PREAMBULO

Las leyendas son historias que se transmiten en forma oral de generación en generación. Por el contrario, los mitos son enormes verdades contadas de manera poética que no tienen la menor intención de narrar hechos ocurridos. Como los de la Caverna o el Banquete, que empleaba Platón para enseñar sus verdades filosóficas. Hoy día conocemos El Principito y la saga de libros de Ami, el Niño de las Estrellas, obra del chileno Enrique Barrios. En cada etapa de transmisión, la leyenda va recibiendo incrustaciones míticas. Mientras más antigua una leyenda, más adquiere las características de un mito. Es así como en la Biblia se pueden encontrar enormes perlas de sabiduría. Algo análogo ocurre con lo que se ha dado en llamar la Pequeña Historia: las leyendas transmitidas al interior de las familias, de padres a hijos. Una de éstas, es la Leyenda Joven de los Dedales de Oro:

Esta historia se la escuché a mi papá cuando yo era niño. A su vez, él la escuchó de su papá, mi abuelo, que perteneció a una de las primeras generaciones de ingenieros civiles de Chile, a fines del siglo XIX. Es poco sabido que los primeros ingenieros fueron
Foto de Humberto Espinosa P.
militares. Las obras de ingeniería en esos años estaban asociadas al tendido de líneas de ferrocarril. Por ello es que, por ejemplo, nuestro querido ferrocarril de Puente Alto a El Volcán fue un ferrocarril militar. Cuando nuestras universidades comenzaron a formar ingenieros, para diferenciarlos de los ingenieros militares, les dieron el título de ingenieros civiles. Como hecho curioso es bueno señalar que Chile -al igual que los mapuches, de quienes hemos heredado muchas virtudes- siempre ha tenido frente a sus vecinos una actitud defensiva. Tenemos un Ministerio de Defensa y nuestros hermanos argentinos tienen uno de Guerra. Como expresión de esa actitud defensiva, todos los ferrocarriles militares construidos en esos años por Chile hacia alguna frontera fueron de trocha angosta para evitar que los argentinos nos invadieran.

Contaba mi papá que en la antigua Empresa de Ferrocarriles del Estado trabajó en algún momento un oscuro funcionario de nacionalidad francesa. Él sabía que en Francia se empleaba una pequeña flor para afirmar los numerosos terraplenes sobre los que se tendían las líneas del tren. Aparte de ser muy bonita, esa flor tenía la característica de echar largas y fuertes raíces que resultaban ser muy beneficiosas para afirmar los nuevos y aún no afiatados terraplenes. Por propia iniciativa, ese francés logró traer desde su país semillas de esa flor. En sus frecuentes viajes en tren recorriendo todo Chile, solía sentarse al final del último vagón y, con santa paciencia, iba dejando caer semillas de Dedal de Oro por todas las líneas de ferrocarril del país. Fue así como esa flor se aclimató en Chile y pasó a ser parte del alegre paisaje de nuestros campos. Ese fue uno de los silenciosos servidores públicos que otrora hicieron grande a Chile. Sin hacer ruido, él buscaba agradecer a nuestro país la hospitalidad con que él y su familia fueron acogidos en su ahora segunda patria.

Es bueno que esta pequeña historia sea conocida. De paso, ella muestra lo que es el nombre de esta revista: su presentación evoca las características de esa pequeña flor. Pero no debemos dejarnos engañar por esa apariencia de debilidad. Por su acendrado contenido y nula contaminación ideológica, la revista penetra en los más profundos y recoletos niveles de nuestro subconsciente colectivo y nos permite dar salida a nuestras tradiciones, sueños y esperanzas, de la misma forma que en los terraplenes ella da sustento y potencia a nuestra identidad cajonina.

Hermano Tadeo cbx


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