencia médica, razón por la cual me he integrado a la dinámica escolar en el pasado mes de septiembre. Como sabemos, en ese mes se realiza todo un despliegue hacia «lo tradicional» (comentado por cierto en el anterior Dedal). Es fecha de música folklórica, de coreografías y trajes de las zonas norte, centro y sur de Chile. Incluso han sido cada vez más familiares los vestuarios de un «Chile insular o polinésico». Al interior de las escuelas esta fecha/evento cobra una importancia no menor: se preparan los actos de fiestas patrias, la semana o día de la chilenidad, las competencias de cueca y otros tantos que de seguro visualizamos claramente, recién acontecida una de las fiestas más extensas de las que
DON GERMÁN TEJERINA, NIÑO MAYOR DEL BAILE DEL TORITO DEL AYLLU SÉQUITOR DURANTE LA CELEBRACIÓN DE LA FIESTA DEL SANTO PATRONO DE SAN PEDRO DE ATACAMA. 29 DE JUNIO DEL 2007.
tenga recuerdo. Al interior de las actividades oficiales pude observar la referencia hacia las culturas que comúnmente denominamos como «indígenas» (también llamados «indios»). En la pasada parada militar aparecieron integrantes de las «etnias» (nótese el tinte de minoría que reviste aquel concepto) mapuche, aymara y rapa nui. Eran el centro de la pantalla, todos ofreciendo regalos y saludos a las autoridades. Paradójico resulta este hecho si consideramos los conflictos de tierra, agua, espacio, soberanía, cosmovisión y proyecciones (por nombrar algunos) que encuentran las comunidades/poblaciones/ culturas originarias en su convivencia con el Estado/Nación chileno. Y más paradójico resulta ver el desfile de las «minorías» sin poder reconocer en aquellas expresiones un lenguaje propio, y que en la cotidianeidad nos está resultando cada día más ajeno, más primitivo, lejano, vernáculo y pretérito, contradiciendo el hecho de que en nuestra nación de casi doscientos años es evidente la presencia actual de una serie de elementos (idioma, medicina, y por cierto música entre tantos otros) en los cuales la cultura «ancestral» se ha ido renovando, combinando y trascendiendo.

Preparando el baile

Como lo mío es la música, el énfasis en mis observaciones van de la mano con aquello que suena y que veo o percibo como música. Entre tanto desfile y acto identitario, siempre aparece el referente «indígena», claro que en versiones desprovistas de un contenido más allá que el de la imagen: los indios sin voz. Pude ver «trotes» (denominación folklórica de la práctica tradicional del huayño, danza festiva ceremonial de actual vigencia en las comunidades de los Andes y en centros de poblaciones migradas), los que eran bailados por cholitas y cholitos ataviados con los colores de la bandera boliviana (verde, amarillo y rojo, colores que representan la flor de la K’antuta). El baile fue una especie de coreografía inventada (en este caso) por algunos profesores, quienes se basaron para la creación en un video de un conjunto folklórico estilo ballet. Cualquier persona que haya tenido oportunidad de observar o presenciar una fiesta andina entenderá que estamos en una situación en que la referencia que realiza «lo oficial» es una invención alejada estética y semánticamente de la cultura que dice aludir. Pues estos bailes (al igual que el sau sau «Rapa Nui» que se baila en restaurantes, colegios y otros) poseen una profundidad en torno a los conceptos de dualidad y complementareidad, los cuales muchas veces no son siquiera abordados por los responsables de las coreografías.

En definitiva, creo que las fechas del septiembre pasado sirven para ver cómo una ideología, de tintes nacionalistas, se vale para su construcción de la (mal)utilización y empoderamiento de patrones y expresiones culturales de raíz precolombina, los cuales son tratados de la manera más empobrecida y descuidada (los niños disfrazados de chilote usando chulos, tradicional gorro andino) para hacer referencia a una supuesta diversidad cultural. Dentro de todo este cuadro, ya enrarecido, agreguemos el hecho de que efectivamente estas acciones quedan en la conciencia colectiva, y que año a año se repite el círculo de la tradición patria. Así, los conceptos de usurpación y patrimonio bailan juntos ante los ojos de las generaciones que llevan menos tiempo entendiendo que son parte de aquel Chile, generaciones que en buen número saben que cada año hay que armar un «baile», disfrazarse de mapuche, de chilote o lo que toque. También saben que el traje se guarda, junto con la tradición, luego de septiembre y hasta el próximo año.

El día de la raza

La segunda parte de esta entrega se refiere también a una fecha recién pasada: el 12 de octubre. Efeméride que recuerda la llegada de contingente hispano a territorio del «Nuevo Mundo». Según he observado, esta efeméride ha ido transformándose desde unos 15 años a la fecha, luego del quinto centenario del arribo europeo (1992). Con anterioridad al año señalado era común ver la realización de actos y actividades conmemorativas que nos recordaban el encuentro con nuestra «madre patria» (lo que de paso borraba de nuestras conciencias la existencia previa y actual de una «madre tierra»). Dichos actos también incluían una mirada del «arte indígena», siempre sumiso y reverente con su dominador/evangelizador. Incluso, en algún caso presencié cómo el 12 de octubre prolongaba esa visión paternalista, centralina y moderna, que el 18 de septiembre tejía sobre toda expresión que evocara nuestros arqueológicos y antropológicos «antecesores». Luego del quinto centenario, se han oído voces que vienen sosteniendo y actualizando el momento que viven distintas culturas/poblaciones/comunidades. A su vez, el tramado urbano no ha estado indiferente a este proceso: nacen centros culturales, agrupaciones indígenas, ferias y encuentros de las culturas… se abre una necesidad de profundizar en aquellos elementos atemporales que nos otorgan identidad dentro de lo global. La música no es una excepción: podemos presenciar y participar en alguna rogativa, y entender que la música es una parte de aquel rito (más que una anécdota de lo «exótico de mi tierra»). Podemos incluso observar que la música de las culturas y comunidades originarias, al igual que gran parte de la música, es un rito dentro del rito. Y que el rito de la música es una práctica diaria, cotidiana y trascendente en cuanto le pertenecemos y nos pertenece. Visto así, la música originaria actual (llámese tradicional, autóctona, comunitaria, o como se le pueda denominar) puede abrir las puertas de su conocimiento y dinámica en la medida que cada cual abre su propias puertas, en la medida en que alguien se re-conoce como un ente conectado a una memoria y proyecciones. Tal vez es momento de pasar del encubrimiento al descubrimiento.

Pirque,
Septiembre del 2007.

Discografía:
- Ñanda Mañachi (En Runa Simi (idioma quechua) quiere decir «préstame el camino». Expresión utilizada en Otavalo, Ecuador para solicitar el paso por un terreno que no pertenece al caminante). - Agrupación Otavaleña de música tradicional de los Andes.

 

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