:: MIRADA FORASTERA.
    Un arriero en el Cajón del Maipo.

Por: Rose Deakin, vecina inglesa de San Alfonso.

La palabra viene de arreo, de ganado y mulas a través de la cordillera, y tradicionalmente era un papel honrado y respetado. Pero todo ha cambiado mucho, ahora la carne viene en camiones y el trabajo de los caballos se está remplazando poco a poco por máquinas. Los hijos de los arrieros saben bastante de caballos pero no tanto de la cordillera y están trabajando más con maquinaria pesada, haciendo túneles, como maestros, o manejando camiones, buses o colectivos. Y hasta muchos de los mismos arrieros del Cajón, hoy en día, trabajan como obreros agrícolas, en turismo o también en el metro, dejando un poco de lado la figura que los unía al ganado y a las montañas.

Los arrieros cuando tenían unos 11 ó 12 años solían acompañar a sus padres hasta la cordillera, ayudándolos y aprendiendo el oficio desde muy jóvenes. Vivir así influyó en sus personalidades. Normalmente no hablan ni comentan mucho, excepto cuando están tomando alrededor de un buen asado, en medio de estruendosas carcajadas.

Durante los días y noches que pasan trabajando y durmiendo entre las montañas, debajo de un poncho, con los cueros de las monturas como colchones y almohadas, aprenden un sentido de resignacion y cómo aceptar lo que la vida les depare. Este sentido ilumina un poco a una inglesa impaciente: pienso que uno no debe rendirse fácilmente ni ser pasivo, pero también es bueno aceptar con tranquilidad lo que sea inevitable. Cuando un día desesperadamente trataba de quitar los pájaros de un potrero con semillas de alfalfa recién puestas, me dijeron: “Es la vida, Rose, es la naturaleza… Los pájaros tienen que comer igual que nosotros”.

Si bien estos atributos no son muy primorosos, la personalidad del hombre demontaña posee múltiples virtudes. La alfabetización del arriero no es de lo más sofisticado, pero eso no importa mucho allá arriba y a lo mejor aguza otras facultades, haciéndolo más sensible a los mensajes de la naturaleza y a los secretos de la cordillera. Ellos tienen un conocimiento acabado de los caballos y además manejan mulas, que son mucho más pesadas y complicadas. Ir al cerro significa autosuficiencia pero también sensibilidad, atributos que los van haciendo más hábiles con el paso del tiempo, permitiéndoles, por ejemplo, hacer fuego cuando está lloviendo fuerte y seguir las huellas de los caballos perdidos, como lo hacían los indios en las películas de pistoleros. Conocen los caminos de la cordillera y si pisan algún terreno desconocido pueden ubicarse y encontrar una ruta tan sólo leyendo y comunicándose con el paisaje. Saben cocinar, hacer pan, limpiar, lavar y reparar ropa; también saben coser cuero y plegarlo para hacer riendas, lazos y monturas, en fin, encuentran una solución para casi cualquier problema. Además, la mayoría puede cuidar cabras y hacer quesos, realizando todo el trabajo normal de un obrero agrícola, por ejemplo hacer rejas y acequias, arar y sembrar, segar y cosechar la tierra.

Uno de los arrieros más respetados y queridos del Cajón del Maipo es Marcelo, hermano menor de la familia Figueroa, que vive al frente del Toyo. Marcelo fue a trabajar a Cascada de las Ánimas y rápidamente llegó a ser capataz. Su humor suave, su autoridad natural y la capacidad de controlar e inspirar a sus compañeros de trabajo, lo hizo imprescindible y querido no sólo por éstos, sino que también por sus patrones. Siempre fue un jinete excelente y era un placer mirar su manejo tranquilo de los animales.

Un deporte muy popular en el Cajón es correr en el rodeo y no hay huaso que no sueñe con ser campeón. Un día corriendo en El Toyo, Marcelo cayó peligrosamente de su caballo. En el hospital dijeron que no iba a pasar de aquella noche. Pero sobrevivió, y con la ayuda de la familia Astorga lo trasladaron hasta el Hospital del Trabajador. Pasó varios meses allá, y cuando regresó a la casa su lado izquierdo estaba afectado y sin fuerzas, y también tenía problemas para hablar. El diagnóstico no era bueno.

Después de dos años de terapia Marcelo mejoró mucho, pero persistía la duda de si podría volver a trabajar. Hace un tiempo y por casualidad, dos de sus parientes y yo empezamos a trabajar en una parcela cerca de su casa, y surgió la idea de comprar cabras. Yo dije que estaba dispuesta a comprarlas solamente si a Marcelo le interesaba encargarse de ellas. No había nadie más que contara con el tiempo necesario para dedicar los siete días de la semana a ordeñar dos veces diarias a los animales entregándoles el cariño que necesitaban para dar buena leche. Los otros dos podían ayudar en cualquier tarea pesada, ordenar y hacer quesos en caso de que Marcelo no se sintiera bien. Fue trabajo ‘part time’ y en un ambiente familiar, protegido. Su labor tuvo tanto éxito que después de diez meses Marcelo volvió a trabajar ‘full time’ a la Cascada. Nuestra pérdida fue tremenda, pero no nos podemos quejar pues también aprovechamos bastante su ayuda en la parcela. Además, la idea en parte era ayudarle a cruzar el puente entre enfermedad y trabajo.

Creo que mucha gente en su corazón pensaba que Marcelo posiblemente nunca iría a trabajar de nuevo. Pero un arriero chileno es algo especial, fuerte, resistente, trabajador. Y ahora todos se alegran al ver su imagen familiar pasando por las calles de San Alfonso, de regreso a casa luego de su jornada de trabajo. Ahí va igual que antes, siempre vivaracho, con ropa elegante y un buen sombrero, haciendo sus bromas dulces y caminando orgullosamente. También empezó a correr otra vez, pero sólo en medialunas conocidas y con la familia. A veces la vida hace milagros y quién más lo merece que un arriero que ha trabajado tanto durante toda su vida y es tan querido por todos.

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