NUESTRA HISTORIA CAJONINA / 3
Por Patricia Valenzuela Jeldes

Durante el período en que se desarrolló la actividad minera industrial en El Volcán junto a la Compañía Minera Merceditas, este poblado se caracterizaba -a diferencia del presente- por la gran cantidad de personas que vivían y trabajaban allí, las que a pesar de su diverso origen, compartían una «cultura» común enriquecida por creencias, formas de relacionarse y divertirse, resolución de problemas, etc. En esos tiempos de la Compañía Merceditas la población estaba compuesta por grupos de casas dispuestas en diversos lugares, incluso en los cerros. Entre ellas, la Sra. Adriana recuerda Las Ortigas y Los Álamos:

«Nosotros vivíamos en Las Ortigas. Esa era una población grande con por lo menos unas treinta familias, más que los que hay ahora en el pueblo. Toda la gente que vivía acá trabajaba en la mina, ¡si de aquí dependían San José de Maipo y Puente Alto! Cuando chica vivía en la punta del cerro, en la casa del arriero… Yo lloraba porque no me dejaban ir al colegio, que estaba acá, donde está el actual centro de madres, y en ese tiempo yo debía haber tenido ya unos once años, y de allá tenía que venir al colegio todos los días. Nosotros vivíamos allá porque mi papá era huinchero, y allá la única casa que había era del trabajador que hacía dichas labores. La otra población de
ANTIGUA CASA EN
LA COMPAÑÍA MERCEDITAS


EL VOLCÁN, TERREMOTO DE 1958
los mineros quedaba como a unas ocho cuadras desde donde nosotros estábamos, al lado de la mina, que ahí trabajaban, y ahí estaban las campinas y los campamentos mineros, los camarotes que se llamaban.»

No todas las personas que habitaban en el pueblo tenían su casa, por lo que era común dar pensión a los mineros solteros. Casi todas las casas daban pensión, y las que no, lavaban la ropa u ofrecían otros servicios. Para aquellos trabajadores solteros de la Compañía Merceditas existían los camarotes de solteros, pequeños cuartos con espacio para cuatro camas. Si bien en estos lugares descansaban, también se entretenían apostando para la época del pago, jugando al Monte.

«De tres pisos eran los camarotes. Se decían los camarotes porque se colocaban camarotes para que durmiera la gente. La compañía les tenía sus camarotes. Los más amigos juntos, y así. Todavía hay unos camarotes aquí, por abajo del sindicato, ahí hay una casa grande que está sola y que tiene un corredorcito. Pero eran más grandes, atrás había otro. Y en la industrial, dentro del camino para arriba, en todo ese pedazo, estaban los camarotes, al lado de la cancha de fútbol, y dormía la gente de toda la compañía Volcanita. Bueno, esto era antes del 58, antes del terremoto.»

De todas las pensiones, la más recordada es la de la Sra. Adriana, la cual en su parte trasera tenía una quinta de recreo que, ocasionalmente, aún funciona en el presente. La escasez de mujeres solteras sumada a la soledad del trabajo del minero convertían a estos trabajadores en constantes clientes de prostíbulos ubicados en Puente Alto:

«Aquí nunca hubo prostíbulos porque las mujeres se oponían, por eso los mineros bajaban a Puente Alto... Los mineros son igual que los marinos, tienen amores en todas partes.» «Acá habían muchas mujeres, muchas chiquillas lindas, pero todas de familia, así que los que pololeaban con las chiquillas se tenían que casar.»

Si bien no existían prostíbulos o cabarets dentro del poblado, en los años 50 había una gran variedad de «quintas de recreo», donde los hombres de las minas iban a tomar y a reunirse con sus colegas. Estos lugares eran atendidos, en algunos casos, por mujeres solteras que venían de otros lugares a trabajar en la venta de tragos. Una de las mujeres recordadas es la «Carmencita», que llegó de 16 años a trabajar a una quinta de recreo. Con ella llegó también Alicia, de 20, y Eli, de 12 años. También había mujeres que los mineros traían de Puente Alto u otras que llegaban solas para los días de pago.

«Aquí había harta gente. Ahí se hacían bailes del sindicato de mineros y para las fiestas sacaban fotos. En los negocios tenían restaurantes, bailaban ahí, en fin, hacían fiestas. Pero antes de esto era zona seca, como ser, en el año 41, 42, 46, y era zona seca.»

Las quintas de recreo eran frecuentadas por hombres del poblado: mineros, trabajadores de la planta y militares que vivían en El Volcán y que estaban a cargo del tren. A dichos espacios se concurría todos los días o noches para tomar, conversar y bailar. Igualmente, era común que se originaran peleas donde los involucrados terminaban en el hospital de San José de Maipo o en la Comisaría Los Queltehues:

«En la noche se ponían más agresivos porque como cuentan algunos, al vino le echaban el jugo de la dinamita, por eso peleaban tanto y tan fuerte.»

A mediados de los 50 y con el permiso de la administración, los mineros hicieron su propia cantina, llamada General, ya que consideraban que las otras cobraban demasiado caro.

La vida del minero de antaño giraba constantemente en torno a las minas y la entretención. Esto se daba así, como mencionan los actuales y antiguos mineros del poblado, principalmente debido a las características del trabajo realizado:

«Meterse en una mina es estar dentro de la naturaleza, volver al útero de la madre... Era estar todo el día en un lugar oscuro, silencioso, como estar en el lugar donde todos vamos a ir a parar. Entonces, cuando la gente salía de ahí quería vivir, era un alumbramiento. El pasarlo bien era un poco dejar atrás la vida de la mina.»

Esta necesidad constante de «pasarlo bien» es la que genera la percepción de «derrochadores» con respecto al minero:

«Los mineros ganaban bien, pero lo que pasa es que eran muy derrochadores, les gustaba pasarlo bien. Mi papá tomaba todo un mes, se encerraba con sus amigos y se quedaba ahí hasta empezar a trabajar. Como era bueno pa' la pega, lo esperaban».

Esta característica de los mineros, además del descontento de sus esposas, dio origen a diversos mitos, como el de la piedra del mono, que consistía en que detrás de una piedra que estaba a la bajada de la mina al campamento se encontraba escondido un mono que, cuando los mineros regresaban a sus casas, los agarraba, les pegaba y les quitaba la plata. Esta historia era contada a las mujeres para justificar la falta de plata y la ausencia. Otra historia parecida es la de un «gigante», que también salía a golpearlos.

Para entretenerse existía también un club de rayuela y de fútbol, donde constantemente se estaba compitiendo. Para las mujeres estaban los centros de madres, y con respecto a la organización social, en 1964 se formó el primer sindicato de la Compañía Minera Merceditas El Volcán. DdO